Epílogo

Carolina se acurruca en su lugar favorito, el pecho de su esposo, acariciandole el lunar después de haber hecho el amor todo el día y toda la noche. 

Abel no la había dejado salir ese día de la cama, incluso pidió la comida al cuarto de hotel donde se alojaban en París en su luna de miel.

Ella mira desde su altura la mandíbula de su amado y él baja el rostro y le estampa uno de esos besos en la frente que ella tanto ama. Inhala el exquisito olor que desprende su hombre y él le acaricia la espalda con la yema de sus dedos.

—Cielo —le llama ella.

—Díme, mi amor.

—¿Si hubiese decidido seguir con mi plan de inseminarme, lo habrías hecho?

—Sí —contesta él sin titubear.

—¿Y te hubieras enamorado de mi sin importar que fuese a tener el hijo de quién sabe que otro hombre? —pregunta ella con curiosidad.

—¿Y quién dice que habrías tenido el hijo de otro?

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