Capítulo 7
—Andrés, gracias por defenderme hace un rato —dijo Ana desde el asiento trasero durante el viaje de regreso—. No sabía que mamá le había hablado a la señora sobre esto, casi me muero del susto. Menos mal que me ayudaste, si no, no hubiera sabido qué hacer. No quiero casarme tan pronto.

Andrés, concentrado en conducir, solo respondió con un suave "ejem".

Aunque su actitud parecía indiferente, Ana sabía que así era su personalidad, por lo que no le dio importancia. Se volvió hacia Sonia, que iba en el asiento del copiloto: —Por cierto, Sonia, ¿qué te dijo la señora cuando te llevó arriba?

—Nada importante —respondió Sonia, sin molestarse siquiera en fingir interés.

Ana frunció los labios disgustada, pero rápidamente cambió de tema: —Bueno, oye Sonia, ¿sabías que Santiago va a volver al país?

Estas palabras provocaron un cambio visible en la expresión de Sonia.

Justo en ese momento, el semáforo se puso en rojo. Andrés frenó el auto. Aunque la frenada no fue brusca, Sonia, que estaba distraída por la sorpresa, se tambaleó ligeramente antes de que el cinturón de seguridad la devolviera a su posición. Andrés le dirigió una mirada.

—Mamá dice que le está yendo muy bien en el extranjero. ¿De verdad no han mantenido ningún contacto en todos estos años?

—No —respondió Sonia bajando la mirada. Su voz seguía tranquila, pero sus manos, apoyadas en las rodillas, se apretaron involuntariamente.

—¡Qué pena, si ustedes se llevaban tan bien! —murmuró Ana antes de volverse hacia Andrés—. Andrés, probablemente no lo recuerdes, pero Santiago es...

—Lo sé, el hijo bastardo de los Flores —respondió Andrés rápidamente, sin ningún reparo al usar la palabra "bastardo".

Sonia frunció el ceño. Incluso Ana se quedó momentáneamente sin palabras.

Pero pronto asintió: —Sí, es el... hijo de los Flores. Era compañero de clase de Sonia y solíamos llevarnos muy bien. Lástima que se fue al extranjero. Pensé que mantendría contacto con Sonia, pero parece que no...

Mientras hablaba, Ana no dejaba de observar a Sonia, quien encontraba la situación casi risible. No entendía qué pretendía Ana al mencionar todo esto frente a Andrés. ¿Intentaba crear discordia? ¿O quería provocarle celos a Andrés? Si era así, estaba completamente equivocada. Andrés jamás se preocuparía por algo así.

Quizás dándose cuenta de esto, Ana se fue quedando callada durante el resto del viaje, hasta que finalmente se quedó dormida cuando Andrés estacionó el auto.

Aunque Sonia no la soportaba, tenía que admitir que Ana era notablemente hermosa. Con los ojos cerrados y su expresión serena mientras dormía, sumado a su figura menuda, inspiraba compasión con solo mirarla.

Mientras Sonia la observaba, dudando si despertarla, Andrés se adelantó, abrió la puerta trasera y la levantó en brazos.

El movimiento despertó a Ana, quien entreabrió los ojos soñolientamente y, al reconocer a quien la cargaba, murmuró: —Andrés.

Luego rodeó su cuello con los brazos, se acomodó en una posición confortable contra su pecho y volvió a dormirse.

Los movimientos de ambos eran tan naturales y fluidos que parecían haberlos practicado cientos de veces.

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