La pasión en aquella habitación se extendió por dos horas.

Mientras el agua de la ducha corría, Elena Fuentes por fin reunió fuerzas para levantarse de la cama. Con las piernas aún temblorosas, recogió su ropa del suelo.

Él había sido particularmente intenso esa noche, tanto que su mente seguía nublada y sus dedos no lograban coordinar para abrochar los botones del pijama.

En eso, él salió del baño.

Era un hombre alto y elegante, de rasgos marcados pero atractivos. Recién duchado, apenas cubierto por una toalla en la cintura, con gotas de agua resbalando por sus músculos definidos.

Al verla todavía allí, frunció levemente el ceño.

Elena evitó su mirada, concentrándose en la batalla perdida con sus botones.

—Mañana dan de alta a Sonia —soltó él mientras pasaba a su lado—. Quiero que vayas a recogerla al hospital. Le prometí a tu madre que se quedaría con nosotros una temporada.

Elena se quedó paralizada.

Volteó a mirar a su esposo de dos años: Andrés Campos, el heredero de CUMBRE INDUSTRIAL.

Y Sonia, la persona de quien hablaba, era su hermana adoptiva. La historia se remontaba a cuando Elena, con apenas cinco años, se perdió en un parque de diversiones. Pasaron once años hasta que los Fuentes la encontraron, cuando ya tenía dieciséis. Para entonces, los Fuentes ya tenían otra hija mayor: precisamente esta "hermana" suya.

Su padre le explicó que tras su desaparición, su madre quedó tan destrozada que decidieron adoptar una niña del orfanato.

Ahora que Elena había regresado, la familia parecía estar completa. Pero la realidad después de la reunión distaba mucho de ser un cuento de hadas.

Elena había crecido en el campo durante sus primeros diez años, mientras que Sonia, criada por los Fuentes, era toda una señorita de sociedad: experta en baile, pintura y piano.

Pero existía un detalle crucial: los Fuentes y los Campos habían acordado un matrimonio desde que sus hijos eran pequeños. Sí, antes de que Elena reapareciera en sus vidas, era Sonia quien estaba destinada a convertirse en la esposa de Andrés. Un romance que había florecido desde la niñez, una historia que parecía sacada de un cuento... hasta que Elena, con su inesperado regreso, trastocó todos los planes que habían trazado para ellos.

Los recuerdos la dejaron momentáneamente perdida en sus pensamientos.

Pero se recompuso rápidamente, abandonando la lucha con los botones y simplemente sujetando la tela.

—Entendido —respondió secamente.

Se levantó y salió de la habitación. Al final del pasillo estaba su dormitorio. El primer día de casados, Andrés le había dejado claro que no compartía la cama con nadie.

Elena captó el mensaje al instante. Sin necesidad de más explicaciones, se instaló con sus pertenencias en la habitación de huéspedes al final del corredor.

Elena siempre había sido buena leyendo entre líneas.

Como ahora, que ni siquiera se molestaba en cuestionar por qué él decidía unilateralmente sobre la estadía de Sonia.

Al fin y al cabo... era su casa. No solo podía traer a quien quisiera, sino que incluso si decidiera cambiar de esposa, nadie tendría derecho a objetar.

Como su "esposa", Elena tampoco tenía voz ni voto en el asunto.

Al día siguiente, Elena manejó sola hasta el hospital.

Antes de entrar a la habitación, alcanzó a escuchar la conversación:

—¿Entonces vendrá el mismísimo señor Campos a recogerte?

—No sé —la voz de Sonia era melosa y suave—. Debe estar muy ocupado con el trabajo, seguramente no podrá venir.

—Yo no estaría tan segura. ¡No eres cualquier persona! Si Elena no se hubiera metido en medio, ¡tú serías la señora Campos! Todo nuestro círculo social sabe que Andrés siempre estuvo enamorado de ti.