Aaron Stuart era un cobarde, en eso tenía mucha razón su hija. Siempre lo había sido. Un hombre dispuesto a sacrificar a cualquiera con tal de conservar su propio pellejo.Entregó parte de su empresa a sus acreedores sin importarle su futuro, entregó a Emma a un hombre vil y mayor que ella, y, en su momento, también entregó a Karl, lavándose las manos. Y aunque ella le había dicho que se encargaría de todo el asunto, tenía intenciones de deshacerse de Susan y de su pequeño hijo. Desconfiaba, como siempre, de la inteligencia y capacidad de Emma. Una desconfianza que no tenía fundamento, porque no importaba cuánto la hubiera humillado, ella jamás había cometido un error.El problema era que él ya no tenía ninguna fiabilidad para las personas con las que se había vinculado a causa de sus vicios.Nadie le creía, así que difícilmente conseguiría hacer algo contra ellos, ya que no tendría apoyo ni ayuda.Sin embargo, Aaron creía que sí, y por eso acudió a sus socios de siempre. En algún
Leonardo la miraba con reverencia y un afecto nuevo y cada vez mayor.No podía creer nada de lo que acababa de presenciar, aunque ese trato significaba que por fin Emma se libraría de la presencia de su padre en OldTree. Sin embargo, sabía que el resto de los socios, en particular Frederick Meyer, lo verían como un acto desleal.-¿Está bien, señora Fritz?Ella lo miró de un modo extraño.-Perfectamente.-¿Quiere que me encargue yo de este asunto?-Me temo que debería hacerlo yo sola. Y terminar de una vez con este problema que fue siempre mi padre.-No tiene por qué. Además, soy su representante en la empresa… y… no la dejaré sola ahora.Emma sonrió con cansancio. -Lamento que interrumpieran este encuentro. No debí atender. Ahora veo que usted me mira con algo de lástima, y eso no me agrada.Leonardo se sentó a su lado antes de responder:-¿Lástima? ¿Eso es lo que cree? Pues se equivoca, señora Fritz. No es lástima. Esta vez me lee de modo incorrecto.Ella lo miró intrigada.-¿De ver
Fuera del edificio en el que vivía la señora Fritz, un auto desconocido estaba estacionado, apartado de la vista de posibles curiosos. Dentro de él, Yukio, el hombre enviado por Hiro Yasuda, observaba cada movimiento, mientras esperaba la aparición de su objetivo. Cuando vio salir a la alimaña de Aaron Stuart, abrazado a un maletín y con ojos ansiosos, hizo un gesto de fastidio y supo que el hombre estaba a punto de cometer un error.Lo siguió en su auto, y pronto se dio cuenta de que Aaron no iba a su casa, ni tampoco se dirigía a ver al señor Yasuda para pagar su deuda: el señor Stuart caía nuevamente en el vicio, e iba directo a jugarse el dinero con el que tenía que salvar su cuello.Definitivamente, no tenía remedio. Enseguida, Yukio llamó a su jefe.-Señor Yasuda, estoy siguiendo al señor Stuart como me pidió. Ya tiene el dinero, pero… se dirige al salón clandestino de juego del señor Akagi.Del otro lado de la línea se escuchó una maldición. Luego, Yasuda respondió sin emoció
Emma apoyó su cabeza en una mano, conmocionada por la sorpresa.¿Qué había intentado hacer el estúpido de su padre?Era tan simple. Tomar el dinero, llevarlo a sus acreedores e ir a su casa.Tan… simple.Pero, seguramente, ensoberbecido por el dinero, creyéndose impune, al igual que Karl, tuvo exactamente el mismo destino.Le tocaría nuevamente a la señora Fritz, vestir de negro y organizar el funeral de un ser despreciable, cobarde y vil.Llamó a Susan.-¿Susan?-¡Emma! Es muy temprano, ¿pasó algo?-Sí, lo lamento, pero tendremos que reprogramar nuestra reunión de hoy. Mi padre… falleció a la madrugada. Me temo que tendré que encargarme de ese asunto. ¿Te parece mejor si nos vemos mañana?-¿Falleció? Lo… lo siento. Mi pésame para tí… claro, no hay problema, mañana está bien. -Gracias, Susan, hasta mañana, en mi oficina.-Hasta mañana.Ahora le tocaba llamar al señor Ares, pero no fue necesario, ya que enseguida su móvil sonó, y reconoció su número en la pantalla:-Señor Ares…-¿Se e
Él sonrió.-No se enoje conmigo, señora Fritz. Mi madre me obligó.-¿Su madre? Ella ni siquiera está aquí.-Así de poderosa es, señora.Emma no pudo contener una suave risa.-Usted es un descarado… ¿se puede saber cómo lo obligó Sara?Leo la miró divertido. Al menos la había hecho reír.-No es gracioso… resulta que le conté todo lo que pasó hoy. Y me dijo que de seguro usted no habría comido nada. Y tiene razón…Emma suspiró.-Tengo el estómago cerrado…-Por lo tanto, se puso a cocinar como si fuera el día del juicio final, y me obligó a decirle que usted, y Clarisa, fueran ahora mismo a casa a comer… o me castigaría.Ella sonrió. -Me temo que tendrá que soportar ese castigo…-Ni loco…-Pero no tengo hambre…-Tendrá que venir lo mismo. Si frente a los platillos de mi madre sigue sin apetito, se va a su casa y yo me salvo del castigo.La señora Fritz guardó silencio unos instantes. Después de ese día cargado de falsos afectos, le vendría bien el genuino bullicio de una cena con Sara,
Leonardo pensó unos instantes qué podía responder ante la insistencia de su madre.No era tan fácil para él, no suele ser un tema de conversación de madre e hijo, aunque ellos tenían mucha confianza desde hace años.Así que empezó por lo que tenía más claro:-Emma ha sido muy clara conmigo desde el principio, mamá. Fui yo quien le propuso este acuerdo que tenemos ahora. Así que lo que sucede entre nosotros es consensuado, y es mi idea. Ella no quiere una relación seria, ni casarse ni nada como tener una familia. Ya te comenté alguna vez que es una mujer… singular. Libre… no importan los motivos, que de seguro se esconden en su pasado. Importa que ella es así y decidí aceptarlo.Sara puso los ojos en blanco. -Eso lo sé. Lo entendí la primera vez que hablamos de ella. Que te atraía y que, según tú, sólo la deseabas. Ella es una "mujer de mundo", una empresaria y ustedes son dos adultos que por lo que veo ya están en esa fase… física… y espero que se estén cuidando si no van en serio…-
Leonardo llegó a la empresa, subió a su piso y, al recorrer el pasillo principal, se encontró con que Emma ya estaba en su oficina, con la puerta entreabierta y corriendo las cortinas del ventanal para dejar entrar la luz del sol.-Buenos días, señora Fritz. Ha llegado muy temprano hoy.Ella lo miró con una sonrisa limpia. Llevaba una camisa de un vivo color turquesa y una falda gris perla, como si deseara borrar el luto del día anterior. -Buenos días. Usted también llegó muy temprano… ¿A qué se debe? -Quería revisar bien los posibles puestos para el prometido de Susan, y supongo que tendremos que organizar una reunión con el directorio para comunicar lo sucedido con las acciones de Aaron Stuart.-Bien, tiene razón. Yo quería revisar las cosas en las que mi padre estuviera trabajando e ir a su oficina… pero no junté ánimo aún. Habría que reasignarle un puesto a su secretaria. Es una buena oficina… más amplia que la suya… ¿Le gustaría tomarla usted? También podría tener a su secretar
Había sido un estúpido. No quería saber.Bueno, sí que quería, pero Clarisa había tenido razón. Es el tipo de revelaciones que tendría que haber escuchado directamente de Emma.Ahora, además de amarla con más ardor, sabía de dónde provenía ese dolor tan grande que le nublaba los ojos con frecuencia y la empujaba a lugares oscuros de su alma.Esa sensación de vacío que parecía imposible de satisfacer.Karl la había golpeado antes de morir él mismo en un accidente, y eso la había hecho perder un hijo que deseaba a pesar de que esa basura fuera su padre.No podía imaginarse cómo sería vivir algo así.Pensar que alguna vez pensó que era una joven frágil. Cuán equivocado estaba.Por fortuna para Leonardo, tenían demasiado trabajo, y Emma prefirió revisar los asuntos pendientes de Aaron Stuart antes que asistir a la reunión de directorio donde él se encargó de notificar las novedades, ante las miradas de asombro de todos, por lo que no la vio cara a cara hasta después del almuerzo, que ell