Una vez en Londres, fueron al hotel que tenían todos reservado, tres habitaciones, antes de su reunión en las oficinas centrales de Black Ind. El fogoso encuentro en el pequeño baño de avión, había logrado diluir sus nervios previos a la firma del acuerdo, y Emma se sentía capaz de comerse el mundo y lograr incluso una expansión mayor a la que había soñado cuando por fin tomó el mando de las empresas de su marido y del inútil de su padre.Hacía años que ella no se sentía tan feliz y satisfecha, por lo que ahora se obligó a no pensar en nada de su pasado, nada de todo lo oscuro que había vivido para llegar hasta aquí. Tenía que concentrarse en el presente, en lo que ese día pasaría.Se dio un baño tibio y relajante, recordando con una sonrisa el origen de este sudor y este aroma que se le había adherido, recorriéndose lentamente con sus manos y se vistió discreta pero elegantemente, como siempre. Nunca había sido una mujer ostentosa.Cuando se miró al espejo, se sintió satisfecha con
Cuando Emma regresó al salón del señor Black, le extrañó notar que Leonardo no había vuelto, y allí sólo estaba Benjamin, con toda su seductora humanidad desplegada ante ella. De todos modos, y aunque algo incómoda por la extraña situación, se sentó en su lugar: Ben en la cabecera de la mesa y Emma a su derecha.La mesa ya había sido despejada y sólo había sobre ella algunas botellas para preparar tragos. Uno de los empleados de Black esperaba órdenes.-¿Qué le gustaría tomar, señora Fritz?Ella inspeccionó las botellas atentamente, hasta que vio una que la hizo sonreír por el brillo de un recuerdo.-Sólo vodka, gracias. El "bartender" sirvió el pequeño vaso, algo sorprendido. Había imaginado que le solicitarían algo dulce.Benjamin pidió whisky y lo despidió con la mano.Ambos tomaron un pequeño sorbo, estudiándose. Emma cruzó las piernas y espero, echando una última mirada a la entrada del salón, esperando el regreso de Leo.El señor Black la miraba con intensidad. Luego se apoyó
Emma estaba abrumada por la fuerza que él exhibía, la intensidad con la que la deseaba, y lo dejó hacer a sus anchas. Lo estaba disfrutando, aunque fuera consciente de que se trataba de un impulso posesivo del señor Ares.Se aferró a su cabello para besarlo, su suave cabello negro, y Leonardo aumentó la potencia y la velocidad al sentir su sabor.Era demasiado explosivo para que ella se contuviera: la fricción rápida, la excitación contenida de la noche… Emma estalló en miles de gotas, mirándolo a los ojos, y Leo sonreía aún firme, porque tenía mucho más para darle antes del final.-¿Estás bien, Emma? ¿Sigo?Ella lo iba a reprender por la confianza… pero en lugar de eso musitó mientras asentía:-Sí… Con fuerza, Leonardo.Él pareció rugir un poco cuando arremetió en oleadas, con colisiones profundas, observándose a sí mismo mientras entraba y salía de esa cavidad de la que escurría suave savia.Usó también sus dedos, aferrado a esas caderas como si se le fuera la vida en ello, como si
Las negociaciones en París salieron aún mejor de lo que habían esperado, ya que un importante empresario alemán los invitó a su sede en Berlín, haciendo que la expansión fuera aún mayor, ya que de Alemania pasaron a Suiza. Y aunque terminaron absolutamente agotados por el trabajo, estaban orgullosos de lo que al fin habían logrado.Con esa colección de éxitos a cuestas, regresaron a casa, y se tomaron algunos días de descanso que todos aprovecharon bien.Sin embargo, el descanso de Emma terminó antes de lo previsto, con la sorpresiva visita de su padre, Aaron Stuart. Ella lo atendió de pie, en la puerta del edificio en que estaba su departamento, bloqueándole la entrada, con su jefe de seguridad a escasos metros, por si el hombre intentaba ingresar.Se cruzó de brazos y lo miró con desprecio.-Sabes que no eres bienvenido en mi casa. Preferiría que llamaras por teléfono… ¿Qué quieres?Su padre la observó indolente.-Esto es importante, no se puede tratar por teléfono.-Si es de trab
Realmente, Emma era una mujer singular. Tenía tantos matices que era imposible para él no sentirse atraído como si gravitara alrededor de su cuerpo.Lo había deslumbrado desde el primer día.Ahora, simplemente confirmaba sus primeras impresiones.La observó con detenimiento antes de hablar:-Déjeme entender lo que me ha dicho, señora Fritz. Usted le ha dado dinero, durante años, a la amante de su marido, que tiene un hijo. Y ahora, además, quiere darle trabajo a su prometido para cuidarla de sí misma y preservar al niño…Ella lo miró algo sorprendida por el extraño resumen, buscando atisbos de sarcasmo en él y sonrió con cansancio.-Dicho así, suena como que soy una estúpida… ¿no?Leo negó enfáticamente con la cabeza.-No, claro que no. No pensaría nunca eso de usted. Sólo me sorprende tanta empatía con la amante de su marido fallecido…Emma se estremeció al recordar a ese hombre siniestro. -Es que, si usted hubiera visto el tipo de hombre que era Karl… Además, el niño… ¿Qué culpa t
Aaron Stuart era un cobarde, en eso tenía mucha razón su hija. Siempre lo había sido. Un hombre dispuesto a sacrificar a cualquiera con tal de conservar su propio pellejo.Entregó parte de su empresa a sus acreedores sin importarle su futuro, entregó a Emma a un hombre vil y mayor que ella, y, en su momento, también entregó a Karl, lavándose las manos. Y aunque ella le había dicho que se encargaría de todo el asunto, tenía intenciones de deshacerse de Susan y de su pequeño hijo. Desconfiaba, como siempre, de la inteligencia y capacidad de Emma. Una desconfianza que no tenía fundamento, porque no importaba cuánto la hubiera humillado, ella jamás había cometido un error.El problema era que él ya no tenía ninguna fiabilidad para las personas con las que se había vinculado a causa de sus vicios.Nadie le creía, así que difícilmente conseguiría hacer algo contra ellos, ya que no tendría apoyo ni ayuda.Sin embargo, Aaron creía que sí, y por eso acudió a sus socios de siempre. En algún
Leonardo la miraba con reverencia y un afecto nuevo y cada vez mayor.No podía creer nada de lo que acababa de presenciar, aunque ese trato significaba que por fin Emma se libraría de la presencia de su padre en OldTree. Sin embargo, sabía que el resto de los socios, en particular Frederick Meyer, lo verían como un acto desleal.-¿Está bien, señora Fritz?Ella lo miró de un modo extraño.-Perfectamente.-¿Quiere que me encargue yo de este asunto?-Me temo que debería hacerlo yo sola. Y terminar de una vez con este problema que fue siempre mi padre.-No tiene por qué. Además, soy su representante en la empresa… y… no la dejaré sola ahora.Emma sonrió con cansancio. -Lamento que interrumpieran este encuentro. No debí atender. Ahora veo que usted me mira con algo de lástima, y eso no me agrada.Leonardo se sentó a su lado antes de responder:-¿Lástima? ¿Eso es lo que cree? Pues se equivoca, señora Fritz. No es lástima. Esta vez me lee de modo incorrecto.Ella lo miró intrigada.-¿De ver
Fuera del edificio en el que vivía la señora Fritz, un auto desconocido estaba estacionado, apartado de la vista de posibles curiosos. Dentro de él, Yukio, el hombre enviado por Hiro Yasuda, observaba cada movimiento, mientras esperaba la aparición de su objetivo. Cuando vio salir a la alimaña de Aaron Stuart, abrazado a un maletín y con ojos ansiosos, hizo un gesto de fastidio y supo que el hombre estaba a punto de cometer un error.Lo siguió en su auto, y pronto se dio cuenta de que Aaron no iba a su casa, ni tampoco se dirigía a ver al señor Yasuda para pagar su deuda: el señor Stuart caía nuevamente en el vicio, e iba directo a jugarse el dinero con el que tenía que salvar su cuello.Definitivamente, no tenía remedio. Enseguida, Yukio llamó a su jefe.-Señor Yasuda, estoy siguiendo al señor Stuart como me pidió. Ya tiene el dinero, pero… se dirige al salón clandestino de juego del señor Akagi.Del otro lado de la línea se escuchó una maldición. Luego, Yasuda respondió sin emoció