Un día después, Rafael colgó el celular, recién había llamado a Víctor, y quedaron en reunirse con David en un restaurante cercano a la empresa Rowling. —¿Vas a ir? —preguntó Mónica, afligida—. Me preocupa lo que pueda pensar ese hombre. —¿No eres tú la que dice que David es un estúpido? —bromeó, acercándose a ella para calmarla—. Porque no pienso dejar que nos pisotee. Además, seguro quiere entregarle el niño a Víctor, y saber qué piensa hacer con Catherine. —Creí que él era el enemigo… —Arrugó la boca, infantil. Él acarició su mejilla, porque sabía cuando Mónica deseaba su cariño. Ya la conocía. —A veces hay que hacer tratos con el enemigo, se llama estrategia, y puede hacernos ganar —proclamó, alejándose para ponerse el saco—. No te preocupes, volveré lo más pronto posible. Te encargo el papeleo. La mujer hundió las cejas, vio la pila de papeles que había encima del escritorio de su jefe, y pensar que debía leerlos todos… —Vaya trabajo me toca hoy —suspiró, encogida de hombr
—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? —Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. —S-sé
Mónica ignoró las advertencias de su esposo y fue al día siguiente a ver al doctor que seguía su caso. Estaba sentada frente a él, mientras el especialista revisaba los resultados de varios exámenes que le había hecho a Mónica con anterioridad. —Doctor, ¿habrá salvación para mí? —preguntó, afligida. Ella deseaba con toda su alma ser madre, ver a ese pequeño retoño nacido de su amor… —Mmh —El pelinegro acomodó sus lentes y dejó los papeles de lado—. Mónica Lambert, usted ya no tiene necesidad de continuar con los tratamientos que hemos implementado hasta ahora. La expresión de Mónica se horrorizó. Arrugó la frente y llevó ambas manos a su boca, sus ojos se cristalizaron porque las palabras del doctor le dieron a entender que ya no había cura para su infertilidad. —¿Así de grave estoy? —Su voz salió rasposa, debilitada por el dolor interno. El hombre le dedicó una sonrisa a Mónica, lo que la dejó confundida. —Usted está embarazada —informó—. Felicidades, señora. Nuestro esfuerzo
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo? —Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé. La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo. Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión. Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo. —Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación. El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada. —No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó. La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver
Había pasado un día después de haberlo visto revolcándose con otra mujer, y ella estaba decidida en hablar con él respecto a eso. No planeaba mencionar lo del embarazo todavía. Estaba guardando esa carta para la reunión con sus suegros. Buscó a David y lo encontró en su despacho. Él solía trabajar desde allí y pocas veces tenía que ir a la empresa. No estaba solo. Se quedó detrás de la puerta para escuchar la conversación. —R-Rafael… Esta vez prometo pagarte, solo necesito un tiempo más —titubeó—. Ten, esto puede apaciguar las cosas. Mónica no podía ver, ya que la puerta estaba cerrada, pero David le había entregado una pequeña cantidad de dinero en efectivo a su enemigo. Rafael tenía un semblante serio y despreocupado. Agarró los billetes de mala gana. —No me agrada esto de estar recibiendo tu pago en pequeñas cantidades, Lambert —resopló—. Si sigues así, pronto tendré que cobrarme con otras cosas… Tu dedo, por ejemplo. El rubio se horrorizó ante tal amenaza, sabía que Rafae
Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia. Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza. —Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie. —Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada. Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert. —Que Dios la acompañe. Mónica sonrió. Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros. Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la viero
—Mónica, no te queda de otra más que aceptar el divorcio —resopló Damián, él sí tenía esperanzas en ella—. Lo siento. Los labios de Mónica se apretaron, buscando ahogar el llanto que la consumía. Llevó una mano a su vientre, diciéndole mentalmente al bebé que todo estaría bien. —Uff, no soporto ni verle la cara —masculló Catherine. Los verdosos ojos de la pelirroja se clavaron en Mónica, quién se volvió pequeñita para calmar su respiración. Necesitaba mantenerse estable o perdería al bebé. —Hay otra noticia importante —intervino David—. No me estoy divorciando de Mónica solo porque ya no la amo. ¿Otra noticia? ¿Qué más faltaba para romperla por completo? —D-David… —Ella lo miró con agonía, deseaba que se arrepintiera de esa decisión. El hombre caminó a pasos lentos hasta el puesto de su esposa, mirándola con recelo y la mandíbula tensa. Ya no iba a soportarla más. Todo se acabaría. Tomó el mentón de Mónica con su dedo. —Desde que me enteré de tu problema, supe que lo nuestro
—¡¿Catherine?! —David se exaltó. Corrió hacia su amante, de la que se había enamorado perdidamente. La mujer estaba tendida en el suelo, con las manos temblorosas sobre su vientre. —¡Me duele mucho! —se quejó. Mónica abrió los ojos, sabía que no había hecho nada. La misma Catherine se fue de lado con más fuerza, provocando el accidente. Quedó pasmada. Un chorro de sangre empezó a salir por debajo de la falda de Catherine, preocupando a todos en el comedor. ¿Tan fuerte había sido el golpe? Pero… Ella misma lo provocó. ¿Qué tan cínica podía ser? Mónica se sentó en el suelo, devastada y sin poder decir una palabra al ver la escena. —¡Está sangrando! —exclamó Rowena, acercándose—. ¡Llama a una ambulancia ya, David! La sangre era mucho más abundante que la propia menstruación. David estaba aterrado, porque no quería perder a su pequeño heredero. Sacó su celular, llamando a emergencias. —Mi bebé… —titubeó Catherine, estaba débil. Sentía que iba a desmayarse, y le dolía, aunque er