La mirada de Angelo nunca se apartó de la de Cassandra. Con cada prenda que caía, su confianza se volvía más evidente, más intimidante. —Recuerda que eres mi amante —dijo con frialdad—. Aceptaste eso sin problemas esta mañana en la oficina. Y, por cierto, tenemos un contrato. Cumple. Cassandra sintió cómo una mezcla de deseo y rencor se agitaba en su interior. —No soy solo una amante —respondió, su voz más suave pero aún desafiante—. Soy la mujer que… Angelo se acercó, eliminando cualquier distancia entre ellos. Ella guardó silencio, incapaz de articular sus pensamientos mientras él se mantenía semidesnudo frente a ella, su piel tocando la suya, acelerando el latido de su corazón. —Eres lo que quiero que seas —susurró ese italiano, inclinándose hacia ella, sus rostros tan cerca que podía sentir su calor—. Así como debes darme lo que quiero cuando lo deseo, sin rechistar, como ahora… —dijo, mientras su mano levantaba la pierna izquierda de Cassandra apoyándola en su cadera
En la oficina de su mansión, el señor Fiorentino se reclinó en su silla tras el escritorio, sus dedos entrelazados, como un depredador esperando por la presa. La luz de la mañana, se filtraba por las ventanas, proyectando líneas de sombra sobre su rostro. ¡CLANK! La puerta se abrió de golpe y Madeline entró, con su cabello castaño corto enmarcando su rostro y sus ojos grises reluciendo con inteligencia, se plantó frente a él. —¿Cuál es el motivo de pedirme esta reunión, Madeline? —demandó Angelo, su voz grave y cortante como el hielo—. ¿Qué son esas supuestas nuevas pruebas de Cassandra que afirmas tener? Madeline inhaló profundo, desafiando la mirada gélida de su esposo. Sabía que estaba lidiando con un hombre que no solo era frío, sino también arrogante y calculador. Sin embargo, las cartas estaban sobre la mesa y no había vuelta atrás. —He venido a pedirte que me acompañes esta noche a la fiesta de una amistad de la familia, como mi marido que aún eres —dijo ella, trata
En uno de los pasillos menos transitados de la mansión, Cassandra Brenaman aguardaba en una habitación que parecía más una bodega que otra cosa. Estaba rodeada de cajas selladas, sintiéndose atrapada en un momento de espera angustiosa, lejos de la asistente que Angelo le había impuesto, la señorita Miller, quien ya la había perdido de vista. Mientras tanto, la sirvienta Margaret se había puesto en contacto con ella, revelando que Madeline llegaría ese día y deseaba verla en persona. De repente, la puerta se abrió de golpe. ¡CLANK! La figura de Madeline apareció, dulce y aparentemente inocente, aunque Cassandra sabía que esa fachada escondía otra realidad. —¡Lo hice! ¡Logré que mi marido acepte salir esta noche conmigo! —exclamó Madeline, su voz llena de seguridad—. Tienes que desaparecer con esas niñas. Margaret te ayudará a distraer a Robert. Cassandra sintió una mezcla de asombro y desconfianza ante la astucia de esa mujer. Siempre había creído que Madeline era inocente
El señor Fiorentino pasó de lado a Robert, acercándose a Cassandra con pasos firmes. —¿Dónde estuviste esta mañana? —susurró, su voz fría y cortante, evidenciando su creciente molestia. Se inclinó hacia ella, tomando su antebrazo derecho—. Envié a todos a buscarte y… —¡CASSI! —gritaron las gemelas al unísono, corriendo hacia la mujer rubia. Angelo frunció levemente el ceño, interrumpido por sus hijas. Después de un suspiro de resignación, dejó que las pequeñas la rodearan. —¡Pensé que no vendrías! Iremos donde tío Antonio —dijo Cristal, la gemela mayor, sin poder ocultar su entusiasmo—. ¡También estará Francesca! Ella es como una sirena, canta precioso. —Francesca… —Cassandra recordó a la famosa cantante de ópera clásica. Luego miró a Angelo, preguntando en un susurro—. ¿Por qué vamos hacia ahí? —En realidad, las que van son las gemelas —el corazón de Cassandra se detuvo un instante, creyendo que sus planes de escapar esa noche se habían arruinado. Pero Angelo continuó—. Las re
—¿Acaso crees que haciendo lo que no hiciste con las gemelas borrarás tu error? —rompió ella el silencio en la limusina, sollozando—. Fuiste un padre terrible durante todo mi embarazo, Angelo. Angelo, con los brazos cruzados, fijó su mirada helada en Cassandra. Su expresión era de desdén, claramente descontento con lo que ella había dicho. —¿De qué hablas? Fuiste tú quien me ocultó el embarazo de las niñas —replicó ese hombre, su voz resonando con una mezcla de ira y defensa—. ¿Lo has olvidado? Yo no tenía forma de saber si eran mías o no. Estabas en la cárcel y yo, recuperándome de una operación y un accidente aéreo que casi me cuesta la vida. —¡Angelo, soy inocente y está comprobado! —gritó Cassandra, su voz quebrándose en el interior de la limusina en movimiento. —¿Inocente? Hay dos versiones de la verdad. La de mi familia, que te señalan como culpable, y las de Marco, que son tan falsas como él —dijo, frunciendo el ceño, el CEO de mirada implacable. Cassandra sintió que las
✧✧✧ Hace cinco años. ✧✧✧ —¿Qué tal me veo? —preguntó Evelyn, sonriendo en la boutique francesa, mientras modelaba su vestido de cumpleaños. —Estás hermosa, hermana, lo sabes —la elogió Madeline, sentada en una silla, observándola probarse el vestido recién importado de París. —¡Seré la más hermosa de todas! Aprovecharé, en mi fiesta voy a seducirlo. —¿Angelo Fiorentino? ¿Sigues pensando en él? —Nos amamos, Madeline. Es algo que no puedes entender. ¿Cuándo te ha importado alguien lo suficiente como para quererlo a tu lado por el resto de tu vida? —¡JA! —Madeline soltó una sonrisa burlona, cruzándose de brazos mientras veía a su hermana como si fuera una tonta—. ¿Y qué harás con la estúpida esa que vive pegada a él? Vi la lista de invitados y ella está ahí. No debiste invitarla. —¡La odio! Pero tenía que hacerlo. Dicen que cuando la hija de los Brenaman no es invitada, sus "dos protectores" tampoco llegan. Quiero que Angelo esté presente, así que esa mujer también debe asis
Una figura alta y esbelta, llena de feminidad, se movía con gracia en la cocina. Su cabello largo, lacio y de un oscuro rojo granate caía hasta su cintura, mientras que sus ojos, de un profundo azul marino, brillaban con intensidad. Los labios, pintados de un rojizo bermellón, complementaban su apariencia de modelo de la élite europea. Cassandra la observaba con atención mientras Francesca Rossi preparaba batidos de frutas naturales. No había duda de que Francesca era una estrella, incluso fuera del escenario. —Escuché que estás embarazada. ¡Felicidades! —exclamó Francesca con una sonrisa y un marcado acento italiano—. Yo también quiero hijos, me encantan los niños. Pero aún no, tengo tantas cosas en la cabeza ahora mismo. —Sí, los niños son hermosos —respondió Cassandra, sintiendo un ligero rubor en sus mejillas. En su mente, ya había deducido que Antonio había compartido la noticia de su embarazo con Francesca. —Déjame adivinar. ¿Quieres un niño, verdad? Cassandra se sintió i
Angelo se sorprendió ante el pedido de su exesposa. La incredulidad lo invadió, y de inmediato se distanció de Cassandra. —¿Qué estás tramando? —le preguntó, la desconfianza evidente en su rostro. —¿Crees que estoy tramando algo? Solo te pedí un beso… ¿O soy tan poca cosa para ti que no lo harías? —respondió ella, dejando entrever una pizca de coquetería en su voz. Él se sintió confundido. No sabía qué pasaba por la cabeza de Cassandra, ni si era un intento de distraerlo antes de escapar. Después de todo, podía esperar cualquier cosa de ella. —¿No lo harás? Entonces vete y déjame como un ave enjaulada… —susurró ella, su expresión ahora seria mientras le pasaba a su lado. Angelo la agarró con fuerza del antebrazo izquierdo. —¡Ah! —gritó Cassandra al sentir cómo él la atraía hacia su cuerpo con una firmeza posesiva. Su mirada penetrante examinaba a su exesposa, buscando cualquier rastro de engaño. Sabía que ella tramaba algo, y su corazón latía con fuerza, incapaz de solta