—¿Qué? ¿Otra vez con eso, Angelo? —preguntó Cassandra, frunciendo el ceño mientras se acercaba al escritorio del CEO. ¡PUM! Con un golpe, apoyó las palmas de sus manos sobre la superficie, sus ojos dorados brillando con furia. —¡NO LAS HE VISTO! ¡¿Vuelves a decirme que esto seguirá así?! Angelo, sentado con las piernas cruzadas, exhaló lentamente, mostrando una expresión de aburrimiento que resultaba casi insultante. —¿Realmente pensaste que después de verte con Marco, te dejaría volver a ver a mis hijas, Cassandra? Las manos de Cassandra se convirtieron en puños apretados. Intentó controlar su rabia, pero esa resolución se desvaneció en cuestión de segundos. Ella caminó alrededor del escritorio, girando la silla de Angelo para enfrentarlo directamente. —¡MARCO NO ES MI MALDITO AMANTE! ¿ACASO NO ERES TÚ MI ESTÚPIDO AMANTE? ¡ME TIENES HARTA CON TUS CELOS INFUNDADOS! —Cassandra se inclinó hacia él, sus manos aferrándose al cuello del elegante saco que él lucía, mientras
Angelo se quedó en silencio, su mirada fija en la pantalla de la computadora. Las palabras de Cassandra resonaban en su mente, como un eco que no podía ignorar. Abrió el cajón con clave de su escritorio, sacando un sobre que contenía las fotografías de Marco y Cassandra juntos, en momentos que nadie debería haber presenciado. —¿Escuchaste la advertencia que te di? ¡No! ¡Por supuesto que no lo hiciste! —dijo Antonio con desdén, viendo cómo Angelo revisaba las imágenes. —Son falsas —respondió Angelo, aunque su voz tembló un poco. —Apuesto a que si investigamos, podemos encontrar al responsable. Fue la loca de Madeline quien te las dio, ¿no? Los ojos azules de Angelo recorrieron las fotografías con atención. Antes, apenas había podido mirarlas. El odio hacia Cassandra y la traición de Marco lo habían cegado, pero ahora, cada imagen parecía perforar su corazón. —Es cierto… Están demasiado bien hechas. El diseñador debió estudiar cada detalle: medidas, tonos de piel, tipos de lu
Esa noche en la mansión Fiorentino. Cassandra se encontraba en el baño de la habitación del señor Fiorentino, el vapor del agua caliente envolviendo el ambiente mientras se preparaba para disfrutar de un descanso… Bueno, al menos eso intentaría. Después de todo, no estaba segura de descansar cómoda en esa habitación. Esa misma en la que vivió siendo la señora Fiorentino, cinco años atrás. La mujer rubia se deslizó bajo el chorro de agua tibia, que caía como un manto sobre su piel. Ella cerró los ojos, permitiendo que la calidez del agua envuelva su figura esbelta y ejercitada. Apoyó su mano derecha en su vientre. —Un bebé más… Susurró para sí misma, una pequeña sonrisita curvando sus labios. De repente, un sonido la sacó de su trance: Clack~ la puerta del cuarto de baño, se abrió con un suave crujido. Angelo, con su presencia imponente, se detuvo bajo el marco de la puerta. Su alta figura apoyándose al pilar derecho. Cassandra, aún con el agua resbalando por
La mirada de Angelo nunca se apartó de la de Cassandra. Con cada prenda que caía, su confianza se volvía más evidente, más intimidante. —Recuerda que eres mi amante —dijo con frialdad—. Aceptaste eso sin problemas esta mañana en la oficina. Y, por cierto, tenemos un contrato. Cumple. Cassandra sintió cómo una mezcla de deseo y rencor se agitaba en su interior. —No soy solo una amante —respondió, su voz más suave pero aún desafiante—. Soy la mujer que… Angelo se acercó, eliminando cualquier distancia entre ellos. Ella guardó silencio, incapaz de articular sus pensamientos mientras él se mantenía semidesnudo frente a ella, su piel tocando la suya, acelerando el latido de su corazón. —Eres lo que quiero que seas —susurró ese italiano, inclinándose hacia ella, sus rostros tan cerca que podía sentir su calor—. Así como debes darme lo que quiero cuando lo deseo, sin rechistar, como ahora… —dijo, mientras su mano levantaba la pierna izquierda de Cassandra apoyándola en su cadera
En la oficina de su mansión, el señor Fiorentino se reclinó en su silla tras el escritorio, sus dedos entrelazados, como un depredador esperando por la presa. La luz de la mañana, se filtraba por las ventanas, proyectando líneas de sombra sobre su rostro. ¡CLANK! La puerta se abrió de golpe y Madeline entró, con su cabello castaño corto enmarcando su rostro y sus ojos grises reluciendo con inteligencia, se plantó frente a él. —¿Cuál es el motivo de pedirme esta reunión, Madeline? —demandó Angelo, su voz grave y cortante como el hielo—. ¿Qué son esas supuestas nuevas pruebas de Cassandra que afirmas tener? Madeline inhaló profundo, desafiando la mirada gélida de su esposo. Sabía que estaba lidiando con un hombre que no solo era frío, sino también arrogante y calculador. Sin embargo, las cartas estaban sobre la mesa y no había vuelta atrás. —He venido a pedirte que me acompañes esta noche a la fiesta de una amistad de la familia, como mi marido que aún eres —dijo ella, trata
En uno de los pasillos menos transitados de la mansión, Cassandra Brenaman aguardaba en una habitación que parecía más una bodega que otra cosa. Estaba rodeada de cajas selladas, sintiéndose atrapada en un momento de espera angustiosa, lejos de la asistente que Angelo le había impuesto, la señorita Miller, quien ya la había perdido de vista. Mientras tanto, la sirvienta Margaret se había puesto en contacto con ella, revelando que Madeline llegaría ese día y deseaba verla en persona. De repente, la puerta se abrió de golpe. ¡CLANK! La figura de Madeline apareció, dulce y aparentemente inocente, aunque Cassandra sabía que esa fachada escondía otra realidad. —¡Lo hice! ¡Logré que mi marido acepte salir esta noche conmigo! —exclamó Madeline, su voz llena de seguridad—. Tienes que desaparecer con esas niñas. Margaret te ayudará a distraer a Robert. Cassandra sintió una mezcla de asombro y desconfianza ante la astucia de esa mujer. Siempre había creído que Madeline era inocente
El señor Fiorentino pasó de lado a Robert, acercándose a Cassandra con pasos firmes. —¿Dónde estuviste esta mañana? —susurró, su voz fría y cortante, evidenciando su creciente molestia. Se inclinó hacia ella, tomando su antebrazo derecho—. Envié a todos a buscarte y… —¡CASSI! —gritaron las gemelas al unísono, corriendo hacia la mujer rubia. Angelo frunció levemente el ceño, interrumpido por sus hijas. Después de un suspiro de resignación, dejó que las pequeñas la rodearan. —¡Pensé que no vendrías! Iremos donde tío Antonio —dijo Cristal, la gemela mayor, sin poder ocultar su entusiasmo—. ¡También estará Francesca! Ella es como una sirena, canta precioso. —Francesca… —Cassandra recordó a la famosa cantante de ópera clásica. Luego miró a Angelo, preguntando en un susurro—. ¿Por qué vamos hacia ahí? —En realidad, las que van son las gemelas —el corazón de Cassandra se detuvo un instante, creyendo que sus planes de escapar esa noche se habían arruinado. Pero Angelo continuó—. Las re
—¿Acaso crees que haciendo lo que no hiciste con las gemelas borrarás tu error? —rompió ella el silencio en la limusina, sollozando—. Fuiste un padre terrible durante todo mi embarazo, Angelo. Angelo, con los brazos cruzados, fijó su mirada helada en Cassandra. Su expresión era de desdén, claramente descontento con lo que ella había dicho. —¿De qué hablas? Fuiste tú quien me ocultó el embarazo de las niñas —replicó ese hombre, su voz resonando con una mezcla de ira y defensa—. ¿Lo has olvidado? Yo no tenía forma de saber si eran mías o no. Estabas en la cárcel y yo, recuperándome de una operación y un accidente aéreo que casi me cuesta la vida. —¡Angelo, soy inocente y está comprobado! —gritó Cassandra, su voz quebrándose en el interior de la limusina en movimiento. —¿Inocente? Hay dos versiones de la verdad. La de mi familia, que te señalan como culpable, y las de Marco, que son tan falsas como él —dijo, frunciendo el ceño, el CEO de mirada implacable. Cassandra sintió que las