✧✧✧ Tres días después. ✧✧✧ El sol de la mañana iluminaba a través de los frondosos árboles, creando un hermoso juego de imponentes sombras y pequeñas luces sobre el césped bien cuidado en el jardín este de la mansión Fiorentino. Arbustos floreados de distintas tonalidades adornaban los alrededores, un ambiente fresco y agradable que era llenado por el cántico de los pajarillos y el sonido de las ramas meciéndose al compás del viento. Cassandra se acercaba con una bandeja en sus manos que contenía la merienda de las gemelas, a una distancia considerable sin interferir en el ambiente unos guardaespaldas y una sirvienta vigilaban a las niñas. Al acercarse a Cristal y Clara, Cassandra notó que la calma del jardín había sido interrumpida. Ahí, en la suave hierba, cerca de las pequeñas y coloridas bicicletas, estaban Cristal y Clara, las gemelas Fiorentino. Clara, la más pequeña, estaba sentada en el suelo, con lágrimas en los ojos y la cara roja por el llanto. Cristal, la
Cassandra, con el corazón latiendo con fuerza, respiró hondo y dijo: —Quiero pedir permiso para llevar a las gemelas a la salida semanal que siempre tienen. Angelo frunció el ceño, viéndola como si fuera tonta. —¿Te has vuelto loca? No permitiré que salgas con mis hijas. Cassandra sintió que su cuerpo temblaba ante la presencia fría e imponente de ese CEO, pero la determinación brilló en sus hermosos ojos dorados. —Ellas lo están necesitando, Angelo. Necesitan un respiro de esta tormenta de emociones a su alrededor… Y tú sabes que digo la verdad… Angelo arqueó una ceja, como si no entendiera en lo absoluto lo que decía la rubia, para él, sus hijas tenían una vida perfecta. —Cancelaré la salida de ellas. Con una semana que no salgan, no se van a morir. El ambiente en la oficina de inmediato se volvió tensó. Cassandra hizo sus manos en puños, y clavó su mirada llena de indignación en ese hombre. —¡TIENES QUÉ! ¡Ellas estaban llorando porque su supuesta "madre" está desa
La limusina se detuvo en la marina exclusiva donde se ubicaba el Yate del señor Fiorentino, el sonido de las gaviotas se entrelazaba con el aroma del mar, el viento agitando el cabello rubio de esa mujer y sus hijas que bajaron del vehículo. En ese instante, un lujoso auto se acercó, y de él emergió Antonio Rossi, con una elegancia casual en su atuendo de tonalidades claras. El hombre italiano, con una sonrisa amplia y amistosa, se acercó a las niñas, saludando con entusiasmo. —¡Pequeñas! —exclamó Antonio, acercándose—. ¿Listas para un día de playa? —¡Sí! —dijeron las niñas al unísono. Cassandra sintió un escalofrío. Cuando la mirada de ese hombre se clavó en ella por un instante. Sabía que Angelo desconfiaba de ella, pero no que creyera incluso más en ese hombre, cuya aura escalofriante atemorizaría a cualquiera. Mientras Antonio dirigía a las gemelas que avanzaron delante de ellos, Cassandra sintió un tirón en su brazo… Era Antonio. Que se inclinó hacia esa mujer rubi
—¡Clara! ¡¿Qué hiciste?! —gritó Cristal molesta, a la vez que sacudía la arena de su traje de baño de colores—. ¡Ya me aburrí! ¡Ya no jugaré a esto! ¡Quiero ir a surfear! Cassandra, sorprendida, la miró fijamente. —¿Surfear?, Ustedes no saben de eso… Y no hemos traído tablas; no puedo guiarlas en algo tan peligroso —respondió Cassandra, la preocupación marcando su voz. ¡Por supuesto que las niñas no sabían algo como Surfear!, pero al menos, sí nadar. —No sé hacerlo, pero puedo pedirle a papá que busque un nuevo instructor para que me enseñe. ¡Ahorita, quiero nadar con él! —dijo Cristal, corriendo hacia Angelo. —¡Cristal, espera! —la intentó detener Cassandra, algo que fue inútil. La adorable mini silueta de la niña en bañador con sandalias, trencitas y un sombrero playero, se iba haciendo cada vez más pequeña conforme se alejaba hacia su padre. Angelo, que estaba reclinado en una silla de playa, revisando su tablet, con gafas oscuras, como si el mundo a su alrededor no exi
El yate avanzaba suavemente sobre las aguas tranquilas, mientras el cielo se transformaba en un lienzo de colores, tonos de naranja, rosa y violeta se entrelazaban. El sol radiante sumergiéndose lentamente en el horizonte, dejando un rastro dorado en la superficie del mar. La brisa marina acariciaba el rostro de Cassandra, meciendo sus cabellos rubios. Las gemelas, exhaustas después de un día repleto de juegos en la playa, dormían plácidamente en una habitación del interior del yate, ajenas a la belleza del momento. Cassandra exhaló, sintiendo una mezcla de nostalgia y melancolía. Sus ojos dorados se posaron en la isla que cada vez se veía más lejana. Fue en ese instante que los recuerdos la invadieron. ……….. ✧✧✧ Doce años en el pasado. ✧✧✧ El sendero natural de tierra se alzaba ante ellos, montaña arriba. Cassandra y Angelo caminaban entre los senderos serpenteantes, ambos adolescentes con la emoción plasmada en sus rostros. —¡Date prisa! ¡Quiero ver la puesta d
—¿Al llegar. Vas a quedarte en la ciudad, Ange… Digo, "Señor Fiorentino"? —preguntó Cassandra, aunque su voz sonaba más como una súplica, al no querer pasar tiempo con él de regreso a la mansión. El CEO Fiorentino, ignoró la pregunta de esa mujer, viéndola innecesaria de responder. Angelo se dirigió hacia la gemelita menor, Clara, y le entregó una caja delicadamente envuelta. —¿Mío?, gracias, papá… —susurró Clara tímidamente. De inmediato, Cristal se inclinó hacia Clara curioseando. Cassandra contuvo la respiración mientras Clara abría la caja y su rostro se iluminaba al descubrir unos zapatos rosados de diseñador, únicos, que Cassandra reconocía como un lujo. "Es solo materialismo…" Pensó esa mujer rubia. "Como siempre, las vive llenando de obsequios y lujos, para no darles su verdadera atención y…" —¡Papá! ¡Lo recordaste! ¡Los zapatos que me prometiste en el club! —exclamó Clara, llenando el aire con su inocente alegría. ¡Cassandra abrió sus ojos de par en par,
La limusina se detuvo con un suave sonido en el área exclusiva del estadio, su tonalidad negra brillando bajo las luces de la noche. Cassandra frunció el ceño, observando frente a ella el imponente estadio. A su lado, la pequeña Clara, gemela menor, que hizo una mueca de desagrado viendo el coloso de fútbol a la vez que se aferraba a la mano de Cassandra. Por otro lado, Cristal, la gemela mayor, veía el escenario con sus ojitos brillando de emoción. Ella tomó la mano de su padre, y le preguntó de inmediato: —¿Vamos a ver un juego de Soccer juntos, papi? Angelo asintió, con una leve sonrisa que, sorprendió a la mujer rubia al costado de él. —Prefiero que le digas simplemente, fútbol —corrigió él—. Cuando vayamos a Italia con los abuelos, te llevaré a ver a mi equipo favorito. —¡Oh! Los abuelitos, siiii~ ¿y cuál es tu equipo favorito, papá? —La ACF Fiorentina —respondió él, con voz firme. Mientras caminaban hacia los palcos. Detrás de ellos, Cassandra y Clara. —No quiero
La limusina avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad, su interior impregnado de un ambiente tenso. Las gemelas, Cristal y Clara, dormían plácidamente en sus sillas de seguridad, ajenas al mundo que las rodeaba. Cassandra, cruzando los brazos sobre su vestido corto hasta sus rodillas, recatado, y de un opaco color vino, miraba por la ventana, sintiendo un torbellino de emociones contradictorias en su interior. Suspiró y, al final, apenas audible, murmuró: —No eres tan mal padre… Por el día que les diste hoy a ellas… Gracias. Angelo, que se había sentado a su lado, arqueó una ceja con desdén. Su mirada fría se posó en ella como si fuera un objeto más en la limusina. —Te equivocas, mujer. Yo no he hecho nada por ti, no agradezcas. Todo esto es entre mis hijas y yo. ¡Cassandra exhaló! "¿Espera que me crea eso?, claramente disfrutó la salida con las niñas" Pensó ella frunciendo ligeramente el ceño. —Yo solo decía. No tienes que reaccionar así, Angelo. —P