La limusina se detuvo en la marina exclusiva donde se ubicaba el Yate del señor Fiorentino, el sonido de las gaviotas se entrelazaba con el aroma del mar, el viento agitando el cabello rubio de esa mujer y sus hijas que bajaron del vehículo. En ese instante, un lujoso auto se acercó, y de él emergió Antonio Rossi, con una elegancia casual en su atuendo de tonalidades claras. El hombre italiano, con una sonrisa amplia y amistosa, se acercó a las niñas, saludando con entusiasmo. —¡Pequeñas! —exclamó Antonio, acercándose—. ¿Listas para un día de playa? —¡Sí! —dijeron las niñas al unísono. Cassandra sintió un escalofrío. Cuando la mirada de ese hombre se clavó en ella por un instante. Sabía que Angelo desconfiaba de ella, pero no que creyera incluso más en ese hombre, cuya aura escalofriante atemorizaría a cualquiera. Mientras Antonio dirigía a las gemelas que avanzaron delante de ellos, Cassandra sintió un tirón en su brazo… Era Antonio. Que se inclinó hacia esa mujer rubi
—¡Clara! ¡¿Qué hiciste?! —gritó Cristal molesta, a la vez que sacudía la arena de su traje de baño de colores—. ¡Ya me aburrí! ¡Ya no jugaré a esto! ¡Quiero ir a surfear! Cassandra, sorprendida, la miró fijamente. —¿Surfear?, Ustedes no saben de eso… Y no hemos traído tablas; no puedo guiarlas en algo tan peligroso —respondió Cassandra, la preocupación marcando su voz. ¡Por supuesto que las niñas no sabían algo como Surfear!, pero al menos, sí nadar. —No sé hacerlo, pero puedo pedirle a papá que busque un nuevo instructor para que me enseñe. ¡Ahorita, quiero nadar con él! —dijo Cristal, corriendo hacia Angelo. —¡Cristal, espera! —la intentó detener Cassandra, algo que fue inútil. La adorable mini silueta de la niña en bañador con sandalias, trencitas y un sombrero playero, se iba haciendo cada vez más pequeña conforme se alejaba hacia su padre. Angelo, que estaba reclinado en una silla de playa, revisando su tablet, con gafas oscuras, como si el mundo a su alrededor no exi
El yate avanzaba suavemente sobre las aguas tranquilas, mientras el cielo se transformaba en un lienzo de colores, tonos de naranja, rosa y violeta se entrelazaban. El sol radiante sumergiéndose lentamente en el horizonte, dejando un rastro dorado en la superficie del mar. La brisa marina acariciaba el rostro de Cassandra, meciendo sus cabellos rubios. Las gemelas, exhaustas después de un día repleto de juegos en la playa, dormían plácidamente en una habitación del interior del yate, ajenas a la belleza del momento. Cassandra exhaló, sintiendo una mezcla de nostalgia y melancolía. Sus ojos dorados se posaron en la isla que cada vez se veía más lejana. Fue en ese instante que los recuerdos la invadieron. ……….. ✧✧✧ Doce años en el pasado. ✧✧✧ El sendero natural de tierra se alzaba ante ellos, montaña arriba. Cassandra y Angelo caminaban entre los senderos serpenteantes, ambos adolescentes con la emoción plasmada en sus rostros. —¡Date prisa! ¡Quiero ver la puesta d
—¿Al llegar. Vas a quedarte en la ciudad, Ange… Digo, "Señor Fiorentino"? —preguntó Cassandra, aunque su voz sonaba más como una súplica, al no querer pasar tiempo con él de regreso a la mansión. El CEO Fiorentino, ignoró la pregunta de esa mujer, viéndola innecesaria de responder. Angelo se dirigió hacia la gemelita menor, Clara, y le entregó una caja delicadamente envuelta. —¿Mío?, gracias, papá… —susurró Clara tímidamente. De inmediato, Cristal se inclinó hacia Clara curioseando. Cassandra contuvo la respiración mientras Clara abría la caja y su rostro se iluminaba al descubrir unos zapatos rosados de diseñador, únicos, que Cassandra reconocía como un lujo. "Es solo materialismo…" Pensó esa mujer rubia. "Como siempre, las vive llenando de obsequios y lujos, para no darles su verdadera atención y…" —¡Papá! ¡Lo recordaste! ¡Los zapatos que me prometiste en el club! —exclamó Clara, llenando el aire con su inocente alegría. ¡Cassandra abrió sus ojos de par en par,
La limusina se detuvo con un suave sonido en el área exclusiva del estadio, su tonalidad negra brillando bajo las luces de la noche. Cassandra frunció el ceño, observando frente a ella el imponente estadio. A su lado, la pequeña Clara, gemela menor, que hizo una mueca de desagrado viendo el coloso de fútbol a la vez que se aferraba a la mano de Cassandra. Por otro lado, Cristal, la gemela mayor, veía el escenario con sus ojitos brillando de emoción. Ella tomó la mano de su padre, y le preguntó de inmediato: —¿Vamos a ver un juego de Soccer juntos, papi? Angelo asintió, con una leve sonrisa que, sorprendió a la mujer rubia al costado de él. —Prefiero que le digas simplemente, fútbol —corrigió él—. Cuando vayamos a Italia con los abuelos, te llevaré a ver a mi equipo favorito. —¡Oh! Los abuelitos, siiii~ ¿y cuál es tu equipo favorito, papá? —La ACF Fiorentina —respondió él, con voz firme. Mientras caminaban hacia los palcos. Detrás de ellos, Cassandra y Clara. —No quiero
La limusina avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad, su interior impregnado de un ambiente tenso. Las gemelas, Cristal y Clara, dormían plácidamente en sus sillas de seguridad, ajenas al mundo que las rodeaba. Cassandra, cruzando los brazos sobre su vestido corto hasta sus rodillas, recatado, y de un opaco color vino, miraba por la ventana, sintiendo un torbellino de emociones contradictorias en su interior. Suspiró y, al final, apenas audible, murmuró: —No eres tan mal padre… Por el día que les diste hoy a ellas… Gracias. Angelo, que se había sentado a su lado, arqueó una ceja con desdén. Su mirada fría se posó en ella como si fuera un objeto más en la limusina. —Te equivocas, mujer. Yo no he hecho nada por ti, no agradezcas. Todo esto es entre mis hijas y yo. ¡Cassandra exhaló! "¿Espera que me crea eso?, claramente disfrutó la salida con las niñas" Pensó ella frunciendo ligeramente el ceño. —Yo solo decía. No tienes que reaccionar así, Angelo. —P
Cuando finalmente Cassandra regresó a su habitación esa noche, sintiéndose exhausta, se encontró con una… sorpresita. En su cama, había una sensual lencería color violeta, acompañada de una nota de Angelo que le ordenaba que la utilizara. Cassandra exhaló, sintiendo una mezcla de frustración, pero también… ¿Deseo? En su mente recordó el viaje en la limusina. Ella lo mordió, lo hizo sangrar, pero… Él no arremetió violentamente contra ella. —Maldito meticuloso —murmuró para sí misma, dándose cuenta de que el día entero había estado planeado con precisión, como un juego en el que ella era la pieza que él movía a su antojo. "Oh no, señor Fiorentino. No tendrás el control esta noche" Pensó ella, una sonrisita traviesa curvando sus sensuales labios color cereza. …………. Cassandra se encontraba frente a las puertas de la habitación. Cerró sus ojos, soltando un suspiro cargado de nerviosismo, a la vez que su mano se posaba sobre la manija y… Click~ Abrió la puerta. Ingresando a
El sol radiante del nuevo día se filtraba por las ramas del frondoso árbol, bajo el, una mesa de jardín, donde fue servido el desayuno de las gemelas. Sin embargo, Cassandra observó que las niñas no parecían muy contentas, desde que las despertó esa mañana y comenzó a prepararlas para iniciar su agenda. Había algo en ellas que la inquietaba. —¿No tienen apetito? —les preguntó Cassandra, sentándose en una silla frente a las gemelas. —No es eso… —hizo un puchero Cristal, mientras con el tenedor jugaba con la comida en su plato. —Cristal. Eso es de mala educación —le recordó Cassandra, con voz suave y delicada—. Saben que ahora soy… Soy su niñera, y si algo les sucede, les han dicho o hecho, pueden contarme, siempre querré ayudarlas. Clara hizo un puchero, después de tomar de la leche en su vaso. —Es que nadie dice nada de mamá aún… —dijo la niña menor, cabizbaja. ¡Nuevamente, un golpe directo al corazón de Cassandra! —Oh… Madeline… —susurró esa mujer, soltando un larg