Capítulo 05: ¿Dulce reencuentro?

Habían pasado tres días… ¡Tres malditos días de confinamiento!

Soportando hambre y en absoluto aislamiento, nada más que una asfixiante soledad y el rotundo silencio que la hacía sentir prisionera.

¿Quién se creía ese hombre para tratarla peor que un animal?

Cassandra Brenaman se encontraba en una habitación de la mansión, cuya única ventana daba al jardín del este.

Desde allí, durante la mañana observaba una escena que le desgarraba el corazón: dos figuras, que a lo lejos parecían ser sus gemelas, reían y jugaban entre sí.

"¡Lo hace a propósito! ¡Es claro que busca torturarme!"

Pensaba la mujer rubia, sin embargo, su cuerpo pálido y tembloroso comenzaba a verse demacrado, sus grandes ojeras ante el insomnio que le impedía descansar, y el sonido de su estómago hambriento… Solo la hacían darse cuenta de la miseria en la que había caído.

Ese tercer día, en la noche, la puerta se abrió de golpe.

¡CLANK!

Dos guardias la agarraron por los brazos, arrastrándola fuera de la habitación.

—¡¿A dónde me llevan, desgraciados?! ¡Suéltenme! —gritaba ella débilmente, pero con su espíritu de lucha aún sin extinguirse por completo.

………

Dentro de la mansión, en el bar-salón de Angelo. La música sonaba en compañía de una charla casual.

El corazón de Cassandra latía lleno de incertidumbre, al ver el lugar opaco impregnado del aroma a alcohol y tabaco.

Angelo y su amigo Antonio Rossi, que estaban sentados alrededor de una mesa de póker, rodeados de fichas y copas, clavaron sus miradas en esa mujer, retenida por los guardias de seguridad.

—¿Ella es tu nueva apuesta? —bromeó Antonio, con una sonrisa burlista.

—No vale tanto para ser apostada, si la ganas, saldrías perdiendo —respondió Angelo, sus ojos recorriendo el cuerpo de Cassandra de arriba abajo con desprecio.

¡Cassandra sintió su rostro arder de furia!, pero solo en instantes, ese enojo, pasó a vergüenza cuando su estómago la traicionó y rugió de hambre.

—Parece que la estás matando de hambre —comentó Antonio, su voz llena de burla, mientras Angelo tenía su gélida mirada en ella.

—Es bastante terca. Aunque le ofrecí ayuda, no aceptó. Si quiere morir, que lo haga —dijo ese CEO, como si hablara de un animal enjaulado, que no valía absolutamente nada.

¡Eran claras las intenciones de su maldito exesposo!

¡Pero Cassandra NO pediría perdón y aceptaría fácilmente ser su amante!

Ella, llena de rabia, lo maldijo con todas sus fuerzas:

—¡Maldito desquiciado! ¡NUNCA voy a negociar NADA contigo! ¡Podré morir de hambre, pero no me voy a rebajar a ser tu juguete!

Antonio, un hombre de apariencia peligrosa, hizo un gesto de sorpresa mientras bebía de su copa, rápidamente rió disimuladamente, disfrutando del espectáculo.

—Sácala de aquí —ordenó fríamente Angelo. Molesto al ver que le faltaba sufrir más a Cassandra para ceder.

Los guardias de seguridad la llevaron de nuevo a la habitación.

Cassandra sintió cómo la desesperación la envolvía.

¡Necesitaba salir de ahí como sea!

………

Al llegar a la puerta de la habitación, un nuevo guardia estaba de pie, con la típica fría expresión de todos los empleados de esa mansión.

—Ha llegado el cambio de turno —dijo, mirando a su compañero—. Yo me encargaré de ella —añadió.

Cassandra se volvió hacia la puerta, esperando entrar, pero el nuevo guardia la detuvo con un movimiento brusco, apenas el otro se marchó.

—¡¿Qué haces?! —preguntó ella, sorprendida.

—Lo siento señorita Brenaman, pero mi jefe quiere que lo hagamos de esta manera —dijo ese hombre, con voz fría.

—¡No! ¡Déjame! —forcejeó ella.

¡PUM!

Un fuerte sonido se produjo cuando él la acorraló contra la pared.

—¡AY! —exclamó ella de dolor. Al sentir no solo su espalda golpeada, un objeto punzante atravesó su brazo… ¡UNA AGUJA!

Ese hombre inyectó una droga en Cassandra, que rápidamente comenzó a dejarla aturdida, hasta que… ¡Se desmayó entre sus brazos!

••••••••••

Cassandra Brenaman abrió sus ojos, dándose cuenta que era de día, debido a la claridad que se filtraba por las paredes de cristal. Parpadeó lentamente, hasta que reaccionó, sentándose de golpe.

Su cuerpo se encontraba adolorido, cubierto únicamente por una camisa blanca de hombre, cuyo exquisito perfume varonil se le hacía familiar.

Ella se vio con una marca morada en su brazo, recordando la violenta acción donde fue inyectada a la fuerza con alguna extraña sustancia.

Cassandra suspiró… Sintiéndose miserable, al borde de un abismo… Observó su muñeca izquierda, aún tenía la cinta negra que ataba ahí desde hace cuatro años. Fue en ese instante, que comenzó a analizar su entorno.

—¿Paredes de cristal y rascacielos?, ¿dónde estoy? —susurró para sí misma. Hasta que su mirada recorrió bien la habitación, se percató que era la suite de un lujoso hotel.

—Sí. Haz que preparen el avión, iré en una hora. Necesito abandonar hoy mismo este país —la gruesa voz con acento italiano de un hombre hablando por teléfono, llamó de inmediato la atención de Cassandra.

Unos metros en la distancia, a mano derecha de la cómoda cama de sábanas blancas en la que se encontraba, vio a un hombre rubio de pie frente a los cristales, usando un traje verde oscuro a medida, finalizó la llamada y guardó su móvil en el interior de su saco, dirigiendo sus ojos verdes claros hacia ella.

—Mi dulce Cassi~ —sonrió él, acercándose hacia Cassandra.

—¡Marco Fiorentino…!

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