Capítulo 10: El dolor de una madre.

Cassandra estaba sentada en la cama.

Su cuerpo adolorido con mordidas, pegajoso y exhausto; su mirada vacía y su mente llena de asco, su corazón repleto de indignación.

Marco Fiorentino terminó de ponerse su pantalón y caminó hacia la salida, mientras se abotonaba su camisa manga larga azul.

—Robert vendrá con ropa para ti y te mostrará tu habitación —dijo él, mientras se detenía frente a la puerta, su mano en la manija. Volvió a mirar a esa mujer rubia, cuya cabeza inclinada observaba las sábanas—. De ahora en adelante, si te llamo, vendrás de inmediato, y si voy a tomarte, abrirás tus piernas sin rechistar, como la patética amante oculta que eres.

¡CLANK!

El sonido de la puerta cerrándose resonó en el pecho de Cassandra, como un golpe que la devolvió a su miserable realidad.

¡Tenía que luchar! Pero, ¿a qué costo?

¡PUF! ¡PUF!

Ella comenzó a golpear el colchón con sus manos temblorosas, apretando tan fuerte que sus nudillos palidecían.

—¡MALDITO ANIMAL! ¡ERES UNA BASURA!

Su rostro
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