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Isabela no supo en que fugaz momento pasó de estar vestida y luchando con el cierre en su espalda, a quedar aprisionada contra la puerta, con su boca llena de la lengua de Giovani moviéndose de un lado a otro, y sus senos cubiertos no solo por el ajustador de encaje, sino también por las manos del hombre.

Ella gimió contra la boca de él. La lengua masculina se enredaba en la suya de una forma que no creía que fuera posible, la sacaba de su boca y la chupaba en la de él. La saliva apenas la podía contener y se derramaba como un hilo por su barbilla. Aun así Giovani no se detuvo, más bien, hacía el beso más profundo, más húmedo, símbolo de su excitación, sobre todo porque la sensación de los senos de la mujer en sus manos era increíble.

Isabela no tenía dos grandes pechos quizás como Samatha o alguna de las mujeres con las que se relacionaba antes, por el contrario, estos eran más pequeño, más suaves dado que n había ni una onza de silicona dentro de ellos, pero lo que más le gustaba er
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