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Isabela se sentía sofocada a pesar de que el aire acondicionado estaba encendido en la habitación. Algo estaba recostado contra su espalda y la mantenía bien sujeta contra eso. Además, la sensación piel con piel era extraña, cálida.

Hizo un sonido con la garganta de protesta ante la nueva sensación aun con los ojos cerrados, estaba agotada.

-Buenos días, bella durmiente. Ya es hora de que dejes de holgazanear.

-Buenos di…- Isabela iba a responder por inercia cuando abrió los ojos de golpe.

Los recuerdos de la noche pasada pasaron por su cabeza de una manera fugaz y su boca se cerró. Giró la cabeza mirando por encima del hombro, al hombre acostado desnudo y pegado a su cuerpo descaradamente, recibiendo un beso en la mejilla sonrojada.

-¿Dormiste bien?

Dormir bien lo había hecho, eso no lo podía negar. Despertar… no tanto. La vergüenza la invadió de golpe. ¿Qué tan caliente debía haber estado ella la noche anterior para dejarse manosear por su… ahora esposo? Porque bien, manosear no era
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