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¿Está bien, señorita?

Fase 6

Acumulación de tensiones y fase aguda de los golpes: En este periodo de las agresiones psicológicas y físicas, en donde la mujer niega la realidad de la situación y el hombre incrementa los celos y la posesión creyendo que su conducta es legítima. En la fase aguda, se caracteriza por el descontrol en esta fase; ya no solo hay insultos y amenazas también van acompañados de golpes con mayor intensidad.

Ese trágico día en el cumpleaños de su suegra, Alma fue llevada para la clínica. Por supuesto, nunca se habló de que fue lo que pasó, ya que, Anthony dijo, que Alma se tropezó cayendo por las escaleras y su madre apoyaba su teoría. Eso era una gran mentirá con tal de salvar a su hijo y su gran apellido, porque los médicos dieron aviso a las autoridades al ver su estado.

Cuando Alma despertó después de estar dos días inconsciente. Por el hecho de que, fue intervenida con una cesárea de emergencia, para poder salvar su vida y la del bebé, Anthony fue el primero en verla y claro está, que ella no cambiaría la versión que dijo Anthony, viendo lo cariñoso y arrepentido que estaba.

Otra vez Alma vuelve a caer en sus promesas.

Ya habían pasado tres años y todo se había vuelto un calvario para Alma, una joven que ya no tenía vida en su rostro, se la vivía deprimida, pero para su princesa solo mostraba felicidad. Hacía todo lo posible por protegerla y darle de comer, estaba muy delgada al igual que ella. Anthony, nunca la quiso como él le hacía creer, sentía mucho odió contra esa pequeña niña, que era su vivo retrato. Con sus mismos ojos del color del cielo y una hermosa cabellera con rizos dorados, que llegaban a su pequeña cintura.

Anthony ascendió en la fuerza aérea, convirtiéndose en general. Pero, fue dado de baja nuevamente hace dos meses. Su conducta y más su alcoholismo, le estaba destruyendo su carrera. Aún seguía en la aviación con su rango, solamente por el apellido de sus padres, que lo mantenía en ese puesto.

El único lugar seguro para Alma y su hija, era el Sr. Aníbal Máncer, Pero lamentablemente había muerto de un infarto unos tres meses atrás y sus padres tenían un año de haber muerto también de una sobredosis. Alma estaba sola, y con su pequeña hija, en manos de quién algún día pensó, que era su príncipe azul.

La maltrata, la golpea y junto a su hija, las hace pasar necesidades, le reduce la comida. Porque según él está muy gorda, la pobre Alma está en el esqueleto, porque deja de comer, por dejarle un poco más a su hija. Anthony es un ser miserable despreciable y el alcohol, lo convirtió en un monstruo. Alma no tiene a donde ir. Solo trata de complacerlo y no enojarlo, tratando de proteger a su pequeña hija.

Ve en su pequeña, a su hermanito y se odia así misma al ver, que así como su madre, ella también justifica a Anthony y aunque no lo quiera como antes, sigue creyendo muy dentro de ella…, que ese Anthony que algún día conoció, sigue ahí.

                   Alma Castillo

—Mami, no te duermas — se acerca Alana y me deja besitos en las mejillas, quisiera no hacerlo, pero estoy muy cansada y mi cuerpo duele a causa de los últimos golpes.

—Cariño, nada más unos minutos — acarició su mejilla y sus ojitos azules me hacen querer llorar—. Bueno, mami. Yo te cuidaré. Duerme un ratico.

Le sonrió débilmente y, cierro los ojos olvidándome que en unas horas Anthony estará de regreso.

Escucho los sollozos de mi hija y me levanto lo más rápido que puedo, no sé cuánto he dormido. Por levantarme de manera brusca, siento un leve mareo, pero solo pienso en mi bebé. Salgo de la habitación y reviso las otras también y no está. Bajo las escaleras de dos en dos y justo ahí, la veo sentada en uno de los sofás y Anthony en otro viendo su partido. Alana llora, ocultando su carita en sus pequeñas manos, me acerco y la cargo en mis brazos.

—¿Te pego, cariño?, ¿te hizo algo? — le susurro en su oído, Anthony me ignora —. No, mami. È-èl señor no me quiso dar un poquito de pan. Y-yo tengo hambre— dice entre llantos mi bebé, y mis ojos se me llenan de lágrimas haciendo que me odié más a mi misma.

Anthony no permite que le diga papá, si está de buenas puede aceptar que lo llame por su nombre.

—Hagamos algo, no llores más y anda para la habitación. No salgas hasta que yo te llamé. Te prometo que te llevaré unas galletas.

Alana me regala una sonrisa completa.

La dejo en el suelo y se va a su habitación, me acerco poco a poco quedando a un lado de Anthony.

—Anthony…— lo llamó por su nombre, pero no gira a mirarme, sus ojos están fijos en la TV—, Tienes algo más de pan.

Cierro mis ojos esperando su gritó, pero no llega, al abrirlos tiene su mano extendida para qué la tomé. Mis ojos viajan de su mano a sus ojos, tiene sus cejas fruncidas, molesto al no ver que tomó su mano.

—Ven, preciosa. —ordena, mientras da un trago a su cerveza.

Llegó a su lado y jala de mí, haciéndome sentar en su regazo. Esconde su rostro en mi cuello, y su mano acaricia con fuerza mis piernas haciéndome chillar, ya que también están adoloridas.

—Sabes que lo siento ¿verdad?

No, no lo sientes Anthony, sabes que nunca lo sientes.

—Sí... — miento porque está algo extraño y no quiero despertar su ira.

Me levanta de la cintura para poder estar de pie, pasando sus manos con firmeza por mis caderas y busca en su bolsillo algo.

—Ten, anda y compra algo de comer. No te tardes Alma, apenas salgas empezaré a contar los minutos. —musita, y su mano acaricia mis brazos lentamente, acariciando lo que ellas mismas causaron. Y se va, dejándome en medio de la sala con el dinero en la mano.

No lo pienso más y agarró del perchero mi abrigo viejo y salgo lo más rápido que puedo al súper, que está a unas cuadras.

Por ir caminando rápido, el pie se me dobla y caigo al suelo, algunos me miran otros simplemente me ignoran, como muchos lo hacen. Mi ropa es la más desaliñada para salir un sábado por la noche, es unas de las pocas prendas que tengo.

Al llegar al supermercado busco en mi bolsillo el dinero.

Espero que me alcance para poder llevarle unas galletas a Alana. Sigo rebuscando en mi vestido y no, no hay dinero. Mi pecho empieza a subir y bajar rápidamente y mi corazón bombea muy fuerte.

Me regreso por donde pase, mirando detenidamente todo el camino y nada. Mi mente solo piensa en Alana, que tiene hambre y en los gritos de Anthony, diciendo lo estúpida que soy. Sin darme cuenta comienzo a llorar presa del pánico y camino de regreso al supermercado, sin apartar la vista del suelo…

Mi cabello se moja con algunas gotas que comienzan caer y terminó por sentarme a llorar en una banqueta, pensando que haré. No puedo regresar sin nada, mi pequeña me está esperando.

Mis sollozos se vuelven más fuertes y mi cuerpo se sacude por los espasmos de mi llanto… Ya no por miedo de Anthony, sino por el dolor más grande que me causara…, ver los ojitos azules de Alana.

Estoy tan perdida llorando y pensando que haré, que no noto, que ya no caen más gotas de lluvia en mi cuerpo; cuando una voz áspera y grave, me hace dar un brinco y levantar la vista.

Unos ojos grises me ven preocupados.

— ¿Está bien, señorita…?

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