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No soy una niña, señor

Sergio Gerber

Sábado por la noche, solo quiero estar tumbado en mi cama. Hace dos semanas regresé a Boston, mi cuerpo y mente, le cuesta asimilarlo. No es fácil, volver al lugar que tiene tantos recuerdos de cuando eras feliz, porqué lo peor es, que solamente recuerdas el más triste y doloroso.

Regresé por mi hermana, sin duda su insistencia ayudó mucho. Quería estar lo más lejos de este sitio.

Mis amigos me han suplicado una salida de tragos desde hace días y por fin acepté.

Observo mi habitación y el nudo se forma en mi garganta, respiró profundamente y me veo por última vez en el espejo.

me animo.

Tomo mi celular, llaves y cartera. Y salgo de la casa, subo al coche y conduzco rumbo al bar donde me esperan Marc y Felipe.

Marc y Felipe han sido mis amigos por años. Los alejé un tiempo, pero nunca dejaron de joderme. Hasta qué, no tuve alternativa que aceptar su compañía, ya que ellos, no me dejarían solo.

Continuó manejando y logro ver el coche de Felipe. Al llegar entro al bar muchas miradas caen en mí, soy un hombre que no pasa desapercibido aunque desee enviarlo.

Me quito el abrigo de cuero y se lo entregó al chico que me recibe. Mis amigos me ven llegar y se levantan sonrientes.

Pasó la mano por mi cabello, y niego al ver lo payasos que se ponen.

—¡Felipe, bebé! Toca mi pecho. Siento que estallara. ¿Ese no es el famoso, Don Sergio Gerber?

Felipe ríe jocoso y al llegar me da un fuerte abrazo y unas palmadas en la espalda. Marc, nos abraza a ambos y finge que llora.

—Por favor, hermano. Todos nos ven. ¿Qué van a pesar de nosotros? —le digo y este solo se sienta y exclama —. ¡Qué le den a todos! Me vale, m****a…, lo que piensen.

—No cambias, Marc.— le reprocho alborotando su cabello.

Tomamos asiento y Felipe, pide una ronda de Brandi.

—Sergio, ¿Cómo has estado? Me alegra que por fin aceptaras vernos — comenta, Felipe.

¿Cómo he estado? Como un mismo zombi viviente. Algo así, como si estuviera muerto en vida.

—Bien, hermano. Todo es más fácil de sobrellevar — Le doy un tragó al Brandi, y no lo miro a los ojos.

Notará fácilmente que miento, es unos ocho años mayor que yo. Y siempre ha sido más que un hermano, años atrás fue mi cuñado y estaba muy feliz por eso, porque sé que clase de hombre es él, que jodida la vida ojalá lo hubiese seguido siendo.

Marc está entretenido dándose la liga con una rubia, que le hace ojitos de lejos. Marc, es el más joven de los tres y, el más se mete en más problemas, no tiene una relación digamos “estable” como la que tiene Felipe, pero es un tipo de un amplio corazón lo positivo de Marc es que no se engaña así mismo solo vive su vida en cambio, Felipe niega rotundamente que ya no siente nada por mi hermana y es feliz, con su relación basada en “Te espero y adiós” tiene años con la misma mujer, sin embargo no le veo futuro ya es para que estuviese casado y con una hermosa familia.

—Digamos que te creí, Serch —me llama por mi apodo, ese que me trae tantos recuerdos—, sabes qué, siempre estaré para ti, y... Bueno, tú sabes.

Sus labios se curvan y niega, “acéptalo cabrón”

—Felipe, ¿sabes cómo maldigo, por no estar ese día al lado de ellos?

Me pierdo en mis pensamientos y llega ese último día, que escuche su dulce voz.

—¡Serch, por favor! ¡Solo por hoy, por favor! ¡Anda, deja eso para después!

Se escuchan risas de fondo y se a quien pertenecen.

—No, puedo. Porqué lo que tú, te refieres como "eso", es mi pasión, mi vida y muchos la esperan con ansias.

—Yo... También, tengo tiempo esperándote y extrañándote con ansias, Serch — su voz sonó tristes esa noche—, te quiero un mundo…

Cierro mis ojos y sacudo mi cabeza y doy un tragó completo. Pasamos una hora más charlando poniéndonos al día, pero yo solo me limito a escuchar y asentir, de vez en cuando, me sacan una sonrisa con sus pendejadas.

Terminamos por despedirnos y, Marc me suplica que le preste mi coche, para impresionar a la rubia. A estas alturas de la vida, no tiene coche, gracias a Felipe que lo lleva a todas partes, por lo que me contó Felipe, hace un mes dejó de prestárselo. Por el hermoso regalito de fluidos, que dejó en los asientos traseros.

Término por apiadarme de él, y le lanzó las llaves.

—¡Te juro, que si veo algo viscoso en mi puto coche. Te corto, lo que te guinda entre las piernas! — lo amenazó y él muy cabrón, se agarra los huevos.

Felipe carcajea y me palmea el hombro.

—Vamos, te llevo.

—No, tío. Quiero caminar un rato, al final vivo a unas cuadras.

—Serás cabrón, unas cuadras bien, pero bien…, largas — bufó y entre dientes.

—Solo... Déjalo, Felipe — musitó, colocándome mi chaleco de cuero.

—Va, está bien, hermano — Termina por responder, él sabe que cuando necesito espacio, lo necesito. Y sin más, antes de irse toma un paraguas del cesto y me lo entrega —, caerá un leve lloviznas, lo pronosticaron hoy. — se despide con una sonrisa.

Respiró hondo y comienzo a andar por la acera.

Me vuelvo a perder en mis pensamientos, algunas mujeres me miran, con algunas intenciones al pasar por mi lado, pero para mí, ya hace mucho nada de eso es importante.

Continuó caminando y me limito a mirar los alrededores. Ya que, bastante me falta por andar para poder llegar a mi apartamento, más adelante si es que me cansó, llamo un taxi. Y, como dijo Felipe, comenzó a lloviznar. Hace un poco de frío también porque estamos en primavera.

Abro el paraguas, lo sostengo con una mano y la otra, la ocultó en el bolsillo de mi chaqueta.

Minutos después. Escucho un llanto, que mientras avanzo, se vuelve más fuerte. Está un poco oscuro, uno que otro farol está en funcionamiento. Hay mucho tráfico y las personas van y viene, casi corriendo por la llovizna. En eso veo una chica sentada en una banqueta.

Llora desconsoladamente, quiero hacer caso omiso. No es mi problema, el porqué llora.

Paso por su lado, sin mirarla, pero no puedo hacer como sino escuché su llanto y sentí su dolor.

Niego mil veces por eso, doy unos pasos hacía atrás, quedando frente a ella, y sigue sollozando, no se ha dado cuenta que un extraño está frente a ella, qué tal sí, hubiera sido un ladrón o violador. Está con unos harapos.

¿Qué hará una jovencita a estas horas y por estas calles?

Coloco el paraguas encima de ella y veo como se limpia las lágrimas con su abrigo viejo y continúa llorando.

Decido hablarle: — ¿Está bien, señorita?

Su cuerpo da un brinco. De verdad no me había notado, sus ojos oscuros me ven detenidamente. Los tiene rojos, por tanto llorar y su pequeña, nariz también.

Se levanta de prisa y sin dudarlo, es una jovencita. Le sacó dos cabezas de diferencia, se aparta el cabello de la cara y logró ver su rostro angelical.

Da un paso atrás y, tropieza de un movimiento rápido la tomó de su brazo y jaló de ella, su delgado cuerpo pega con mi pecho.

Su cuerpo está temblando.

—Y-yo, lo siento.— explica, nerviosa.

—Puedo ayudarte, ¿te pasó algo?, ¿por qué lloras?, ¿quieres que llame a la policía?

Sus ojos se abren de golpe

—¡No, no!, ¡Todo está bien!.. N-no me ha pasado nada — mira a todos lados y su mirada vuelve a mí.

—¿Estás segura? Puedo ayudarte. Soy un extraño, pero inofensivo — Le regaló una media sonrisa. Para que no se asuste y poder ayudarla.

Se queda en silencio unos minutos y muerde sus gruesos labios, muy fuerte. Tratando de evitar que estos no tiemblen, que me sucede. Sus ojos se llenan de lágrimas, que caen una a una por su rostro.

—¡Eh!, ¡no llore, Señorita!, disculpe si dije algo que no debía —me apresuro a decir.

Se cubre el rostro entre sus manos y comenzó a llorar. No sé, en qué momento corte el espacio que no separaba. Y la protejo entre mis brazos, dándole un poco de seguridad.

No pienso porque hago esta locura, pero solo quiero que se calme.

Logro sentir su delgado cuerpo, entre mis brazos. Su cara queda oculta entre mi pecho. En este momento los dos estamos bajo la llovizna, que es más intensa. El paraguas, lo solté al abrazarla y no puedo evitar oler su cabello y aspirar profundo, ese olor a bebé.

Al calmarse se aleja de prisa, asustada por haber dejado que la abrazara. Sus ojos caen hacia el super que está cerca y me vuelve a mirar, pero no emite ninguna palabra.

—¿Quieres comida? ¿Necesitas dinero? — le preguntó muy bajito.

—¿Me lo puedes prestar…?, solo un billete. Yo, después se lo devolveré — dice con su voz temblorosa y sus ojos me ven con súplica.

No, le respondo. Puedo darle toda la cantidad que quisiera con tal de no verla llorar, es tan joven.

Me inclino y tomo el paraguas y doy unos pasos hacia delante. Se queda, fija en el mismo sitio. Su cara se desencaja, capaz cree que no la ayudaré.

—¿Aja, no piensas caminar? — le cuestionó, espabila y asiente.

Camina de prisa, y se coloca a mi lado.

Entramos al super, y logró detallarla mejor, sus labios son de un rosa oscuro natural y su piel muy blanca. Su ropa está algo gastada y lleva un vestido beige holgado, que le llega de bajo de sus rodillas y un abrigo. Más unas zapatillas, rosas.

Sus ojos cafés, me miran con algo de vergüenza.

—Busca todo lo que necesites, y no te preocupes por el precio. Te espero en la caja —le indiqué y solo asintió, no es una chica que hable mucho, por lo que veo.

Camina por todos los pasillos y agarra una cesta va mirando todo, haciendo lo primero que le dije no hacer “ver los precios”. Niego al ver lo que hace.

Minutos después llega a mi lado, doy un paso atrás para que ella pase para la caja. Va colocando en la cinta de la registradora; pan, queso, una jarra de leche, una bandeja de carne y dos pastas. Más un pequeño paquete de galletas de leche. Al estar colocando todo eso en la cinta, su abrigo se baja de su hombro. Y quedó sin aliento con lo que veo, y mi estómago se estruja, al mirar los hematomas que adornan sus hombros. Ella se gira y nota, que ya vi lo que oculta bajo ese abrigo de lana.

La miro sin saber que decir, siendo ella la que habla nerviosa.

—Podrías pagar, por favor... Ya es algo tarde. Prometo pagarte algún día, si te vuelvo a ver — Su voz es tan suave y temerosa.

Le entrego mi tarjeta a la cajera, pero antes, coloco otro paquete de galletas de leche en la compra, bajo su mirada tímida mirada.

Canceló y, tomo la bolsa y salimos del super. Caminamos unos pasos, ella va delante de mí y aprovecho para colocar mi tarjeta en la bolsa de la compra, hubiese deseado tener un lapicero, para dejarle una nota.

No entiendo porqué lo hago, es una extraña, pero esos hematomas no pudieron hacerse solos.

En eso, ella se gira, colocándose frente a mí. Extiende su mano y le entregó la bolsa.

—¿Puedo acompañarte a tu casa? Ya es tarde— le pregunto.

—¡No, no! Yo vivo cerca… — Se pone nerviosa —, muchas gracias, prometo algún día pagarte. Lo dice con sinceridad y sus ojos están brillosos.

Me preocupa…, porqué joder. Es una desconocida.

—Creo que mejor debo acompañarte, una niña no debe estar sola a estas horas.

Su rostro hace un gesto para reír, pero se cohíbe, mordiendo su labio inferior. Parece qué le causó gracia.

—No soy una niña, señor. Tengo veintidós años.

Mis ojos se abren por completo, no parece de veintidós. Si no de diecisiete o dieciocho, con lo pequeña y delgada que es.

—Pensé..., que, bueno...

— Tranquilo, muchos suponen igual —En eso da un paso atrás—, muchas gracias, de todo corazón.

Me da la espalda y comienza a caminar, logro ver cómo saca un paquete de galletas y lo guarda dentro de su vestido. Y camina de prisa perdiéndose entre la neblina que inunda la calle.

Me quedo mirando por donde desapareció su silueta, y una sensación extraña embargo mi pecho...

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