“CLÁUSULA DÉCIMA SEXTA: Cuando El Sumiso se encuentre en la misma habitación que La Ama, pedirá permiso antes de salir de ella, explicando a dónde va y por qué. Esto incluye pedir permiso para usar el baño”. —Check —dijo Patrick, haciendo un ademán con la mano, como si estuviera tachando algo de una lista de pendientes. “CLÁUSULA DÉCIMA SÉPTIMA: El Sumiso será responsable de mantener la limpieza y disponibilidad de todos los juguetes sexuales a utilizar. Ninguno será usado sin el expreso permiso de La Ama. —Check —volvió a hacer el gesto. Avery rio por lo bajo. Patrick le lanzó una mirada fugaz y no pudo evitar guiñarle un ojo. Ella dio un respingo, y el corazón se le aceleró ante tan sutil gesto. Se aclaró la garganta, se removió sobre la silla y bebió un poco de vino. Él se vio tentado a deslizar una mano sobre la mesa para sujetarle una mano a ella, pero recordó la jodida cláusula primera y descartó la idea. Siguió con la lectura... “Sección E: Apariencia del Sumiso CLÁUSUL
Un mes después. Patrick no lograba entender, ¿cómo las personas podían sentir placer con el dolor? ¿Como era posible que él, luego de criticar tanto ese mundo, le estaba comenzando a gustar? —Tal vez sea porque hay algo mal en nuestro cerebro —musitó Avery una noche, después de una intensa sesión, luego de que él hiciera la pregunta en voz alta. Ambos yacían desnudos sobre la cama de inmovilización en las mazmorras de la mansión de Isis. Pero lo cierto es que Patrick sabía que en su cabeza no había nada malo. ¿Por qué debería haberlo? El único trauma que albergaba dentro de sí era no poder hacerles pagar a esos hombres que destruyeron a su familia, y no se podía llamar trauma como tal, sino frustración. De resto, su infancia fue feliz, con padres que se amaban y lo amaban a él y a su hermana. Cenaban todas las noches juntos, momento en el que hablaban de su día, de cómo les había ido en la escuela y demás cosas normales. Rhonda y Harold eran el tipo de padres que no aplicaban casti
Avery no se convirtió en una femme fatale de la noche a la mañana, sino que su relación con Isis se hizo cada vez más íntima, no sexualmente hablando, sino intelectual. Ambas pasaban noches enteras charlando y bebiendo vino tinto, intercambiando puntos de vista, mientras Patrick pasaba las noches en su casa, dando vueltas sobre la cama y quejándose del dolor que le escocía sus nalgas, piernas, espalda y la parte interna de sus muslos. Hubo una ocasión en que Rhonda entró a la habitación de su hijo, sin llamar a la puerta, y encontró a Patrick recién saliendo de la ducha. De manera astuta, Patrick logró cubrir su cuerpo, pero no del todo, pues la madre se percató de un cardenal verdusco en el hombro derecho del chico. Él rápidamente ideó una mentira para explicar el moretón, diciendo que se lo había hecho en el gimnasio con una de las máquinas para fortalecer bíceps, porque hasta esto ha tenido que agregar a su rutina diaria; tres horas de gimnasio al día. En una de sus tantas tertuli
En cuanto la brisa fría de la noche tocó su rostro, fue como si Avery despertara del trance en el que se encontraba. En fracción de segundos, por su mente pasaron los recuerdos de las humillaciones, las palizas, las largas noches encadenada sin poder dormir, las tantas noches de soledad, las tantas veces que deseó una caricia, una palabra dulce, un beso... pero solo obtuvo insultos, golpes y burlas. Pensó en las tantas cosas que Isis le había contado de él... «¿Pero qué coño estoy haciendo?», pensó Avery. «Él es abusivo, maltratador, mentiroso y manipulador». Miró al hombre que caminaba a su lado y sintió repulsión, tal cual la que sentía cuando pensaba en Evan Eastwood. ¡Por Dios! Lo comprende. Después de casi una década, por fin lo entiende. Sin necesidad de que se lo diga un psicólogo o un psiquiatra, sin necesidad de terapias ni ansiolíticos ni antidepresivos. La verdad siempre estuvo delante de sus narices, y era cierto lo que muchas veces Looren le dijo. Solo ella tenía el p
El corazón de Patrick latía a mil por minuto, la boca se le secó y las manos estaban frías. Lo único de lo que estaba seguro era que haría hasta lo imposible para rescatar a Avery de las garras de Derek Contini. Golpeó la puerta de la mansión de la Señora Isis sin detenerse a pensar en protocolos ni etiquetas. Aporreó la madera con el puño cerrado, sin ninguna contemplación. La puerta se abrió de par en par, revelando el semblante ceñudo de David, quien le lanzó una dura mirada a Patrick. —¿Pero qué coño pasa contigo? ¿Qué forma es esa de tocar? —masculló el hombre. —¿Dónde está Isadora? —inquirió Patrick, entrando como un ciclón. —Mi Señora está ocupada en este momento. —¿DÓNDE ESTÁ? —vociferó Patrick, acercándose al sirviente con un gesto intimidante. David se echó un poco para atrás, como acto reflejo de la cercanía de Patrick. —En el sótano —musitó el rubio, con los ojos desorbitados. En ese momento, a Patrick le importaba un bledo las reglas de la mansión, que estipulaban
De la boca de Avery emergió un débil quejido de dolor, a la vez que sus ojos se abrieron lentamente. Le dolía mucho la cabeza, y cuando intentó llevarse una mano a la nuca, el corazón le latió acelerado al percibir que no podía hacerlo. Levantó la mirada y contempló que tenía los brazos suspendidos sobre la cabeza, debido a un par de grilletes que pendían de gruesas cadenas enrolladas a un poste de metal. Se removió con dificultad, pero esto solo hizo que le dolieran los músculos de la espalda. Volvió a quejarse de dolor. Tenía frío, y no tardó en darse cuenta de que estaba desnuda. Solo llevaba un collar de cuero con una anilla, de la cual, también pendía una gruesa cadena. Giró su cabeza a la derecha al percibir movimiento. —¿Derek? —musitó. El nombrado chasqueó la lengua. —Avery, cariño mío. ¿Dónde están tus modales? Debes dirigirte a mí como Señor, Amo, Maestro... —¿Qué está pasando? —lo interrumpió. La voz de Avery era pastosa—. ¿Dónde estoy? —Shhh —Derek le tocó la mejilla
Avery trató de decir algo, pero no pudo. Sentía que en cualquier momento podría perder la consciencia. —Te habrás estado preguntando por qué odio tanto a Isadora, ¿verdad? Pues te lo voy a contar. Mereces saberlo, Avery —él caminó en torno a ella, con la arrogancia que lo caracterizaba—. No es justo que solo conozcas una sola versión de los hechos, porque... —la miró con los ojos entornados—, Isadora te lo contó, ¿cierto? Avery solo tuvo fuerzas para asentir con la cabeza. —Te hablaré de Joseph Daugerthy, porque él es la razón —murmuró Derek—. Él era mi profesor de Anatomía en el primer año de la carrera —acercó una silla y se sentó muy cerca de Avery—. En cuanto nos conocimos, nos conectamos. Nos hicimos buenos amigos en poco tiempo. Él me comentó acerca de una comunidad secreta a la que pertenecía, y en la cual tenía mucha influencia. ¿Te puedes imaginar la fascinación de un muchacho de diecinueve años ante un mundo como este? —con un ademán de la mano, señaló su entorno—. Él fue
A sus cuarenta y nueve años de edad, Isadora Kylie Gilmore Smith había probado de todo: hombres, mujeres, transexuales, jóvenes, mayores, gente blanca, gente morena, gente asiática; heterosexuales, homosexuales, bisexuales, pansexuales, queers... Para algunos, no era más que una puta frívola, pero para la gente que realmente la conocía, era una mujer sin prejuicios que prefería no usar etiquetas para definirse. Comenzó sus andanzas en el mundo del BDSM a los dieciséis años de edad, cuando, harta de la ludopatía, las constantes borracheras de su madre y que ésta no le prestara la suficiente atención, decidió marcharse de casa e irse a vivir con una amiga del colegio. La realidad de su amiga no era muy distinta a la suya, pero al menos tenía acceso a la alimentación básica, sin necesidad de robar ni timar a nadie. Lo que ella nunca imaginó es que tendría un affair clandestino con la hermana mayor de su amiga, y que dicha relación la llevaría a rodearse de personas que la ayudarían a ex