De la boca de Avery emergió un débil quejido de dolor, a la vez que sus ojos se abrieron lentamente. Le dolía mucho la cabeza, y cuando intentó llevarse una mano a la nuca, el corazón le latió acelerado al percibir que no podía hacerlo. Levantó la mirada y contempló que tenía los brazos suspendidos sobre la cabeza, debido a un par de grilletes que pendían de gruesas cadenas enrolladas a un poste de metal. Se removió con dificultad, pero esto solo hizo que le dolieran los músculos de la espalda. Volvió a quejarse de dolor. Tenía frío, y no tardó en darse cuenta de que estaba desnuda. Solo llevaba un collar de cuero con una anilla, de la cual, también pendía una gruesa cadena. Giró su cabeza a la derecha al percibir movimiento. —¿Derek? —musitó. El nombrado chasqueó la lengua. —Avery, cariño mío. ¿Dónde están tus modales? Debes dirigirte a mí como Señor, Amo, Maestro... —¿Qué está pasando? —lo interrumpió. La voz de Avery era pastosa—. ¿Dónde estoy? —Shhh —Derek le tocó la mejilla
Avery trató de decir algo, pero no pudo. Sentía que en cualquier momento podría perder la consciencia. —Te habrás estado preguntando por qué odio tanto a Isadora, ¿verdad? Pues te lo voy a contar. Mereces saberlo, Avery —él caminó en torno a ella, con la arrogancia que lo caracterizaba—. No es justo que solo conozcas una sola versión de los hechos, porque... —la miró con los ojos entornados—, Isadora te lo contó, ¿cierto? Avery solo tuvo fuerzas para asentir con la cabeza. —Te hablaré de Joseph Daugerthy, porque él es la razón —murmuró Derek—. Él era mi profesor de Anatomía en el primer año de la carrera —acercó una silla y se sentó muy cerca de Avery—. En cuanto nos conocimos, nos conectamos. Nos hicimos buenos amigos en poco tiempo. Él me comentó acerca de una comunidad secreta a la que pertenecía, y en la cual tenía mucha influencia. ¿Te puedes imaginar la fascinación de un muchacho de diecinueve años ante un mundo como este? —con un ademán de la mano, señaló su entorno—. Él fue
A sus cuarenta y nueve años de edad, Isadora Kylie Gilmore Smith había probado de todo: hombres, mujeres, transexuales, jóvenes, mayores, gente blanca, gente morena, gente asiática; heterosexuales, homosexuales, bisexuales, pansexuales, queers... Para algunos, no era más que una puta frívola, pero para la gente que realmente la conocía, era una mujer sin prejuicios que prefería no usar etiquetas para definirse. Comenzó sus andanzas en el mundo del BDSM a los dieciséis años de edad, cuando, harta de la ludopatía, las constantes borracheras de su madre y que ésta no le prestara la suficiente atención, decidió marcharse de casa e irse a vivir con una amiga del colegio. La realidad de su amiga no era muy distinta a la suya, pero al menos tenía acceso a la alimentación básica, sin necesidad de robar ni timar a nadie. Lo que ella nunca imaginó es que tendría un affair clandestino con la hermana mayor de su amiga, y que dicha relación la llevaría a rodearse de personas que la ayudarían a ex
El 11 de marzo del año 2012, la lujosa mansión que le heredó Joseph abrió sus puertas al primer grupo de sumisos. En un comienzo, Isis se inspiró en la obra literaria de Pauline Réage, en la que se habla de una mansión llamada Roissy, y que era el lugar a donde los Amos llevaban a sus sumisas para que se convirtieran en perfectas esclavas. Con el tiempo, las ideas de Isis fueron transformando el lugar en una especie de museo, donde se exhibían pinturas, esculturas, fotografías y objetos alusivos al BDSM. El lugar se convirtió en un punto de encuentro para hombres y mujeres, quienes se reunían allí con el único objetivo de dar rienda suelta a la imaginación. El requisito para entrar era simple. Cada persona debía firmar un acuerdo de confidencialidad, donde se especificaba que nada de lo que sucediera allí adentro podía ser divulgado fuera de esas paredes. A sus treinta y cinco años, Isis sentía que había dedicado gran parte de su vida a llenar el vacío de otras personas y nunca se pr
Patrick e Isis ontinuaron el camino, en completo silencio, por unos diez minutos, hasta que Isadora decidió hacer una pregunta que había estado rondando su cabeza desde hace mucho tiempo. —¿Desde cuándo estás enamorado de ella? —¿Qué? —Patrick giró la cabeza de golpe hacia Isis—. Yo no... —No me mientas —espetó la mujer—. Reconozco la mirada de un hombre enamorado en cuanto la veo. A menos que seas de ese tipo de gente que se enamora a primera vista, podría jurar que el día de la subasta, cuando los presenté, ya sentías algo muy intenso por Avery. —Ahmmm... yo... —él balbuceó. Isis lo miró de soslayo. —Es mejor que te sinceres conmigo, chico. No quiero pensar que eres de esos hombres que se obsesionan con las mujeres y... —La conozco desde hace más de un año —confesó Patrick. —¡Vaya! —Isis no pudo disimular su asombro. —La veía casi todas las mañanas, en el pasillo del hospital, donde mi hermanita está ingresada. —¿De verdad? —la mujer le lanzó una mirada inquisitiva—. ¿Y en
Fue muy meticulosa. Supo que si daba un paso en falso, todo se iría al garete. Entrar por las bodegas le daba ventaja, pero no era tonta. Agnes ya debía estar al tanto de la presencia de Kaya y Patrick, y por ende, ya debía haber reforzado la seguridad, no porque resguardara alguna joya valiosa, sino por el simple hecho de ayudar a Contini a seguirle tocando las narices. Isis nunca logró comprender a qué se debía el odio desmedido que Agnes sentía por ella. Hubo una época en la que ambas disfrutaban dándose caricias y follando hasta quedar completamente exhaustas, pero todo eso cambió con la muerte de Joseph y la mala influencia de Derek Contini. Tuyi se agachó y con las manos, la ayudó a impulsarse para que llegara a una ventana alta. Isis entró a las bodegas y más atrás, su acompañante. El lugar estaba oscuro y olía a humedad. —Es por aquí, Isis —dijo Tuyi. Ella conocía el lugar porque estuvo frecuentándolo en el pasado. No porque quisiera, sino por sugerencia de Isis, quien en e
Aunque Derek limpió y cubrió sus heridas, eso no le ayudó a mitigar ni un poco el dolor. Sentía como si en cualquier momento, la piel de su espalda se desgarraría y caería en pedazos al suelo. El dolor físico, mezclado con el dolor que llevaba dentro de su alma, la hizo llorar copiosamente. De nuevo estaba inmovilizada, suspendida en el aire, pero esta vez, eran cuerdas las que la mantenían atada, a la vez que sintió el aliento de Derek muy cerca de su rostro. Avery cerró los ojos con fuerza, mientras sintió como un par de dedos escudriñaban su intimidad. Por instinto, trató de moverse, pero no pudo. Derek era un especialista a la hora de usar la técnica de bondage shibari. También tenía una mordaza con bola, lo que producía que la saliva chorreara de su boca. —Mmmm —gimió Contini—. Tal cual como lo recordaba, cara mía. Tienes el coñito más suave y apretadito que he tenido la dicha de tener —siseó, seguido de un lametón en la oreja de Avery. Ella se estremeció, pero no de placer,
Kaya examinó la cerradura de la puerta con detenimiento y se dio cuenta de que era fácil de abrir. Patrick observó en completo silencio mientras la mujer usaba un gancho de cabello para desbloquear la puerta. Cuando Kaya estaba a punto de halar la manilla, él le tocó un brazo. —Dame un arma —musitó él. Kaya se dio la vuelta y le lanzó una dura mirada—. ¿Qué? —protestó Patrick—. No sabemos qué nos espera detrás de esa puerta. La mujer dejó escapar un suspiro de fastidio, a la vez que se inclinaba un poco y rebuscaba en la parte interna de su bota. —Toma —musculle ella, entregándole un puñal de unos veinte centímetros de largo y empuñadura de azabache—. ¿Sabes cómo usarlo? —Entierras la parte con punta, ¿no? —Exacto —dijo Kaya—. A la de tres —Patrick asintió con la cabeza, aferrando con fuerza el puñal en su mano—. Uno, dos, tres. La mujer dio un empujón a la puerta, abriéndola de par en par. El desconcierto de ambos fue muy grande al ver que el lugar estaba completamente oscuro.