Si a la gente le pagaran por ser lentos, de seguro la cajera del supermercado sería más rica que J. K. Rowling. Patrick resopló con fastidio y puso los ojos en blanco por décima vez. Hacía más de media hora que estaba en la cola para pagar, y de las diez personas que tenía delante, solo habían pasado tres. Si hubiera recordado que era el día de promociones en el supermercado, habría dejado las compras para el día siguiente, pero en lugar de eso, le tocaba soportar a los niños llorones que no dejaban de tomar cosas y arrojarlas dentro del carrito y los padres despreocupados que no hacían absolutamente nada por callar los berrinches de sus hijos malcriados. Tomó una honda bocanada de aire y la dejó salir muy despacio. En medio de su aburrimiento, no se le ocurrió nada mejor que realizar algunas búsquedas en el navegador de su móvil. Derek Contini, Isadora Gilmore y Avery Wilson eran las tres personas que decidió investigar. Del primero logró averiguar que era un famoso neurocirujano
Miró hacia la puerta, no porque estuviera molesta o impaciente por la espera, sino por inercia. Si hay un rasgo de sí misma que ha sabido cultivar a lo largo de los años, es la paciencia. Piensa que tal vez sea la manera de él pagarle por la forma en que ella lo corrió de su departamento en la madrugada. Fuese cual fuese el motivo del retraso de Patrick, no lo iba a salvar de un buen castigo. Miró a su alrededor, una vez más, mientras dejaba escapar un suspiro. La mezcla de olores entre pan tostado, carne asada, cebolla sofrita y mariscos, llevaba rato torturándola. Se vio tentada a ordenar, pero en vez de eso, optó por hacerle una señal a uno de los mesoneros para pedirle que volviera a llenar su copa de vino. —¿Cómo se llama el idiota que ha osado plantarte? —dijo una voz masculina a su derecha, haciendo que girara la cabeza. —Patrick Powell —contestó Avery en tono divertido, levantando su copa para hacer un improvisado brindis—. Por la paciencia —dijo ella—, por ser una de mis m
Patrick miró con repulsión el plato que Daniel acaba de colocarle frente a él, pero fue un gesto fugaz. Por nada en el mundo deseaba darle la satisfacción a Avery de ver lo incómodo que estaba. —¿Algún problema? —inquirió ella al ver que él titubeaba en tomar el primer bocado. —No —él negó con la cabeza—, ninguno. Es solo que no sé con exactitud cómo se come esto. Avery tomó una ostra del plato, le echó un poco de limón y se lo acercó a los labios. —Solo tienes que agarrarlo, llevártelo a la boca y succionar —murmuró ella—. A ver, abre grande —le guiñó un ojo—. Sé un buen chico, Patrick. Él tragó grueso y le lanzó una última mirada de desprecio al repugnante molusco. Por unos segundos se negó a abrir la boca, pero terminó cediendo ante la intensa mirada azulina de su Ama. —Con limón sabe mejor —masculló ella. Patrick arrugó la cara, y en cuanto sintió la primera arcada, tomó un vaso de agua sobre la mesa y bebió un gran sorbo. Avery sonrió; su lado morboso se regocijaba. —Del
“CONTRATO DE SOMETIMIENTO A los 03 DÍAS DEL MES DE MARZO DEL AÑO 2020 entre AVERY JOSEPHINE WILSON CAGE, de nacionalidad ESTADOUNIDENSE, mayor de edad, domiciliada en el Estado de CALIFORNIA, quien a los efectos de este documento se denominará LA AMA, por su parte, y el ciudadano PATRICK EDSIN POWELL MCENROE, de nacionalidad ESTADOUNIDENSE, mayor de edad, domiciliado en el Estado de CALIFORNIA, quien en lo sucesivo se denominará EL SUMISO. Ambas partes han convenido celebrar un (01) contrato de sometimiento de tiempo determinado con una compensación monetaria, a otorgarse, una vez finalizado el período del presente acuerdo, regido por las siguientes cláusulas:” —¿Compensación monetaria? —Patrick despegó la mirada del documento y miró a Avery con los ojos entornados. Ella movió la cabeza y lo apremió para que siguiera leyendo. “CLÁUSULA PRIMERA: Queda terminantemente prohibido que alguna de las partes involucradas se vincule emocionalmente. De suceder, se dará por concluido el con
“CLÁUSULA DÉCIMA SEXTA: Cuando El Sumiso se encuentre en la misma habitación que La Ama, pedirá permiso antes de salir de ella, explicando a dónde va y por qué. Esto incluye pedir permiso para usar el baño”. —Check —dijo Patrick, haciendo un ademán con la mano, como si estuviera tachando algo de una lista de pendientes. “CLÁUSULA DÉCIMA SÉPTIMA: El Sumiso será responsable de mantener la limpieza y disponibilidad de todos los juguetes sexuales a utilizar. Ninguno será usado sin el expreso permiso de La Ama. —Check —volvió a hacer el gesto. Avery rio por lo bajo. Patrick le lanzó una mirada fugaz y no pudo evitar guiñarle un ojo. Ella dio un respingo, y el corazón se le aceleró ante tan sutil gesto. Se aclaró la garganta, se removió sobre la silla y bebió un poco de vino. Él se vio tentado a deslizar una mano sobre la mesa para sujetarle una mano a ella, pero recordó la jodida cláusula primera y descartó la idea. Siguió con la lectura... “Sección E: Apariencia del Sumiso CLÁUSUL
Un mes después. Patrick no lograba entender, ¿cómo las personas podían sentir placer con el dolor? ¿Como era posible que él, luego de criticar tanto ese mundo, le estaba comenzando a gustar? —Tal vez sea porque hay algo mal en nuestro cerebro —musitó Avery una noche, después de una intensa sesión, luego de que él hiciera la pregunta en voz alta. Ambos yacían desnudos sobre la cama de inmovilización en las mazmorras de la mansión de Isis. Pero lo cierto es que Patrick sabía que en su cabeza no había nada malo. ¿Por qué debería haberlo? El único trauma que albergaba dentro de sí era no poder hacerles pagar a esos hombres que destruyeron a su familia, y no se podía llamar trauma como tal, sino frustración. De resto, su infancia fue feliz, con padres que se amaban y lo amaban a él y a su hermana. Cenaban todas las noches juntos, momento en el que hablaban de su día, de cómo les había ido en la escuela y demás cosas normales. Rhonda y Harold eran el tipo de padres que no aplicaban casti
Avery no se convirtió en una femme fatale de la noche a la mañana, sino que su relación con Isis se hizo cada vez más íntima, no sexualmente hablando, sino intelectual. Ambas pasaban noches enteras charlando y bebiendo vino tinto, intercambiando puntos de vista, mientras Patrick pasaba las noches en su casa, dando vueltas sobre la cama y quejándose del dolor que le escocía sus nalgas, piernas, espalda y la parte interna de sus muslos. Hubo una ocasión en que Rhonda entró a la habitación de su hijo, sin llamar a la puerta, y encontró a Patrick recién saliendo de la ducha. De manera astuta, Patrick logró cubrir su cuerpo, pero no del todo, pues la madre se percató de un cardenal verdusco en el hombro derecho del chico. Él rápidamente ideó una mentira para explicar el moretón, diciendo que se lo había hecho en el gimnasio con una de las máquinas para fortalecer bíceps, porque hasta esto ha tenido que agregar a su rutina diaria; tres horas de gimnasio al día. En una de sus tantas tertuli
En cuanto la brisa fría de la noche tocó su rostro, fue como si Avery despertara del trance en el que se encontraba. En fracción de segundos, por su mente pasaron los recuerdos de las humillaciones, las palizas, las largas noches encadenada sin poder dormir, las tantas noches de soledad, las tantas veces que deseó una caricia, una palabra dulce, un beso... pero solo obtuvo insultos, golpes y burlas. Pensó en las tantas cosas que Isis le había contado de él... «¿Pero qué coño estoy haciendo?», pensó Avery. «Él es abusivo, maltratador, mentiroso y manipulador». Miró al hombre que caminaba a su lado y sintió repulsión, tal cual la que sentía cuando pensaba en Evan Eastwood. ¡Por Dios! Lo comprende. Después de casi una década, por fin lo entiende. Sin necesidad de que se lo diga un psicólogo o un psiquiatra, sin necesidad de terapias ni ansiolíticos ni antidepresivos. La verdad siempre estuvo delante de sus narices, y era cierto lo que muchas veces Looren le dijo. Solo ella tenía el p