Una Promesa

Brandon se enamoró del estudio. Exploró cada rincón de la enorme habitación, que ocupaba el equivalente a medio segundo piso.

—¡Hombre, es increíble!

Entonces descubrió el escritorio, donde estaba mi laptop. Se acercó a descansar sus manos en el respaldo del sillón, acolchado y giratorio, que no tenía nada que ver con el resto del mobiliario. Se inclinó un poco hacia adelante, mirando por la ventana, y giró el sillón para sentarse.

Lo vi allí, un codo en el brazo del sillón, su otra mano sobre mi laptop cerrada, los ojos en el Quabbin al otro lado de la ventana, y tomé mi teléfono, retrocediendo. No se dio cuenta. Tal vez estaba tan habituado a estar rodeado de cámaras todo el tiempo, que había aprendido a ignorarlas.

Mi cámara no capturó del todo la atmósfera del momento, la forma en que el sol lo

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