¡Pennhurst al fin! Hacía casi dos meses de mi última visita, y me costaba no acelerar en mi impaciencia por llegar. ¡Y ahora lo tenía a la vista!
—Tranquila, muchacha —rió Amy—. Todavía es temprano para que vayas a ver a Kujo.
Ni me molesté en responder. Por supuesto que Brett había solicitado la presencia de la médium, y por supuesto que ella no tenía absolutamente nada mejor que hacer que venir conmigo. Pero en mi auto, así no me la pasaría conteniendo el aliento, las manos en el panel y los pies apretados contra la alfombra, rezando por sobrevivir a esta curva o esa recta. Porque a Amy no le gustaban los autos deportivos sólo por el exterior.
Brett nos aguardaba frente al edificio principal y nos llevó a su oficina, en lo que había sido un cuarto para pacientes. ¡Y me miraban raro porque vivía con seis fantasmas!
—Me alegra que hayan venido —dijo, trayéndonos café en tazones humeantes con el logo de Pennhurst—. Preciso que me ayuden a entender lo que e
—No me gusta lo que dijiste de las almas.Amy se asomó desde el baño en nuestra habitación de hotel, cepillo de dientes en la boca y expresión interrogante.—Todo eso de la reencarnación, almas que viajan en grupos, y tu hijo en una vida que es tu padre en la próxima —dije acostándome—. Es como que al final, no tienes voz ni voto en nada. Te atrae esta persona o aquella porque tu alma los conoce, aunque tú no lo recuerdes.Amy regresó al baño a enjuagarse la boca y volvió a asomarse, ahora con un pomo de crema facial.—O sea, ¿es por eso que tú y yo nos llevamos bien a pesar de la diferencia de edad? Tú eres de la edad de mamá. ¿Fui tu hija en otra vida? ¿O fuimos hermanas? ¿Por eso te aguantas mi mal carácter?—No estás hablando de nosotras —respondió, cubri&eac
Fue un invierno duro pero breve. Dejó de nevar a fines de febrero, y el pronóstico a largo plazo predecía que no habría más tormentas de invierno ni nevadas fuertes en Nueva Inglaterra. La primera semana de marzo fui a Boston, a divertirme con mis amigotes Jenkins y Lady Audrey en la oficina del abogado, para poner en marcha lo de las reparaciones de la casa de huéspedes. Cuando llegó el momento de hablar de dinero, parecían sorprendidos de que no me hubiera comunicado con Brandon.—El señor Price dijo que se hiciera todo como usted quisiera y le enviáramos la cuenta —terció Jenkins.—Oh, bien, ¿cuándo comenzamos?—Los contratistas pueden ir la semana próxima —dijo la señorona.—Que sean dos semanas, por favor. —Tuve que tragarme la risa, porque parecían sorprendidos de que me atreviera a cambiar sus pla
New York era… ¡Guau! Era New York y ésa es descripción suficiente. Me sorprendió descubrir que nos alojaríamos en Manhattan, a sólo una calle de Central Park. Era un hotel barato, y compartía cama con Trisha, mientras Amy se quedaba con la otra cama toda para ella. La decoración era básica y barata, el baño apenas calificaba como tal, y la única ventana parecía abrirse dentro de la cocina del apartamento de enfrente. Pero a quién le importaba: ¡era Manhattan!Salimos a caminar, cenamos temprano y regresamos al hotel a pasar la primera de cinco noches en la Gran Manzana.A la mañana siguiente, dejamos a Trisha durmiendo y tomamos un taxi para ir a conocer al famoso mentor de Amy. Hugo Walker era uno de esos jubilados que se dio cuenta mucho antes que sus contemporáneos que no precisaba ser una ruina a los setenta. Tenía setenta y cinco, y les apuesto mi mano derecha que podía ganarme una carrera de la mansión al Quabbin cuando quisiera. No se veía como me había imaginad
La única que no se quedó de una pieza fue la Barbie. Nos miró por encima de sus lentes de sol, alzando las cejas como preguntando por qué no saltábamos fuera del ascensor para hacerle lugar. No pude evitar sacarle una radiografía. Rubia teñida, lolas de cirugía apenas contenidas en un top ajustado, tan escotado que casi se le veía el ombligo. Jeans elásticos que más parecían pantis y tacones de cuarenta centímetros.No me pregunten cómo funciona mi cerebro. Ya les expliqué que es raro.Mi corazón latió dos veces mientras radiografiaba a la rubia, y fue como un sedante para caballos. Mi corazón dejó de martillearme el pecho y ya no me ardían las mejillas. No era una rival: era lo que a él le gustaba llevarse a la cama. Yo había sido la excepción que confirmaba la regla, y orgullosa de serlo.Lo enfrent&ea
A la mañana siguiente, decidí que no precisaba chaperona para ir a ver a Hugo. Tuve que respirar hondo antes de entrar al hotel, y la desilusión al no ver a Brandon me hizo sentir una estúpida. Hugo había dejado mi nombre completo en la recepción, así que me dejaron pasar sin inconvenientes. Esperar el ascensor fue otra dura prueba para mis nervios. Ni rastros de Brandon por aquí tampoco. Bien, era de esperarse.Hugo me recibió con un breve abrazo y besos en ambas mejillas, invitándome a entrar a su suite con su sonrisa plácida. Igual que el día anterior, tenía el té listo y me invitó a sentarme en la alfombra a tomarlo.No me pregunten cómo hizo, pero ni cinco minutos después estábamos hablando de Brandon. Y en menos de diez minutos yo lloraba como una magdalena, proclamando mis dudas y remordimientos. Hugo trajo una caja de pañuelos des
El príncipe Harry me llevó a mi hotel barato en su auto de lujo, bajó para abrirme la puerta y me dio un estrecho abrazo.—Me alegra haberte conocido, Fran —me dijo al oído—. Hasta mañana.—Gracias por este día maravilloso.—Y la diversión apenas comienza, nena. Cuídate.Retrocedió con un guiño, subió a su auto y se marchó. Cuando me disponía a entrar al hotel, vi venir a Amy y Trisha. Las dos se volvieron para mirar el auto de Harry y luego me enfrentaron interrogantes.—¿Ése no era el nieto de Hugo? —preguntó Amy cuando llegaron a mi lado.—Sí, Harry —asentí entrando con ellas al hotel—. Una dulzura total. Pasé el día con él.—¿Soltero? —preguntó la descarada de Trisha.—Gay —replic&oa
Huelga decir que el pobre Hugo tuvo que soportar otra tanda de lágrimas y medias palabras, y gastar otra caja de pañuelos descartables en mí. Cuando fui capaz de callarme, para variar, me palmeó la mano sonriendo.—¿Lo amas, querida?Asentí muy seria, sonándome la nariz.—Ése en el pasillo era él. ¿Amas también esa parte de él?—Sí. Todos tenemos nuestro carácter. ¡Pero no puede venir a decirme que me ama con otra mujer en su cama!—¿Por qué no? El sexo no tiene nada que ver con el amor.—¡Vamos, Hugo! —Traté de respirar hondo sin demasiado éxito—. No siento que me esté siendo infiel ni nada parecido, ¿comprendes? Pero necesita bajar los humos por una vez y no hacer un escándalo como un maldito niño consentido si las cosas no son exactamente como él quiere.—¿Por qué no? Mira a tu alrededor, querida. Es la gente como él quien siempre obtiene lo que quiere, porque hacen tanto escándalo, que el universo se contorsiona para darles gusto
El viernes por la mañana amaneció frío y ventoso, con pronóstico de lluvias repentinas hasta el atardecer. Al menos no llovería para la fiesta. Me abrigué bien y emprendí mi caminata de cuatro kilómetros a lo largo de Central Park hasta Columbus Circle, escuchando mi lista de buen humor y cantando en voz alta mis canciones favoritas de No Return.Ni rastros de Brandon en la recepción. Los conserjes ya no precisaban buscar mi nombre en la lista de visitantes, y me saludaban sonriendo con gesto de que pasara hacia los ascensores. Brandon tampoco apareció por allí. Bien, habérmelo encontrado el día anterior seguramente había sido una casualidad, porque era aún más respetuoso que Trisha del primer mandamiento de los búhos nocturnos: prohibido levantarse antes de las diez.Hugo y yo tomamos té platicando de temas triviales. Intenté preguntarle sobre sus creencias, pero en vez de responderme, me distrajo preguntándome por Kujo. Cuando terminamos el té, me mandó a lavarme las