Me costaba dar crédito a mis ojos cuando me paré ante el espejo de cuerpo entero. Brandon había contratado a una estilista para que se encargara de mi peinado y mi maquillaje para la fiesta, y ahora que le había agregado el vestido que compráramos el día anterior, me parecía estar viendo a otra persona. Honestamente, no tenía idea que pudiera llegar a verme tan bonita.
Brandon se paró detrás de mí y apoyó sus manos en mis hombros, mirando mi reflejo de arriba abajo con su sonrisa más cálida.
—Mira. Ahí tienes a mi modelo preferida —susurró en mi oído.
Antes que pudiera responder, me rodeó la cintura con su brazo y se apretó contra mi costado para la típica selfie en el espejo. Entonces giró hacia mí y dejó que sus ojos resbalaran hacia mis labios.
—Mierda. Debería permitirte llegar a la fiesta con el maquillaje intacto, ¿no?
—Te conviene —repliqué, muriendo por besarlo.
Alzó un dedo y se apresuró a ir a buscar algo en su bolso. Regresó con u
Mike había limpiado la entrada de autos hasta el portón, así que Brandon no tuvo inconveniente en acceder con la camioneta para estacionarla a pocos pasos del porche de la mansión. Por suerte me acordé de activar la app apenas me apeé, porque la puerta principal se abrió sola un momento después. Brandon vaciló, así que tomé su mano para que caminara conmigo.—¡Feliz Año Nuevo!— ¡Felicidades, mellizos! ¿Trisha no está?—Aún no llega.—¡Ven, ven!—En un momento.Brandon se había detenido con expresión suspicaz. Solté su mano para abrir la app SLS y le mostré las dos figuras de palotes, de pie en el porche junto a la puerta abierta. Dos adultos.—Deben ser Ann Marie y Edward —tercié—. Para
LIBRO 2: EL CORAZÓN DEL CAZADORSeguiremos regresandoHasta que lo comprendamosHemos estado aquí un millón de vecesNo te olvidaréYa no logro recordarme sin tiPero no puedo llamarte mía.—Daughtry, Call You Mine*LA TIERRA DEL INVIERNOCalificar lo que siguió como un momento difícil sería casi una ironía.Trisha me halló dos días después en mi cama, donde me había derrumbado cuando Brandon se fuera, y donde seguía cuando ella volvió a casa, haciendo lo único que podía hacer: llorar. Sólo me levantaba para ir al baño, y en una de esas ocasiones vi la esquina del edredón asomando del ropero. El edredón con el que Brandon y yo nos habíamos abrigado la primera vez que durmiéramos juntos, antes de liberar a Kuj
El mal tiempo demoró la inspección de la Fundación hasta la primera semana de febrero. El representante de los Blotter llegó una mañana de sol en un lujoso Mercedes, a marcha lenta por el aguanieve y el barro de Greenwich Road. Salí al porche y vi que el conductor se apeaba para abrir la puerta trasera. Oh, bien, ¿Mercedes y chofer? ¿Un poquito ricos, como diría Trisha? El hombre ayudó a bajar a una mujer de unos sesenta años, que vestía un sobrio vestido negro bajo un grueso tapado negro con piel en el cuello y los puños. Háblame de clásicos.Desvió la vista hacia la casa de huéspedes de camino al porche, entonces alzó la vista para sonreírme y subió los escalones. Me envaré al escuchar que la puerta se abría sola a mis espaldas.—¿Francesca? —saludó la dama, y asintió hacia el resto
¡Pennhurst al fin! Hacía casi dos meses de mi última visita, y me costaba no acelerar en mi impaciencia por llegar. ¡Y ahora lo tenía a la vista!—Tranquila, muchacha —rió Amy—. Todavía es temprano para que vayas a ver a Kujo.Ni me molesté en responder. Por supuesto que Brett había solicitado la presencia de la médium, y por supuesto que ella no tenía absolutamente nada mejor que hacer que venir conmigo. Pero en mi auto, así no me la pasaría conteniendo el aliento, las manos en el panel y los pies apretados contra la alfombra, rezando por sobrevivir a esta curva o esa recta. Porque a Amy no le gustaban los autos deportivos sólo por el exterior.Brett nos aguardaba frente al edificio principal y nos llevó a su oficina, en lo que había sido un cuarto para pacientes. ¡Y me miraban raro porque vivía con seis fantasmas!—Me alegra que hayan venido —dijo, trayéndonos café en tazones humeantes con el logo de Pennhurst—. Preciso que me ayuden a entender lo que e
—No me gusta lo que dijiste de las almas.Amy se asomó desde el baño en nuestra habitación de hotel, cepillo de dientes en la boca y expresión interrogante.—Todo eso de la reencarnación, almas que viajan en grupos, y tu hijo en una vida que es tu padre en la próxima —dije acostándome—. Es como que al final, no tienes voz ni voto en nada. Te atrae esta persona o aquella porque tu alma los conoce, aunque tú no lo recuerdes.Amy regresó al baño a enjuagarse la boca y volvió a asomarse, ahora con un pomo de crema facial.—O sea, ¿es por eso que tú y yo nos llevamos bien a pesar de la diferencia de edad? Tú eres de la edad de mamá. ¿Fui tu hija en otra vida? ¿O fuimos hermanas? ¿Por eso te aguantas mi mal carácter?—No estás hablando de nosotras —respondió, cubri&eac
Fue un invierno duro pero breve. Dejó de nevar a fines de febrero, y el pronóstico a largo plazo predecía que no habría más tormentas de invierno ni nevadas fuertes en Nueva Inglaterra. La primera semana de marzo fui a Boston, a divertirme con mis amigotes Jenkins y Lady Audrey en la oficina del abogado, para poner en marcha lo de las reparaciones de la casa de huéspedes. Cuando llegó el momento de hablar de dinero, parecían sorprendidos de que no me hubiera comunicado con Brandon.—El señor Price dijo que se hiciera todo como usted quisiera y le enviáramos la cuenta —terció Jenkins.—Oh, bien, ¿cuándo comenzamos?—Los contratistas pueden ir la semana próxima —dijo la señorona.—Que sean dos semanas, por favor. —Tuve que tragarme la risa, porque parecían sorprendidos de que me atreviera a cambiar sus pla
New York era… ¡Guau! Era New York y ésa es descripción suficiente. Me sorprendió descubrir que nos alojaríamos en Manhattan, a sólo una calle de Central Park. Era un hotel barato, y compartía cama con Trisha, mientras Amy se quedaba con la otra cama toda para ella. La decoración era básica y barata, el baño apenas calificaba como tal, y la única ventana parecía abrirse dentro de la cocina del apartamento de enfrente. Pero a quién le importaba: ¡era Manhattan!Salimos a caminar, cenamos temprano y regresamos al hotel a pasar la primera de cinco noches en la Gran Manzana.A la mañana siguiente, dejamos a Trisha durmiendo y tomamos un taxi para ir a conocer al famoso mentor de Amy. Hugo Walker era uno de esos jubilados que se dio cuenta mucho antes que sus contemporáneos que no precisaba ser una ruina a los setenta. Tenía setenta y cinco, y les apuesto mi mano derecha que podía ganarme una carrera de la mansión al Quabbin cuando quisiera. No se veía como me había imaginad
La única que no se quedó de una pieza fue la Barbie. Nos miró por encima de sus lentes de sol, alzando las cejas como preguntando por qué no saltábamos fuera del ascensor para hacerle lugar. No pude evitar sacarle una radiografía. Rubia teñida, lolas de cirugía apenas contenidas en un top ajustado, tan escotado que casi se le veía el ombligo. Jeans elásticos que más parecían pantis y tacones de cuarenta centímetros.No me pregunten cómo funciona mi cerebro. Ya les expliqué que es raro.Mi corazón latió dos veces mientras radiografiaba a la rubia, y fue como un sedante para caballos. Mi corazón dejó de martillearme el pecho y ya no me ardían las mejillas. No era una rival: era lo que a él le gustaba llevarse a la cama. Yo había sido la excepción que confirmaba la regla, y orgullosa de serlo.Lo enfrent&ea