Allá Vamos

—Sus medicamentos, señor Price —pidió Amy desde el hogar. No hubiera podido sonreírle aunque le fuera en ello la vida.

Price se volvió hacia ella ceñudo. —¿Perdón?

—Debe darme sus medicinas.

—Pero las necesito al mediodía para tomarlas.

Amy sostuvo su mirada un instante y se volvió hacia mí. —¿Me darías la bolsa, por favor?

Me apresuré hacia ella para devolverle la bolsita de tela, y me quedé tan cerca del calefactor como podía sin caerme dentro del hogar. Oh, sí, qué bueno era sentir esas llamas después de estar afuera en aquella mañana helada.

Price respiró hondo, molesto. Su voz atronó toda la casa.

—¡Isaac! ¡Nuestras medicinas!

El segundón se apresuró a bajar un momento después como buen caniche obediente,

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