El conde estaba furioso. Todo había llegado muy lejos. Una cosa eran los rumores, y otra muy distinta era todo lo que se había publicado sobre Blake. Fueran o no verdad, aquello manchaba el buen nombre de su familia, y, sobre todo, dañaba enormemente la figura de Blake, a quien él apreciaba profundamente. —Creo que David ya ha sobrepasado todos los límites. Esto que ha hecho es inconcebible. En su afán por destruir a Blake, está destruyendo a Maddie también. ¿Acaso no se da cuenta? —exclamó con voz helada, dejando que su ira se hiciera notar en cada palabra. Ni George ni Paul supieron qué responder. El silencio se extendió como una sombra densa en la sala. —Quisiera ir y romperle la cara a ese imbécil —dijo Paul, con gran indignación, apretando los puños—. Porque, a pesar de que Maddie se muestra alejada de Blake y dice que lo odia, estoy seguro de que lo ama. Si ella llegara a enterarse de lo que está sucediendo… Esto la destrozaría aún más. El conde negó con la cabeza, su mirada
La residencia de los Hamilton fue rodeada en cuestión de minutos. Los hombres de Blake, perfectamente coordinados, cercaron cualquier posible salida. A esa hora, la residencia se encontraba en completa oscuridad, ya que sus habitantes estaban durmiendo. Sólo era iluminada por las farolas del jardín. Eso les permitió a los matones, posicionarse en lugares estratégicos. La cerraduras del portón de hierro y luego la puerta de entrada, fueron fáciles de abrir para los delincuentes, lo mismo que anular la guardia que los Hamilton tenían. Todo estaba perfectamente planeado: entrarían sigilosamente, inundando la casa y sorprendiendo a sus desvalidos moradores. Uno de los hombres, con guantes de cuero negro, se deslizó en silencio por el pasillo principal, seguido de cerca por los demás. El eco de sus pasos amortiguados resonaba suavemente en la casa. La misión era clara: tomar a David y a su esposa por sorpresa, en su cama. De repente, un leve crujido en el piso superior hizo que todos s
Lo que en un principio había parecido una búsqueda infructuosa paulatinamente, parecía estar dando resultado. Los hombres desplegados por Don Carlo por toda la ciudad de Nueva York habían informado por cada rincón que el jefe mafioso sería muy generoso para con quien le diera una información certera del paradero de Rose. Y eso, dio resultado. Los hermanos Ferrante tenían una envidiable red de contactos en el bajo mundo que muy pocos tenían; ellos respondían directamente al Don, ya que muchas veces el hombre los había sacado de prisión o directamente, salvado de ir a ella. Todos los veían como una escoria, de la que se alejaban, pero no Don Vitale, él los protegía. Y por eso, ellos hacían lo que fuera por él. Así que apenas supieron de la orden que el hombre había lanzado, no dudaron un instante y se pusieron en contacto con todos sus amigos. Ni siquiera una rata se movía en la oscuridad, sin que ellos no lo supieran. Giorgio Ferrante no tardó en obtener un nombre. Un hombre que t
El estruendo del disparo sacudió la habitación, haciendo eco en las paredes como un rugido ensordecedor. Sarah ahogó un grito desgarrador, llevándose las manos al vientre, mientras David, paralizado en el suelo, abrió los ojos de golpe, sintiendo el corazón a punto de estallar. Pero no hubo impacto. No hubo dolor. El disparo se había perdido en el techo. El conde entró en la habitación como un torbellino, su rostro era una mezcla de furia y urgencia. —¡Blake! —bramó. Blake apenas reaccionó. Seguía con la pistola en alto, con el brazo tembloroso y la mandíbula apretada. Sus ojos, oscuros y atormentados, reflejaban una lucha interna feroz. El conde no perdió tiempo. Con un movimiento rápido y calculado, le arrebató el arma de las manos. —¿Qué demonios crees que estás haciendo? —lo increpó con dureza, empujándolo ligeramente hacia atrás—. ¿Quieres arruinar tu vida por un tipo inescrupuloso como este? —dijo, mirando con desdén a David. Blake parpadeó, como si apenas estuvi
El despacho de Don Carlo era un reflejo de su poder y control. Paredes revestidas de madera oscura, una enorme biblioteca llena de volúmenes encuadernados en cuero y un escritorio de roble macizo daban la sensación de que aquel no era un lugar donde se tomaban decisiones impulsivas. La luz era tenue, proyectaban sombras alargadas en los rostros de los hombres que estaban allí reunidos. Giorgio Ferrante esperó de pie frente al escritorio, con las manos firmes a los lados del cuerpo. Sabía que la información que traía podía cambiar el rumbo de muchas cosas, y que lo más importante en ese momento era la reacción del Don. A su alrededor, algunos de los hombres de confianza de Don Carlo, incluidos sus consiglieri y lugartenientes, estaban presentes. Un par de ellos murmuraban entre sí, pero callaron en cuanto el Don levantó la mirada. —Habla —ordenó Don Carlo, su voz grave y pausada. No había enojo, no había prisa. Solo la frialdad de un hombre que pesaba cada palabra antes de actuar
Blake apenas podía creer lo que había sucedido. Aún sentía el peso del arma en su mano, aunque ahora solo quedaba el temblor en sus dedos y el eco de su propia respiración entrecortada. Parecía que, después de la efervescencia del momento vivido en la residencia de los Hamilton, las palabras del conde lo hubiesen traído de vuelta a la realidad con un golpe seco. "¿En qué demonios estaba pensando cuando quise volarle los sesos a ese maldito frente a una pobre mujer embarazada?" se recriminó con furia. "Lo odio, lo odio con cada fibra de mi ser... Pero ella... ella es tan inocente como Maddie". El rostro aterrorizado de Sarah aún lo perseguía. La expresión de horror en sus ojos, la manera en que se aferraba al vientre, como si su propio cuerpo fuese un escudo contra el caos que estaba a punto de desatarse. Su llanto había sido desgarrador, casi animal, y en un instante, Blake se había visto reflejado en ese mismo sufrimiento. Porque él sabía lo que era perderlo todo. Entonces, pen
Desde que había llegado a su casa, había comenzado a redactar el documento de divorcio y movido todas las influencias que tenía para lograr que un juez amigo el juez Mallory quien pertenecía a la corte suprema, le firmara el documento autorizando el divorcio. — Diablos Patrick— dijo suspirando el juez—. ¿Le has dicho a Blake en el lío en el que se está metiendo al querer hacer esto? ¡Esto podría destruir por completo su reputación! ¿Sabes lo que significa asumir ante la sociedad que le fue infiel a su esposa? Esto será su completa ruina. Patrick asintió. El día en el que había hablado con Blake, él se lo había explicado detalladamente. No era para nada fácil divorciarse en Nueva York, la única manera de hacerlo era si uno de ellos era infiel. Por lo tanto, ante esa hipócrita sociedad, el que había dado el mal paso quedaba marcado y un poco más excluido de dicho círculo. Aun así, Blake había decidido seguir adelante. Amaba tanto a su esposa, que estaba dispuesto a sacrificar todo
Patrick y Maddie se quedaron mirando por un instante. Ambos de diferente manera, estaban sufriendo perdidas y transitando por un gran dolor. Aun así, el aprecio que les había generado la amistad que tenían, les permitió mirarse a los ojos, sin caer en reacciones que no llevarían a ningún lado más que provocar dolor. — Maddie... —dijo el abogado con voz ahogada—. Maddie, yo... lo... La joven lo detuvo de inmediato. — No lo digas Patrick. Si me vas a decir que lo sientes, mejor no lo digas—le dijo con firmeza—. Tú nada tienes que ver en lo que me ha hecho Rose. Ella ha cometido un crimen imperdonable, pero tú no tienes la culpa de nada. En cambio, Blake si tuvo que ver en todo esto... ¡Si él no la hubiese traído a nuestras vidas! —espetó, apretando los puños—. Él la trastornó... la enamoró, ilusionó y luego... y luego le ordenó que se deshiciera de su hijo. ¿Qué clase de hombre busca deshacerse de su propio hijo? ¡Oh, Dios! Sabía que él era un hombre terrible, pero no al punto de