Blake podía verla vestida de gala una y mil veces, pero, aun así, contemplarla descendiendo la majestuosa escalera de mármol, envuelta en aquel vestido blanco que contrastaba con su oscuro cabello, sus ojos verde esmeralda y sus labios rojos, volvió a encender en él un amor y un deseo irrefrenables. Quería hacerla suya. Otra vez.—No puedes estar tan hermosa... Verte es como un milagro. Mi milagro —susurró, atrayéndola hacia él, envolviéndola en un abrazo—. Te deseo como jamás he deseado a nadie.Ella lo miró a los ojos y sonrió. Amaba a ese hombre. Era atractivo, protector y encantador. Ahora comprendía por qué cualquier mujer enloquecería por él… porque ella misma ya lo estaba.—¿Todavía te parezco irresistible, aunque esté engordando? —preguntó, acariciándose el incipiente vientre con un fingido puchero—. Dentro de unos meses estaré enorme, como un tonel. ¿Aun así, me seguirás deseando?Blake no respondió con palabras. En cambio, posó sus labios sobre los de ella, besándola suaveme
La nota no sólo era misteriosa sin también intrigante, Maddie frunció el ceño, releyó la nota para asegurarse de que no estaba viendo mal.“Madelaine Townsend” pensó “¿Es para mí, pero como llegó esto aquí?”Maddie observó a su alrededor, tratando de encontrar alguna pista sobre el origen de la nota. Decidió abrir el papel y leer la nota, sus nervios apenas le permitían abrirla disimuladamente.“Señora Townsend, si no quiere que asesinen a su esposo ahora mismo, no diga nada a nadie. La espero después del primer acto en el baño de damas que está al final del pasillo del primer piso. Hay algo muy importante que debe saber sobre un gran enemigo que quiere destruirlo”La joven quedó impávida al leerlo, apenas alcanzó a guardarlo, pues el telón comenzaba a subir y las luces apagarse. Conservó la nota en su mano, tratando de asimilar lo que acababa de leer. Mientras la obra comenzaba, Maddie trataba de mantener la calma, pero su mente no paraba de darle vueltas a la nota. ¿Quién podría ha
Maddie sintió el vacío bajo sus pies antes de que su cuerpo cayera. El aire le golpeó el rostro cuando rodó por los escalones, incapaz de aferrarse a nada. Un grito ahogado se escapó de su garganta antes de que su espalda impactara con el suelo de manera brutal. Un silencio sepulcral se extendió en la habitación. Por un instante, todo pareció suspendido en el tiempo. Rose miró con horror el cuerpo inmóvil de Maddie al pie de la escalera. Sus manos temblaban, su pecho subía y bajaba con rapidez. No podía pensar con claridad. ¡Ella no había querido esto! Pero allí estaba Maddie, su cabello esparcido como una mancha oscura sobre el suelo de mármol, su vestido arrugado, un brazo doblado en un ángulo extraño. El sonido de unos pasos resonó en el pasillo. Rose levantó la vista con desesperación. Y entonces la vio: Ava, con su figura esbelta recortada en la penumbra, observando la escena con una expresión inescrutable. —Oh, Rose… —murmuró Ava, con un susurro envenenado. Dio un par de p
Vinnie conducía por las calles de Nueva York a toda velocidad. Las instrucciones de Ava era muy precisas y determinantes: abandonar a Rose en el lugar más inhóspito y hostil de la ciudad y que su suerte quedara a decisión del destino o no. Porque estaba segura de que cuando Blake supiera quien había asesinado a Madelaine, la buscaría hasta encontrarla y la mataría sin piedad alguna. Rose por su parte, estaba acurrucada contra la puerta del auto, como buscando refugio. Estaba cayendo en la cuenta de lo que había hecho y que posiblemente eso tendría sus consecuencias. En lo más recóndito de su atrofiada mente, estaba segura de que sólo había sido el juguete de Ava para llevar a cabo el trabajo sucio. Pero ¿Por qué? En toda esa confusión oscura, había una sola cosa que la consolaba: había terminado con Madelaine y con el niño que esperaba; como ella lo veía, había hecho justicia por su hijo, ese que Blake sin contemplación había rechazado. — Lo hiciste muy bien Rosie. Sinceramente,
El pasillo del hospital seguía impregnado de incertidumbre, tristeza y llantos ahogados. Las luces parpadeaban con frialdad, proyectando sombras inciertas en las paredes blanquecinas, mientras el eco de pasos apresurados y murmullos angustiados llenaban el aire. Blake estaba inconsolable. Desarmado. Incapaz de pensar con coherencia alguna. Su respiración era errática, sus manos temblaban, y el peso de la incertidumbre lo aplastaba como una lápida imposible de soportar. Nunca se había sentido tan impotente, tan al borde del abismo. El conde, quien desde el primer momento había sentido un inexplicable afecto por él, se acercó sin decir una palabra. Con gesto firme, lo atrajo hacia su pecho, ofreciéndole un refugio silencioso en medio del caos. Y Blake, por primera vez en su vida, se permitió quebrarse en el hombro de alguien que no fuera Maddie. Su Maddie. — Si ella muere, si ella me deja... me iré con ella —balbuceó Blake, cargado de angustia y desesperación—. Yo no puedo vivir sin
El gran dolor de Blake no alcanzaba a nublar su mente ni a anular su juicio, al menos no el que le permitía hacer justicia por mano propia. Porque más allá de la angustia y el vacío insoportable, había algo más rugiendo dentro de él. Ira. Alguien había dañado a Maddie deliberadamente. Alguien la había hecho caer, la había golpeado, la había dejado al borde de la muerte. Y había matado a su hijo. Blake apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se entrelazaba con el sufrimiento, formando un nudo de acero en su pecho. Su respiración era pesada, entrecortada, y sus manos, aún temblorosas, se cerraban en puños tan apretados que las uñas se clavaban en la piel. Se los haría pagar. Apenas recibió el llamado, Henry partió raudamente del club hacia el hospital. Conocía bien a su jefe, y el solo tono de su voz, tan rota y abatida, le bastó para saber que algo verdaderamente grave había sucedido. Pero no estaba preparado para lo que vio. El hombre detuvo su apresurada marcha en
Blake al oír las palabras del médico sintió un escalofrío recorrerle por la espalda, no de miedo, sino de una impotencia que lo desarmaba por completo. Durante su vida había enfrentado de todo: la muerte, la violencia, la traición, pero nada de eso, lo había preparado para lo que tenía que enfrentar ahora. Por un instante, su mente quedó en blanco como si su cuerpo no supiera si moverse o quedarse clavado en el suelo. ¡No sabía nada! Nada. La única certeza que tenía era que debía ir con su esposa y hablar con ella. Su incapacidad emocional lo limitaba para poder decirle la verdad y sostener su mundo cuando Maddie, se derrumbara frente a él. De nada le servía tener dinero, poder, fuerza para llevar a cabo planes. Se dio cuenta que durante su vida había luchado por tener todo eso y en ese momento no era más que un simple indigente. Miró por un instante a sus suegros y luego al conde quien, a pesar de su inmensa tristeza, mostraba en su mirada elocuencia y firmeza. Trasmitiéndole i
Blake salió de la habitación con el corazón martillándole el pecho y un vacío helado en el estómago. Apenas podía sentir sus propias piernas mientras avanzaba por el pasillo, como si la realidad a su alrededor se desmoronara en fragmentos borrosos e inconexos. El aire afuera de la habitación se sentía sofocante, como si el techo del hospital entero lo estuviera aplastando. Quería gritar, golpear algo, hacer lo que fuera para sacar el dolor que lo estaba consumiendo desde dentro. Pero no podía. No aquí. No ahora. Sus pasos resonaron en el suelo de mármol cuando dobló la esquina y se apoyó contra la pared, apretando los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. La sensación era insoportable. Todo lo que había temido, todo lo que había intentado proteger, se había hecho pedazos en sus manos. Y Maddie... Maddie lo miró con un odio que lo atravesó más que cualquier bala. Posiblemente, jamás lo perdonaría y eso solo significaba una cosa: perderla para siempre. La sola idea de v