Nueva york, 18 de julio de 1930 3.00 p.m. El sol de la tarde bañaba las ventanas del hospital psiquiátrico, pero en el interior, las sombras parecían más densas de lo habitual. Ava caminaba por los pasillos con pasos medidos, el eco de sus tacones resonando como un metrónomo que marcaba el inicio de algo grande. En sus manos llevaba una pequeña caja, cuidadosamente cerrada, mientras su mirada se mantenía fría y calculadora. Sabía que no podía permitirse ningún error. Cada detalle había sido planeado con precisión. Desde la distracción del personal hasta el momento exacto en el que Rose estaría lista para salir. Pero aún había una última pieza que debía asegurarse: que Rose no dudara. Al llegar frente a la habitación de Rose, Ava respiró hondo y permitió que una sonrisa afectuosa se dibujara en su rostro, el disfraz perfecto para la oscuridad que llevaba dentro. Giró la manija y entró, encontrándose con los ojos ansiosos de Rose, quien parecía colgar de un hilo entre la resign
El golpe con la piedra llegó, y Rose sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ava cayó al suelo, y aunque claramente el golpe no había sido tan fuerte como para causar un daño serio, la imagen de su "amiga" sonriendo con sangre corriendo por su frente era espeluznante.—¡Ya está! —gruñó Ava, señalándolos con la mano como si ella fuera la directora de un espectáculo teatral—. Ahora largo de aquí los dos.Pero Rose no se movió. Sus piernas estaban clavadas al suelo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. "Esto está mal", pensó, pero no se atrevió a decirlo en voz alta. Durante semanas, Ava había sido su única fuente de consuelo, su única guía, la única persona que parecía tener un plan para sacarla de ese infierno. Pero ahora... ahora parecía que Ava era el infierno.Rose tragó saliva, sintiendo una opresión en el pecho. Lentamente, empezó a notar algo que no había querido admitir: Ava no la estaba salvando; Ava la estaba utilizando. Pero ¿Por qué haría algo así? ¿Por qué debía co
Blake podía verla vestida de gala una y mil veces, pero, aun así, contemplarla descendiendo la majestuosa escalera de mármol, envuelta en aquel vestido blanco que contrastaba con su oscuro cabello, sus ojos verde esmeralda y sus labios rojos, volvió a encender en él un amor y un deseo irrefrenables. Quería hacerla suya. Otra vez.—No puedes estar tan hermosa... Verte es como un milagro. Mi milagro —susurró, atrayéndola hacia él, envolviéndola en un abrazo—. Te deseo como jamás he deseado a nadie.Ella lo miró a los ojos y sonrió. Amaba a ese hombre. Era atractivo, protector y encantador. Ahora comprendía por qué cualquier mujer enloquecería por él… porque ella misma ya lo estaba.—¿Todavía te parezco irresistible, aunque esté engordando? —preguntó, acariciándose el incipiente vientre con un fingido puchero—. Dentro de unos meses estaré enorme, como un tonel. ¿Aun así, me seguirás deseando?Blake no respondió con palabras. En cambio, posó sus labios sobre los de ella, besándola suaveme
La nota no sólo era misteriosa sin también intrigante, Maddie frunció el ceño, releyó la nota para asegurarse de que no estaba viendo mal.“Madelaine Townsend” pensó “¿Es para mí, pero como llegó esto aquí?”Maddie observó a su alrededor, tratando de encontrar alguna pista sobre el origen de la nota. Decidió abrir el papel y leer la nota, sus nervios apenas le permitían abrirla disimuladamente.“Señora Townsend, si no quiere que asesinen a su esposo ahora mismo, no diga nada a nadie. La espero después del primer acto en el baño de damas que está al final del pasillo del primer piso. Hay algo muy importante que debe saber sobre un gran enemigo que quiere destruirlo”La joven quedó impávida al leerlo, apenas alcanzó a guardarlo, pues el telón comenzaba a subir y las luces apagarse. Conservó la nota en su mano, tratando de asimilar lo que acababa de leer. Mientras la obra comenzaba, Maddie trataba de mantener la calma, pero su mente no paraba de darle vueltas a la nota. ¿Quién podría ha
Maddie sintió el vacío bajo sus pies antes de que su cuerpo cayera. El aire le golpeó el rostro cuando rodó por los escalones, incapaz de aferrarse a nada. Un grito ahogado se escapó de su garganta antes de que su espalda impactara con el suelo de manera brutal. Un silencio sepulcral se extendió en la habitación. Por un instante, todo pareció suspendido en el tiempo. Rose miró con horror el cuerpo inmóvil de Maddie al pie de la escalera. Sus manos temblaban, su pecho subía y bajaba con rapidez. No podía pensar con claridad. ¡Ella no había querido esto! Pero allí estaba Maddie, su cabello esparcido como una mancha oscura sobre el suelo de mármol, su vestido arrugado, un brazo doblado en un ángulo extraño. El sonido de unos pasos resonó en el pasillo. Rose levantó la vista con desesperación. Y entonces la vio: Ava, con su figura esbelta recortada en la penumbra, observando la escena con una expresión inescrutable. —Oh, Rose… —murmuró Ava, con un susurro envenenado. Dio un par de p
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l
Nueva York, 20 de octubre de 1929 Blake estaba en la oficina del club clandestino que poseía, lugar en donde hombres de dudosa reputación y otros de doble moral asistían para saciar cualquier deseo que tuvieran ya fuera beber alcohol (que por esos años era ilegal), estar con mujeres dispuestas a cumplirles cualquier fantasía o jugar cualquier juego de azar. Él tenía el suficiente poder y dinero como para mantener su famoso antro muy bien protegido, la policía como las autoridades pertinentes estaban muy bien pagas como para mirar para otro lado. _ ¿Qué pasa Henry? _ le preguntó a su secretario que venía con cara de frustración _ ¿Alguien murió? El hombre se acercó y le dio una pequeña y fina caja rectangular de terciopelo rojo. _ La señorita Aston ha devuelto este regalo también señor _ dijo con temor el hombre _ le dijo al mensajero que, si sigue molestándola, llamará a la policía. Blake se llenó de furia tomando la caja y tirándola con fuerza contra la pared, golpeó un