Cansada de pensar en tonterías se levantó de la cama para hacer algo. No tenía sueño aún, a pesar de que la noche ya estaba instalada.Consideraba que lo mejor sería darse un baño y salir a conversar un rato con Betsaida, o mantenerse cerca de Antonio sin discutir.Entró en el baño y se quitó la camisa y el sujetador. El cansancio, la frustración y la intriga le tenían gastado y adolorido el cuerpo, el agua fría sería el mejor bálsamo para despertar los músculos y devolverles un poco de vida.Soltó la cola en la que siempre llevaba atados los cabellos y se masajeó con suavidad el cuero cabelludo.Pensó en dejarlos sueltos después del baño para que descansaran de la apretada goma, elección que estimuló una nueva arremetida de antiguos recuerdos.La última vez que se acicaló había sido para provocar a Iván cuando estuvieron en el hotel, pero con esa actitud no solo despertó su interés, sino también, su apetito carnal.Evocar aquella noche en la que estuvo a punto de caer en sus brazos p
Iván le besaba el cuello con toda la ternura que su ardiente deseo le permitía, ansiaba liberarla y aunque no podía descargar su frustración en el culpable de ese dolor, no iba a permitir que gobernara la vida de su ángel.Elena le pertenecía y él estaba decidido a desterrar todo el daño que alguna vez le hicieron.Con los labios reverenciaba cada tramo de piel y con el dorso de los dedos acariciaba el cuerpo de Elena, pero ella seguía inmóvil y nerviosa.—Elena… —le suplicó.—Tengo miedo.Iván la miró a los ojos. Notó el temor y el deseo mezclados en ellos.—No te haré daño, confía en mí.Elena distinguió en la mirada de Iván ternura y pasión. Ansiaba confiar en él, si alguna vez volvía a intentar mantener ese tipo de relaciones el más indicado era ese hombre, quién conocía su realidad y entendía su temor.Solo pudo asentir con dificultad. Los ojos los tenía inundados con cientos de lágrimas que no quería dejar escapar. El miedo la embargaba, pero el deseo era mayor a sus aprensiones
—¿Listo?—Sabes que siempre lo he estado y ahora más que nunca.Antonio sonrió ante la firme declaración de Iván. Ambos hombres comprendían que debían separarse, no podían mantenerse juntos en el departamento de Betsaida.Si Lobato los ubicaba, era capaz de entrar en el edificio con sus hombres y disparar a cada ser vivo hasta acabar con ellos.A primera hora de la mañana, sentados en la mesa de la cocina, se repartían las armas que Iván había obtenido en El Paraíso.—Alfredo y Felipe se quedarán en hoteles diferentes. Acordamos encontrarnos a las once de la mañana en el restaurante que te indiqué, así tendré oportunidad de comunicarme con Zambrano y restablecer los parámetros del convenio con la policía. Ahora que ustedes entran en el juego, las condiciones serán diferentes —informó Antonio, ansioso por el comienzo de la acción.Había pasado semanas encerrado mientras se recuperaba de las heridas. Anhelaba hacerse cargo de sus asuntos.—¿Confías en ese policía? —hurgó Iván.—No, pero
—Dámaso, ¿qué sucede?—Malas noticias, jefe.Roberto Lobato entró en su despacho seguido por su empleado y se dirigió al bar. Las malas noticias se pasaban mejor con una buena bebida.—Hubo movimiento en Barquisimeto, la plaza de Matos ahora está sola, su hermano desapareció justo cuando la policía allanó las casas de dos de sus mejores clientes. La situación no está bien por allá.—Maldita sea, no solo quieren acabar con los clientes de esta zona, piensan eliminar también a los del occidente. ¿En qué terreno me dejarán trabajar?—Dicen que hay posibilidades de que Alfredo Matos esté en Maracay con Antonio, y juntos trabajen para la policía.Con el rostro inexpresivo centrado en el colorido diseño de flores y árboles de un exquisito jarrón italiano de grandes y estilizadas asas doradas, Roberto pretendió controlar la creciente rabia que se agitaba en su interior.—No me extraña que estén juntos y se hayan reunido con el inspector. ¿Han sabido algo de ese mal nacido y del paradero de E
—¿Qué es lo que quiere Lobato de ustedes? —preguntó intrigada.Iván abandonó por un momento su comida para responderle. No le gustaba el camino que tomaba la conversación.—La policía le ha quitado clientes y ha frustrado sus negocios gracias a la colaboración que le ha prestado Antonio. Con la carta podrá incriminarlo en un viejo delito y lograr que lo eliminen. Así se apropia de sus clientes y recupera su fortuna perdida.—Si fue Antonio quién arruinó sus negocios, ¿por qué se ensaña también con ustedes?—Porque somos como los mosqueteros: «Todos para uno y uno para todos» —expresó divertido—. Nuestros enemigos lo saben. Meterse con uno es hacerlo con todos —decía mientras acomodaba su hamburguesa para darle otro mordisco.—Es decir, lo que mueve a Lobato es el dinero —afirmó con decepción, al tiempo que bajaba la mirada hacia su bebida.—Todo en la vida es dinero y poder. Tienes que tener eso muy claro.Mientras él comía, ella pensaba: no todo en la vida era dinero y poder. En el m
La guio hacia los ascensores para subir al restaurante, con el brazo alrededor de su cintura. Elena se apoyó en él para no perder el equilibrio, las piernas le quedaron hecha mantequilla después de aquel beso apasionado.Al llegar al establecimiento se dirigieron a una mesa ubicada en un reservado. Ella miró un poco perpleja al enorme hombre que ocupaba uno de los asientos, quien al verlos, mostró una anchísima sonrisa.Imaginaba que ese sería Felipe, el miembro del grupo que venía del interior del país.Comía de una gran bandeja repleta de pollo rostizado acompañado de papas fritas. Sus cabellos, así como su barba recortada, eran de un castaño cobrizo bastante oscuro.Y su piel, que en alguna oportunidad tuvo que haber sido tan blanca como la leche, ahora lucía tostada por el sol.Él se levantó cuando la pareja se acercó e irguió su gran cuerpo. Era más alto que Antonio y tan robusto como un toro. Aunque poseía una buena forma física.—Hermano del alma.Felipe abrazó a Iván con emoci
—Última oportunidad, Matos. Entrégame a la chica y evítale una incomodidad a tu amigo.—Mi amigo está asegurado, eso no me preocupa. Si quieren a la chica, creo que tendrán que ganársela.Felipe no podía resistirse a mostrar una gran sonrisa mientras traqueaba los huesos del cuello.—No saben cuánto ansiaba una diversión como esta —murmuró.Algunos hombres de Lobato sacaron navajas de sus bolsillos. Las pistolas las dejarían para después, primero deseaban distraerse un poco.Iván se aproximó a Elena para hablarle en susurros.—Al comenzar la pelea, corres y te encierras en el baño que está detrás de nosotros. No salgas de allí hasta que vaya a buscarte.—No quiero dejarte.Él la miró con severidad.—No puedo luchar contigo cerca. Haz lo que te digo.—¿Y si te hacen daño?—Te juro que voy a estar bien, saldremos pronto de esta situación. Juntos.Los hombres de Lobato comenzaron a apartar sillas y mesas con violencia para dirigirse hacia ella.El tipo con el que habían hablado quiso ret
—¡¿Cómo demonios pudieron fallar?!—La policía rodeó el lugar antes de que completaran la misión.—Tuvieron más de media hora en el sitio. Trabajos más difíciles los han terminado en menos tiempo. ¡¿Por qué les cuesta tanto agarrar a esa maldita mujer?!En su casa, Roberto Lobato se retorcía de la rabia al enterarse de un nuevo fracaso de sus hombres.El tiempo se le acababa, la policía lo acorralaba, los clientes le exigían, y él, no podía alcanzar la llave que lo sacaría de aquel atolladero.Intentó calmar la furia mientras bebía descontrolado su ron favorito. Esperaba que el licor le aplacara las ganas que tenía por degollar el cuello de algún desgraciado.—La policía tiene detenidos a cinco de nuestros hombres. El resto está en el hospital, rodeado de oficiales —le informó Dámaso con nerviosismo.—Maldita sea, eran doce contra cuatro. Tuvieron a la mujer en sus manos y un imbécil, desarmado y sin experiencia se las arranca en menos de cinco minutos.—No era un imbécil sin experien