Luego de compartir ese momento íntimo en la alcoba del avión, un par de horas después desde la cabina solicitaron colocarse los cinturones de seguridad y avisaron que estaban sobrevolando la pista del aeropuerto del Cuzco en Perú. Myriam abrió sus ojos con amplitud, y se llevó la mano al pecho. —¿Cómo lo supiste? —indagó lo observó con la mirada brillante. Gerald se aclaró la voz. —Tiene sus ventajas el hecho de que mi mejor amigo, se acueste con tu mejor amiga —indicó. Myriam soltó una risilla nerviosa. —Tenía que ser la chismosa de Elsa —refutó y luego suspiró profundo—, cuando éramos felices, mi madre me contaba hermosas leyendas de su país, en especial de Machu Picchu, decía que era el lugar de más tradición del Perú, siempre quise venir. —Pues bienvenida al Cuzco, señora Lennox —informó él al instante que aterrizaron. Myriam lo abrazó, y enseguida él la ayudó a bajar, tomaron sus equipajes, pasaron los controles migratorios con normalidad y salieron del aeropuerto,
Era de noche y una bruma de niebla cubría los alrededores de la montaña, un viento frío hacía balancear las hojas de los árboles. La mirada fría de Gerald se enfocaba en aquel paisaje, sus manos sostenían una humeante taza de café, que minutos antes había solicitado. El aroma de aquel elixir mágico se coló por sus fosas nasales, de inmediato le dio un sorbo, y aquella concentración, jamás antes había sido degustada por su exigente paladar. Elevó una ceja, decidido a averiguar quiénes eran los fabricantes de aquel delicioso café. Enfundando en unos elegantes pantalones de vestir beige y una camisa celeste, esperaba que su esposa estuviera lista para bajar a cenar. Seguía contemplando el paisaje y deleitándose con aquel delicioso café que viajaba por su garganta, cuando escuchó el carraspeo de la garganta de su esposa. Gerald giró, separó los labios, al verla enfundada en un vestido rojo de las mismas características del día que la conoció. Ese color hacía resaltar el tono bronce
Urubamba- Perú. Al día siguiente Myriam y Gerald se colocaron ropa adecuada para conocer el valle. —Abrígate bien —sugirió ella a su esposo y le acomodó el cuello de la chaqueta—, dicen que el mal de la altura en la montaña es peligroso, no me gustaría que te enfermes —expresó con ternura. Gerald inhaló profundo al escucharla, su corazón se conmovió. —Es lindo tener a alguien que se preocupa por uno —mencionó y la abrazó, estrechándola entre sus brazos—, también abrígate, no deseo que te pase nada malo —expresó con sinceridad y le besó la frente. Enseguida salieron de la alcoba y en el lobby el encargado del tour, le entregó barras energéticas a base de quinua, y caramelos elaborados con hojas de coca para contrarrestar el mal de la altura. Al llegar a la salida Alex y María Dolores los saludaron, y los invitaron a ir junto a ellos en la caminata. Gerald y Myriam no se negaron, con las manos entrelazadas empezaron el recorrido por antiguas y estrellas calles adoquinadas, e
En el segundo día de paseo, por el valle: Myriam y Gerald sentían como el viento les rozaba el rostro, observaban maravillados las amplias terrazas construidas por los antiguos Incas. Los templos estaban revestidos de piedra y desde ese lugar la vista era maravillosa. —Es increíble —comentó Myriam, tomándose varias selfies con su marido. —Ha sido una experiencia maravillosa —comentó él abrazándola por la espalda. Siguieron el recorrido y luego de más de dos horas de transitar por el valle, bajaron al pueblo, ahí se encontraron con el resto del grupo, se hallaban en un restaurante en una especie de mirador. El móvil de Myriam vibró, ella lo sacó de la chaqueta, miró que era un mensaje de Anne por Wh@htsaap entonces abrió, sus ojos se abrieron de par en par, y su mirada se cristalizó. —¿Qué ocurre? —indagó Gerald, observando con preocupación el rostro de su esposa. —Esto es…—No pudo ni hablar de la emoción, y le mostró a él, el video. La respiración de Gerald se agitó su pecho s
En algún lugar de Estados Unidos, una mujer de edad media, se quedó congelada al leer en la primera página de un diario, sobre la boda de Gerald Lennox y Myriam Bennett. —No puede ser —balbuceó temblorosa, sacó de su billetera unas monedas y compró el periódico. Agitada, caminaba a toda prisa por las calles de aquel pueblo, hasta llegar a su casa, cuando entró azotó la puerta y se recargó en la madera, inhalando profundo. —¿Qué te sucede mujer? —indagó su pareja, un hombre de cabello cano y mirada verdosa. —¿Te asaltaron? —cuestionó al ver el semblante de la dama lleno de palidez—. Caroline, ¿qué te ocurre? —bramó. —¡Mira esto! —exclamó horrorizada. Arthur tomó el diario, se colocó los lentes que colgaban sobre su pecho, leyó la nota, y se dejó caer en un sillón. —No es posible —balbuceó—, mi hija, casada con el hijo de ese hombre…—Esto debe ser una pesadilla —comentó Caroline tomando asiento en un sillón frente a él—, parece que tu hijita salió igual a ti de infiel, y que tuvo
Myriam se hallaba dormida en la alcoba, descansaba plácidamente, cuando Gerald llegó a la suite. Con pasos lentos se aproximó a la cama, mientras su corazón iba acrecentando el ritmo, parpadeó al ver el semblante lleno de palidez de su esposa. Se sentó a su lado y retiró varios mechones del cabello de Myriam, con la yema de sus dedos acarició su rostro. Myriam se removió al sentir aquellas caricias, abrió sus párpados y sus ojos se encontraron con la fría y melancólica mirada de su esposo. —¿Te sientes bien? —cuestionó. —¿Deseas regresar a casa? —indagó. Myriam se reflejó en su azulada mirada, y su corazón se agitó. —Estoy bien, no te preocupes, no estoy acostumbrada a lugares tan altos —indicó, y entonces miró las ventanas y se dio cuenta que había anochecido y que él estaba cambiado de ropa. —¿Saliste? —indagó frunciendo el ceño. —Fui a colocar la denuncia —informó—, según la declaración de aquel sujeto, intentaba robarte, pero… tengo mis propias sospechas. Myriam se sentó d
Bianca frunció la nariz, observó con una ceja arqueada a la mujer que trabajaba en casa de Gerald. —¿Qué es esto? —cuestionó al ver que le entregaba un folder. —Léalo usted misma, señora —propuso la chica. Bianca abrió la carpeta, sus ojos se abrieron con amplitud. —No tendremos intimidad —empezó a leer—, enviarte flores, chocolates. —Sacudió su cabeza. —¿Qué es esto? —cuestionó. —Parece que un contrato entre el señor Gerald y su esposa. —Sonrió la chica—, usted me pidió que esculcara todo, lo encontré en las cosas de ella, pero no se preocupe, estos documentos son copias, el original lo dejé en su sitio —indicó. La mirada de Bianca brilló, y su corazón abrigó absurdas esperanzas. —¡Yo lo sabía! —exclamó llena de júbilo—. Gerald me ama, es lógico, se está desquitando, pagándome con la misma moneda —mencionó sonriente. —Descubrí cosas extrañas —mencionó la chica—, la ropa y demás objetos de la señora están en otra habitación, en la del niño, parece que cumplen al pie de
Urubamba- Perú. Myriam abrió los ojos al sentir los rayos del sol acariciando sus mejillas, se sorprendió al ver que su esposo no estaba a su lado. Se puso de pie y cuando lo iba a buscar lo miró en la terraza, de espaldas a ella, con las manos en los bolsillos, contemplando las montañas. Se acercó sin hacer ruido y lo sorprendió rodeándolo con sus brazos. —¿Madrugaste? —indagó ella bromeando. Él le acarició las manos, sin moverse del sitio. —No podía dormir, después de lo sucedido, no quise despertarte —comentó inhalando el aire fresco. —¿Quieres hablar sobre eso? —cuestionó Myriam. Gerald giró y la abrazó contra su pecho. —Por ahora no —comentó con sinceridad—, es nuestro último día en este lugar, y deseo que lo pases de maravilla —recalcó. Myriam elevó una de sus cejas. —¿Y qué tienes en mente? —cuestionó rodeándolo con sus brazos. Gerald sonrió con amplitud. —Bueno, lo que estoy pensando. —Se mojó los labios y la recorrió con los ojos—, es posible que no s