No olviden las reseñas. ¿Qué sucederá entre Myriam y Gerald?
Gerald bebió un sorbo de café. —Bueno al menos estás consciente que es una locura. —Sonrió—, jamás pensé verte casado —se mofó de su amigo. En ese momento uno de los camiones de la compañía ingresó por el estacionamiento, y varios estibadores ayudaron con las cajas de Myriam, mientras ella y su amiga Elsa bajaban del auto que mandó Gerald a recogerla. —¡Cuñada! —exclamó Kevin y se acercó a saludarla, bromeando. Gerald frunció los labios y le brindó a su amigo una mirada llena de reproche. —Hola —saludó Myriam. Enseguida Kevin observó al pequeño. —Es idéntico a Gerald, pero aquí entre nos, esperemos no saque su carácter. —Carcajeó. Elsa soltó una risotada al escucharlo, miró a Gerald a lo lejos y agitó su mano. —Hola, cuñado —bromeó ella también. Myriam la golpeó con el codo. —Deja de burlarte —solicitó. —En vista que la mal educada de mi amiga no nos ha presentado, soy Elsa Vanegas, la mejor amiga de Myriam —estiró su mano y observó con una sonrisa a Kevin. El
—Señora Helena, sé que le han dado malas referencias de mi persona, pero creo que todos tenemos derecho al beneficio de la duda —indicó y se reflejó en la azulada mirada de la dama—, sé bien que no soy la mujer indicada para su hijo, sin embargo, soy la madre de su nieto, y eso no lo puede cambiar, me agradaría tener la oportunidad de conocerla, y que usted lo haga conmigo. Helena inhaló profundo, la garganta se le secó, observó a Anne quien se veía muy conmovida, la enfermera asintió, y por dentro de los bolsillos de su uniforme, cruzó los dedos, anhelando que su patrona aceptara la propuesta. La señora Lennox elevó su rostro y observó a los ojos a Myriam. —Con una condición —expresó. —¿Cuál? —averiguó Myriam. —Que traigas al niño todos los días —solicitó y besó la frente del chiquillo. Myriam se conmovió de la mujer hasta la médula, le brindó una cálida sonrisa. —Por supuesto —respondió. —Claro que no —refutó Gerald—, yo no voy a permitir que esta señora le destroce
Kevin ingresó a la oficina de Gerald, y lo encontró comiendo unas uvas que Myriam le había llevado. —¡No lo puedo creer! —exclamó—, el todopoderoso señor Lennox comiendo en la oficina —bromeó—, veo que Myriam está haciendo milagros. Gerald parpadeó y resopló. —¿A qué te refieres? —cuestionó. Kevin rodó los ojos. —Es una mujer de buen corazón, después de como la trataste ayer, si yo fuera ella, no te dirigía ni la palabra —enfatizó—; sin embargo, te trajo el desayuno, como una esposa abnegada y preocupada por su marido —recalcó—, y lo más interesante es que estás comiendo lo que te preparó. —Sonrió—, así que ella tiene el poder de transformarte y sacar las cosas buenas que tienes escondidas en el fondo de tu corazón. Gerald finalizó de comer una de las uvas, y se quedó pensativo, no hizo ningún comentario al respecto; sin embargo, sintió curiosidad de saber qué cara pondría Myriam al entrar a su oficina. ****Myriam saludó a prisa a sus colaboradores y caminó a prisa a su oficin
Myriam ladeó los labios, aunque las empleadas de la boutique pensaron que ella se miraba en el espejo, su vista se hallaba anclada en la expresión de Gerald, fue inevitable que su estómago no se encogiera al notar como esa fría mirada se transformó en fuego, y le quemó la piel, sus entrañas se apretaron, y por un instante ambos anhelaron lo mismo, pero al igual que Gerald un resquicio de conciencia se apoderó de la mente de ella. «Esto no está bien» se dijo así misma. «A él le interesa Bianca» se repitió en la mente, y eso causó dolor, entonces sacudió su cabeza y volvió al vestidor. Tras probarse varias prendas más, entre vestidos, faldas, blusas, pantalones, y adquirir varios zapatos, bolsos y bisutería, partieron rumbo a casa. En el auto de nuevo aquel incómodo silencio apareció; Myriam deslizó sus dedos hacia el reproductor de música, aunque parecía que a Gerald no le agradaba, sin embargo, él parecía tan concentrado en la carretera, que no se inmutó. «Al otro lado de la l
Varios días habían pasado, la rutina entre ellos era la misma, fingir ante los demás, tal como acordaron en el contrato que firmaron. Las mañanas antes de ir a la naviera pasaba con Tony a saludar a Helena, ambas se iban conociendo y haciéndose amigas. —Señora Helena, ¿ha intentado ponerse de pie? —indagó Myriam, mientras desayunaba con ella. La dama bebió un sorbo de jugo de naranja. —Lo intento, pero las piernas no me responden —expresó con la voz temblorosa. —¿Realiza terapia? La mujer asintió con la cabeza, y no dijo más. Myriam colocó su mano sobre la de ella. —Pienso que hay algo que la bloquea, un dolor que tiene guardado en su pecho que no la deja ser feliz, considero que debe liberarse. Helena apretó la mano de Myriam y derramó un gran torrente de lágrimas hasta ahogarse con su propio llanto. —He sido la peor madre, la más cruel —empezó a decir—, aquella mañana, yo fui a retirar a mis niños del colegio, conducía con normalidad, a Henry le encantaba sentarse
En horas de la tarde mientras Myriam despachaba unos pendientes, alguien tocó a su puerta. —Adelante —expuso, entonces se sorprendió al ver a su gran amigo Rubén, le brindó una sonrisa y lo invitó a seguir. —¿Cómo estás? —indagó. El joven la observó atento, la recorrió con discreción con la mirada, ella se veía radiante, muy elegante, distinta a la mujer que padeció tantos meses atrás, se alegró por ella, pues consideraba que Myriam merecía eso y más. —Vine a disculparme contigo —expresó—, aunque aún no logro entender el motivo por el cual piensas casarte con ese hombre —masculló—, respetaré tu decisión. Myriam inhaló profundo, y observó a su amigo con ternura. —Hay veces que del odio nace el amor —expresó—. Gerald y yo tuvimos serias diferencias, pero siempre hubo algo que nos atrajo del otro —indicó—, además te puedo decir que detrás de esa coraza de hombre insensible, hay alguien dulce, cariñoso, detallista y de buen corazón. —La mirada se le iluminó al decir esas cosas.
Gerald sonrió. —Te advertí que no bebieras tanto —expuso. Myriam carcajeó entonces sincronizó a través de BT, su lista de reproducción, escogió «Last dance by Lucy Grau» —Empezaremos por algo suave —murmuró y extendió sus manos hacia él. Gerald se puso de pie, con la una mano, la tomó por la cintura, y con la otra entrelazó sus dedos con los de ella. Myriam inhaló aquella masculina fragancia y percibió que las piernas le temblaban, colocó su mano en el hombro de Gerald, y lo fue guiando con pasos suaves y lentos. —Muy bien —sonrió ella, entonces a medida que las cuerdas de los violines se rasgaban, ellos se miraban a los ojos, y seguían danzando con lentitud, de pronto el ritmo cambió, y un tamborileo se hizo escuchar. Myriam elevó una de sus cejas—, sigue mis pasos —propuso. Gerald le dedicó una sonrisa ladeada, la apretó a su cuerpo y empezó a danzar, contoneando sus caderas al ritmo de la melodía, le dio a Myriam varios giros, y ella se quedó anonadada. —Dijiste que n
Un escalofrío recorrió la médula espinal de Myriam, se quedó estática, tal cual, cuando era pequeña, y Silvia la castigaba, giró con lentitud y la miró. —Mamá —balbuceó, y enseguida notó que ella le dedicaba una mirada de reproche, la vio colocarse la mano en la cintura, y arrugar la frente. —Si no es por tu novio, no eres capaz de avisarme que te casas de nuevo, ni siquiera me has mandado fotos de mi nieto —reclamó, acusándola con el dedo. Myriam miró a su alrededor y notó que los invitados centraban su atención en ellas. —He pasado por muchas cosas, pero no es el momento para reclamos —suplicó—, te presento a mi amiga Elsa, quédate con ella, unos minutos —expuso y enseguida fue en busca de Gerald, quien hablaba con unos socios. —¿Qué ocurre? —cuestionó al verla llegar a él con el semblante descompuesto. —Gracias por vengarte —masculló. —¿Por qué la trajiste? —cuestionó apretando los puños. Los invitados empezaron a murmurar entre ellos al escucharla. —Pensé que te darí