Queridos lectores, dependiendo de las reseñas, tendrán otro capítulo en la noche, así que ha comentar.
En horas de la tarde mientras Myriam despachaba unos pendientes, alguien tocó a su puerta. —Adelante —expuso, entonces se sorprendió al ver a su gran amigo Rubén, le brindó una sonrisa y lo invitó a seguir. —¿Cómo estás? —indagó. El joven la observó atento, la recorrió con discreción con la mirada, ella se veía radiante, muy elegante, distinta a la mujer que padeció tantos meses atrás, se alegró por ella, pues consideraba que Myriam merecía eso y más. —Vine a disculparme contigo —expresó—, aunque aún no logro entender el motivo por el cual piensas casarte con ese hombre —masculló—, respetaré tu decisión. Myriam inhaló profundo, y observó a su amigo con ternura. —Hay veces que del odio nace el amor —expresó—. Gerald y yo tuvimos serias diferencias, pero siempre hubo algo que nos atrajo del otro —indicó—, además te puedo decir que detrás de esa coraza de hombre insensible, hay alguien dulce, cariñoso, detallista y de buen corazón. —La mirada se le iluminó al decir esas cosas.
Gerald sonrió. —Te advertí que no bebieras tanto —expuso. Myriam carcajeó entonces sincronizó a través de BT, su lista de reproducción, escogió «Last dance by Lucy Grau» —Empezaremos por algo suave —murmuró y extendió sus manos hacia él. Gerald se puso de pie, con la una mano, la tomó por la cintura, y con la otra entrelazó sus dedos con los de ella. Myriam inhaló aquella masculina fragancia y percibió que las piernas le temblaban, colocó su mano en el hombro de Gerald, y lo fue guiando con pasos suaves y lentos. —Muy bien —sonrió ella, entonces a medida que las cuerdas de los violines se rasgaban, ellos se miraban a los ojos, y seguían danzando con lentitud, de pronto el ritmo cambió, y un tamborileo se hizo escuchar. Myriam elevó una de sus cejas—, sigue mis pasos —propuso. Gerald le dedicó una sonrisa ladeada, la apretó a su cuerpo y empezó a danzar, contoneando sus caderas al ritmo de la melodía, le dio a Myriam varios giros, y ella se quedó anonadada. —Dijiste que n
Un escalofrío recorrió la médula espinal de Myriam, se quedó estática, tal cual, cuando era pequeña, y Silvia la castigaba, giró con lentitud y la miró. —Mamá —balbuceó, y enseguida notó que ella le dedicaba una mirada de reproche, la vio colocarse la mano en la cintura, y arrugar la frente. —Si no es por tu novio, no eres capaz de avisarme que te casas de nuevo, ni siquiera me has mandado fotos de mi nieto —reclamó, acusándola con el dedo. Myriam miró a su alrededor y notó que los invitados centraban su atención en ellas. —He pasado por muchas cosas, pero no es el momento para reclamos —suplicó—, te presento a mi amiga Elsa, quédate con ella, unos minutos —expuso y enseguida fue en busca de Gerald, quien hablaba con unos socios. —¿Qué ocurre? —cuestionó al verla llegar a él con el semblante descompuesto. —Gracias por vengarte —masculló. —¿Por qué la trajiste? —cuestionó apretando los puños. Los invitados empezaron a murmurar entre ellos al escucharla. —Pensé que te darí
Al día siguiente Bianca apareció en casa de su hermana Isis, ingresó con una amplia sonrisa en los labios, sosteniendo en sus manos uno de los famosos diarios de la ciudad. —¿Leíste lo que publicaron acerca del compromiso de tu hijito? —cuestionó mofándose, interrumpiendo en la terraza, en donde Isis se hallaba desayunando. La mujer masticó un pedazo de papaya, y la deglutió. —No he tenido tiempo de leer nada, ¿qué ocurrió? —indagó—, imagino que el estúpido de Gerald como siempre lo arruinó —bufó y bebió un sorbo de café. Bianca sonrió con amplitud. —No, fue mejor que eso —indicó y colocó la portada del diario en la mesa, frente a Isis—, la suegra de Gerald Lennox es una alcohólica, insultó a su hija, en plena ceremonia. —Carcajeó y tomó asiento—, como me hubiese gustado estar ahí, y ver el rostro de Myriam —masculló clavando con fuerza un tenedor en un trozo de sandía—, la odio, se cree la dueña de industrias Lennox, y si no me ayudas a pararla, te juro que te quitará su luga
Bianca intentó abalanzarse encima de Myriam, pero Gerald, se puso en frente. —No te atrevas a tocarla —rugió y la miró con profundo desprecio—. Lárgate de esta casa, y no vuelvas jamás, porque yo mismo te saco —rugió observándola con el ceño fruncido. Helena abrió sus ojos de par en par al escucharla, pasó la saliva con dificultad, disimuló que las palabras de Bianca le dolieron, pero más se sorprendió al ver que Myriam la defendió, y que Gerald la apoyó. Bianca dio vuelta y salió de la mansión como alma que lleva el diablo. —Juro que me voy a vengar —gruñó. Myriam se aproximó a Helena y la abrazó. —No le haga caso, usted es una mujer muy fuerte, con más razón debe caminar y demostrarse así misma que usted es valiente. Helena abrazó a su futura nuera y sollozó en su hombro, desahogándose. —Eres una chica muy buena —balbuceó—, no te preocupes por mí, más bien dime ¿cómo te encuentras tú? —cuestionó, separó su rostro del de Myriam y la miró a los ojos. —Estoy bien, par
—Hay personas que logran traspasar barreras, y sacar lo mejor de nosotros —expresó sin dejar de verla—, sería imposible no sucumbir ante esa mirada, y esos ojos que lo dicen todo —declaró. La respiración de Myriam se acortó por segundos, las piernas le temblaron y su corazón latía de prisa. —A veces es bueno romper las reglas —susurró Gerald, la acercó a él, y unió sus labios a los de Myriam poniendo el alma en ello. Ella cerró sus ojos y se aferró con sus brazos al cuello de Gerald, correspondió aquella caricia con alma, vida y corazón. —No me alejaré —murmuró ella entre los labios de él, recordando con claridad lo que él le pidió cuando ella empezaba a delirar. Él corazón de él palpitó con fuerza al escucharla. A los periodistas no les quedó más dudas, aquel beso, y la confesión que hizo Gerald Lennox, provocó que el incidente que protagonizó Silvia, pasara a segundo plano. **** Al día siguiente todos los diarios hablaban sobre el frío e implacable Gerald Lennox conver
Gerald se puso de pie de un solo golpe, sintió su sangre hervir por las venas, estuvo a punto de tomar por el cuello a Raymond, pero Myriam lo detuvo. —Vales más que él, no te rebajes —expresó temblando, pues que la amenazara con Tony, la desestabilizó. Gerald la abrazó al darse cuenta de su miedo. —Somos más inteligentes que él, y estamos juntos, no podrá destruirnos, te lo prometo —aseguró. Myriam se refugió en el pecho de Gerald, y se dio cuenta de que estaba en una oficina ajena. —Firma los documentos, buen negocio. —Intentó sonreír. Él no dijo nada, se limitó a firmar la promesa de compra y venta, y dejar un cheque como anticipo, mientras sus abogados se encargaban del resto. —Un placer hacer negocios con usted señorita Bennett, Gerald es afortunado de tenerla a su lado —expuso. Myriam sonrió. —¿Eres afortunado pastelito de chocolate? —cuestionó ladeando los labios. Gerald bufó y rodó los ojos, fingió una sonrisa. —Por supuesto —expresó con sinceridad. Una
Las suaves notas de unas guitarras eléctricas se escuchaban en la planta alta del chalet. Gerald subía las escaleras y detuvo el paso, elevó una de sus cejas escuchando aquella melodía. «Que estoy enamorado, y tu amor me hace grande. Que estoy enamorado, y que bien, y que bien me hace amarte» Suspiró profundo y siguió subiendo deleitándose de aquella canción. Cuando llegó al pasillo se encontró con Amelia. —Buenas noches, señor —saludó—, ya está solucionado el problema del baño del cuarto de Tony, pero el plomero dijo que hasta mañana se podía usar la bañera. Gerald asintió. —Gracias —respondió, entonces escuchó los balbuceos de Tony. —Pa-pa-pa —repetía y agitaba sus brazos, sonrió emocionado al ver a su papá. El corazón de Gerald se agitó, y se acercó al pequeño, pero el muy bandido corrió al otro lado de la cuna, y soltó una risa. —Vaya, veo que hoy deseas jugar —indicó él y rodeó la cuna para atraparlo, pero Tony corría hacia otra esquina, y reía divertido. —La señ