El príncipe observaba a Anastasia desde su asiento junto a la piscina, el lugar estaba rodeado de palmeras y flores tropicales, el sonido de las olas rompiendo en la costa cercana completaba el ambiente idílico. Rhys sonreía mientras veía a Anastasia nadar, disfrutando del agua azul cristalina y la brisa cálida.La isla era una joya secreta en medio del océano, perteneciente a la dinastía Bevanog por generaciones. La mansión en el centro de la isla estaba rodeada por exuberantes selvas tropicales y playas de arena blanca, un refugio donde el tiempo parecía detenerse. Para Anastasia se le hizo como si fuera un santuario, un escape, un rincón donde ella y Rhys podían reparar cualquier conflicto juntos; al menos así lo sentía ella.Habían recorrido pocas horas antes, y ella propuso lo de refrescarse, solo que su idea era en el mar, pero el lado protector de Rhys no desaprecia, por muy mínimo que fuera la causa, él seguía preocupándose por la seguridad de su esposa.El príncipe había insi
EN EL PALACIOEl reino de Gales se encontraba en la cúspide de un tumulto sin precedentes. Dentro de las altas murallas del palacio real, una crisis que había comenzado como un murmullo ahora retumbaba a través de los vastos corredores con la fuerza de una tormenta desencadenada, oscureciendo la grandiosa tradición de una monarquía que había regido con equilibrio y honor durante siglos.El rey Arthur, el venerable monarca de la nación, había recaído gravemente tras una perturbadora reunión con su consejo real. La causa inmediata de su malestar no fue solo su enfermedad crónica, sino un golpe emocional mucho más devastador: la revelación del verdadero linaje de Anastasia, la esposa del príncipe Rhys.Era un día aciago en el consejo real. Los miembros del consejo, compuestos por duques, barones y damas de alto rango, se habían reunido en una sesión extraordinaria tras descubrir que Anastasia, quien había sido presentada como la futura reina consorte durante el gran evento de compromiso,
El rey Arthur, debilitado pero aún lúcido en su papel de monarca, yacía en su lecho real, su respiración entrecortada por la enfermedad y la preocupación. Los pesados cortinajes de terciopelo que adornaban la estancia apenas se movían.—Huw, acércate —la voz del rey era apenas un susurro, pero cargada de una urgencia que hizo que el viejo sirviente se apresurara a su lado con una mezcla de preocupación y lealtad.—Majestad, estoy aquí —respondió Huw, inclinando su cabeza con respeto.—Necesito que hagas algo de vital importancia para mí y para el futuro del reino —continuó el rey, tomando una pausa para recobrar el aliento. —Debes encontrar a mi hijo, el príncipe Rhys, y decirle que debe volver al palacio de inmediato, urgente.Huw asintió, su expresión seria y comprensiva. Conocía bien la gravedad de cualquier pedido que viniera directamente del rey en tales circunstancias.—¿Debo informarle sobre su recaída, su majestad? —preguntó Huw, preparado para seguir cualquier instrucción al
Cada arreglo se hacía con la mayor discreción posible, para permitir que padre e hijo tuvieran el espacio y la privacidad necesarios para las conversaciones que definirían el futuro inmediato del reino.Mientras Huw daba instrucciones al personal, se aseguró de que la suite real estuviera preparada con todo lo necesario para que Rhys y Anastasia pudieran descansar después de su viaje. Además, ordenó que se preparara una pequeña recepción privada para su llegada, para que esté lejos de mirones que puedan llevar el rumor de que el príncipe ya se encuentra en el palacio.Rhys y Anastasia finalmente llegaron al palacio al caer la noche. Las luces del gran vestíbulo brillaban con un fulgor acogedor, y el personal los recibió con una mezcla de respeto, pero todos ahí tenían esa expresión de preocupación en sus rostros. Huw esperaba en la entrada, su postura rígida, pero su expresión llena de calidez, ese hombre sí sabía cubrir su faceta preocupante.—Alteza, bienvenido a casa —dijo Huw, inc
La noticia cayó sobre Anastasia como un mazo, dejándola momentáneamente sin palabras. Su mirada vaciló, reflejando la inseguridad y el miedo que sentía al imaginar las consecuencias de esa revelación. Luego, su expresión se endureció, transformándose en una seria.—¿Y qué piensas hacer, Rhys? —preguntó con voz firme, buscando en los ojos de su esposo no solo consuelo, sino también la confirmación de que estaban juntos en esto.Estaba segura de que él no la abandonaría en eso, qué juntos resolverían el problema, aunque estaba en riesgo su puesto de rey. Rhys tomó las manos de Anastasia entre las suyas, transmitiendo a través de su contacto físico la fortaleza que ella necesitaba sentir en ese momento.—Vamos a enfrentar esto juntos, como te lo dije. No permitiré que nada ni nadie nos desestabilice. Mi padre me ha aconsejado convocar una reunión con los consejeros más leales y trazar un plan. Tú estarás a mi lado, no solo te presentaré como mi esposa, sino como la futura reina de Gales
Rhys caminaba inquieto por el vestíbulo, meditando sobre lo que estaba por enfrentarse. Sabía que el consejo de la corte no tardaría en exigir cuentas del asunto.La única opción que tenían, era un heredero, pero Rhys, con un profundo respeto por Anastasia y su matrimonio, había decidido no revelarle esa presión. Quería protegerla de las garras de la política cortesana tanto como fuera posible.Anastasia, por su parte, se mostraba ajena a las crecientes demandas del consejo. Su atención estaba puesta en aprender y en servir a la gente de su nuevo nación. En su corazón, albergaba el deseo de ser aceptada no solo como una princesa, sino como una líder compasiva y justa.En la quietud de su estudio, Rhys la llamó para hablar. Anastasia entró, su vestido susurrando contra el mármol. Rhys la miró con una mezcla de admiración y preocupación.—He conseguido pensar en algo que podría funcionar muy bien comenzó, —su voz era seria pero suave.—¿Qué propones, Rhys?—Quiero que vayamos a la ciuda
Anastasia se dedicaba con entusiasmo a organizar la subasta benéfica. En su amplio vestidor, rodeada de sedas y terciopelos, seleccionaba con cuidado cada pieza que creía podría ayudar a aquellos menos afortunados. La alegría brillaba en sus ojos al imaginar la ayuda que estos fondos proporcionarían.No lejos de allí, en los oscuros pasillos que serpentean tras las paredes del gran salón, la reina discutía con uno de sus más leales sirvientes. El hombre, vestido con el discreto uniforme de la servidumbre, le relataba detalladamente los planes de Anastasia y Rhys. Con cada palabra, la expresión de la reina se tornaba más sombría. No iba a permitir que Anastasia, esa intrusa en su consideración, ganara reconocimiento y afecto entre los súbditos del reino.Furiosa, la reina convocó al capitán de su guardia personal, un hombre imponente cuya lealtad había sido probada en innumerables ocasiones. Con voz gélida, le instruyó:—Quiero que esta noche la bodega donde se almacenan los objetos de
El príncipe Rhys, con un semblante preocupado y pensativo, miró hacia el horizonte mientras abrazaba a Anastasia. Sabía que debía actuar rápido para desentrañar la verdad.—Haré una investigación exhaustiva. No descansaré hasta saber qué pasó realmente —aseguró —Si alguien está detrás de esto, lo descubriré y haré que pague.Anastasia sintió un nuevo brote de esperanza gracias a las palabras de su esposo. Aunque el desánimo la embargaba, su deseo de ayudar a los necesitados la impulsaba a seguir adelante.En los días siguientes, Rhys convocó a su equipo de confianza, incluyendo investigadores y expertos en seguridad. Comenzaron revisando las cámaras de seguridad, entrevistando a los testigos y examinando todos los detalles del evento.Mientras tanto, Anastasia decidió no quedarse atrás. Organizó reuniones con los diseñadores y modistas que inicialmente la habían ayudado, explicando la situación y buscando su apoyo una vez más.Por otra parte, la reina observaba con recelo los movimien