La noticia cayó sobre Anastasia como un mazo, dejándola momentáneamente sin palabras. Su mirada vaciló, reflejando la inseguridad y el miedo que sentía al imaginar las consecuencias de esa revelación. Luego, su expresión se endureció, transformándose en una seria.—¿Y qué piensas hacer, Rhys? —preguntó con voz firme, buscando en los ojos de su esposo no solo consuelo, sino también la confirmación de que estaban juntos en esto.Estaba segura de que él no la abandonaría en eso, qué juntos resolverían el problema, aunque estaba en riesgo su puesto de rey. Rhys tomó las manos de Anastasia entre las suyas, transmitiendo a través de su contacto físico la fortaleza que ella necesitaba sentir en ese momento.—Vamos a enfrentar esto juntos, como te lo dije. No permitiré que nada ni nadie nos desestabilice. Mi padre me ha aconsejado convocar una reunión con los consejeros más leales y trazar un plan. Tú estarás a mi lado, no solo te presentaré como mi esposa, sino como la futura reina de Gales
Rhys caminaba inquieto por el vestíbulo, meditando sobre lo que estaba por enfrentarse. Sabía que el consejo de la corte no tardaría en exigir cuentas del asunto.La única opción que tenían, era un heredero, pero Rhys, con un profundo respeto por Anastasia y su matrimonio, había decidido no revelarle esa presión. Quería protegerla de las garras de la política cortesana tanto como fuera posible.Anastasia, por su parte, se mostraba ajena a las crecientes demandas del consejo. Su atención estaba puesta en aprender y en servir a la gente de su nuevo nación. En su corazón, albergaba el deseo de ser aceptada no solo como una princesa, sino como una líder compasiva y justa.En la quietud de su estudio, Rhys la llamó para hablar. Anastasia entró, su vestido susurrando contra el mármol. Rhys la miró con una mezcla de admiración y preocupación.—He conseguido pensar en algo que podría funcionar muy bien comenzó, —su voz era seria pero suave.—¿Qué propones, Rhys?—Quiero que vayamos a la ciuda
Anastasia se dedicaba con entusiasmo a organizar la subasta benéfica. En su amplio vestidor, rodeada de sedas y terciopelos, seleccionaba con cuidado cada pieza que creía podría ayudar a aquellos menos afortunados. La alegría brillaba en sus ojos al imaginar la ayuda que estos fondos proporcionarían.No lejos de allí, en los oscuros pasillos que serpentean tras las paredes del gran salón, la reina discutía con uno de sus más leales sirvientes. El hombre, vestido con el discreto uniforme de la servidumbre, le relataba detalladamente los planes de Anastasia y Rhys. Con cada palabra, la expresión de la reina se tornaba más sombría. No iba a permitir que Anastasia, esa intrusa en su consideración, ganara reconocimiento y afecto entre los súbditos del reino.Furiosa, la reina convocó al capitán de su guardia personal, un hombre imponente cuya lealtad había sido probada en innumerables ocasiones. Con voz gélida, le instruyó:—Quiero que esta noche la bodega donde se almacenan los objetos de
El príncipe Rhys, con un semblante preocupado y pensativo, miró hacia el horizonte mientras abrazaba a Anastasia. Sabía que debía actuar rápido para desentrañar la verdad.—Haré una investigación exhaustiva. No descansaré hasta saber qué pasó realmente —aseguró —Si alguien está detrás de esto, lo descubriré y haré que pague.Anastasia sintió un nuevo brote de esperanza gracias a las palabras de su esposo. Aunque el desánimo la embargaba, su deseo de ayudar a los necesitados la impulsaba a seguir adelante.En los días siguientes, Rhys convocó a su equipo de confianza, incluyendo investigadores y expertos en seguridad. Comenzaron revisando las cámaras de seguridad, entrevistando a los testigos y examinando todos los detalles del evento.Mientras tanto, Anastasia decidió no quedarse atrás. Organizó reuniones con los diseñadores y modistas que inicialmente la habían ayudado, explicando la situación y buscando su apoyo una vez más.Por otra parte, la reina observaba con recelo los movimien
Al día siguiente, con la subasta programada para la tarde, el palacio se llenó de un ajetreo casi palpable. Anastasia, con la ayuda de los diseñadores y colaboradores, había transformado uno de los jardines en un escaparate de elegancia y luces recientes.Las piezas a subastar, donadas por nobles y artesanos simpatizantes de la causa, brillaban bajo la cuidadosa iluminación. Si, Anastasia tuvo que recurrir a otras personas para que ayudarán a donar algo para la subasta, así iban a conseguir llegar a la suma que prometieron.Rhys, aunque aún seguía preocupado, dejó atrás eso y decidió apoyar a su esposa durante el evento. El príncipe sugerio que lo mejor era llevar acabo la subasta en el palacio, para no correr otro riesgo. Su presencia al lado de Anastasia no solo reforzaba su posición ante el pueblo y la nobleza, sino que también enviaba un mensaje claro de unidad y compromiso conjunto.La reina Crystin, desde su balcón privado, observaba el evento con una mezcla de ira y desesperaci
—No, no hay heredero —respondió Rhys con firmeza, disipando rumores antes de que se convirtieran en otro escándalo. —Pero esas son consideraciones personales que no deben discutirse en este consejo.Un murmullo incómodo se extendió entre los consejeros, algunos mirando a Rhys con respeto por su honestidad, otros con desdén por lo que consideraban una debilidad sentimental que no correspondía a un gobernante.—Debemos, entonces, proceder a evaluar las opciones para mantener la estabilidad del trono. Si el príncipe Jeston va ser llamado, esto no solo resolverá la cuestión de la sucesión, sino que también demostrará la firmeza de nuestras leyes y la continuidad del linaje real —argumentó un anciano consejero, intentando reorientar la discusión hacia una solución pragmática.Rhys escuchó, su rostro mostraba una calma externa mientras que internamente luchaba con la frustración y la ira. Sabía que desafiar abiertamente a su madre y al consejo podría tener consecuencias desastrosas, pero no
EN NUEVA YORKAl otro lado del mundo, Mara y Lisa se encontraban en el acogedor salón de su apartamento compartido, sumergidas en una conversación despreocupada. La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas, iluminando la pequeña habitación.De repente, el sonido de una notificación interrumpió la charla. Lisa, siempre atenta a las últimas noticias, sacó su celular y abrió la página web de un conocido periódico. Sus ojos recorrieron rápidamente el encabezado, y su expresión se transformó de curiosidad a sorpresa total.—¡No puede ser!, —exclamó, mientras deslizaba frenéticamente la pantalla para absorber cada detalle del artículo.Mara, intrigada por la reacción de su amiga, se acercó preocupada.—¿Qué pasa, Lisa? ¿Todo bien?—, preguntó, intentando leer sobre el hombro de Lisa.Pero antes de que pudiera discernir una sola palabra, Lisa, con los ojos desorbitados, le pasó el celular.—¡Mira esto, Mara! No lo vas a creer.Lo que vieron las dejó sin aliento. Allí, en la bril
Ya no o había más opciones para la reina. Su última arma en esta batalla de poder, era la princesa Gisal. Crystin sabía que para mantener su reino a salvo, debía actuar con rapidez y utilizar a la princesa era una pieza clave de peligro en ese juego que ella había formado.Con movimientos rápidos y precisos, la dama de la reina tomó el teléfono y marcó el número en la lejana ciudad de Abergavenny. La princesa Gisal, quien se encontraba junto a su hermano el príncipe Jeston.—¿Qué ha pasando? —preguntó Gisal cuando respondió.La dama Trina, le dejo dicho a la princesa que la reina Crystin deseaba hablar con ella urgentemente. En cuanto avisó, de inmediato le entrego la bocina de teléfono a la reina.—Gisal —la llamó la reina.—Díganme, majestad, ¿qué desea?Era la manera que estaba acostumbrada y que le gustaba que se dirigieran a ella, sin tener que estarles recordando que le debían respeto y lealtad.—Mi príncipe estará en camino mañana, irá a ver a tu hermano —le informó la reina. —