34. ¿Castigo?

La dama recogía unas zanahorias en el momento que el príncipe entro al invernadero. La joven ya llevaba varios vegetales en el cesto que cargaba en su brazo izquierdo. En cuanto los ojos de Rhys se posaron él a sirvienta, miro rojo. La furia lo invadió de inmediato y en unas cuantas zancadas ya estaba detrás de ella.

Él la tomó del brazo con brusquedad y la giro hacia él. La dama soltó un grito de terror y sus ojos se abrieron por completo.

—¡Alteza! —exclamó casi con un bramido.

Rhys clavó sus ojos en ella, deseando perforar su cráneo con la mirada, buscando entre sus pensamientos malvados cualquier indicio de hostilidad hacia su esposa.

—Tú —pronunció con un tono áspero. —Tú fuiste.

La joven lo miró sin comprender.

—Alteza, ¿yo qué hice? —su voz temblaba, al igual que ella, como una hoja en plena lluvia y frío. Su miedo era evidente.

—Trataste de matar a mi esposa —la acusó con un tono mordaz y con los ojos inyectados de sangre por la ira.

Los ojos de la chica se abrieron más, tanto
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