Si las miradas mataran, la italiana lo fulminaría con la suya. Lo estaba mirando con una expresión de odio que francamente, le hacía mucha gracia. Por un momento consideró ponerle también una venda en los ojos, y buscando una venda cuya tela fuese lo suficientemente ancha como para cubrirle casi todo el rostro, procedió a venderla. —No podrás ver pero sentirás todo lo que hago contigo, baranina, para que aprendas de una vez a comportarte.- murmuró, acercándose a la mesa donde estaban los objetos filosos. Cuchillos, navajas, toda clase de implementos de tortura cortantes. Con movimientos decididos y rápidos, cortó la tela de su top, rasgándola luego hasta deshacerse de él. Tenía a la italiana justo frente a sí, cubierta solo por sus sujetadores y sus bragas. Se tomó unos minutos para apreciar lo delicada que era su piel, tornándose rápidamente rosada por el esfuerzo de oponer resistencia y por el miedo. Procedió a cortar la tela del sujetador, justo por delante, por sobre el ridícu
Su torturador dio un par de pasos, posicionándose justo entre sus piernas. Tiró del látigo y este restalló sobre la piel de su pubis. —¡Ah! - ¡Oh,no! Pensó Sofía, temiendo que él volviera a amordazarla e intentando soltarse las esposas, tirando de ellas. —¡Silencio, esclava!- masculló él.- ¡obedece! ¡Abre! Sofía abrió la boca y mordió, clavando sus dientes en la carne y masticando rápidamente. —Buena chica.- susurró él complacido, en lo que ella comía un pedazo de buey asado, enrojeciendo de vergüenza por lo sucios que habían sido sus pensamientos. Ella había creído que él quería meterle su verga en la boca, pero había sido comida. —¿Más?- preguntó y ella asintió. Alexis procedió a darle de comer una lasca de jamón y queso, Sofía masticó con apuro. —Woah, calma baranina. Lo que comes no va a irse a ningún lado.- se burló él. – ahora, bebe. Ordenó, poniéndole el pico de la botella de vino contra sus labios. Ella dio un pequeño sorbo. —Más. – ordenó él. —¿Quieres emborrachar
Alexis bajó a desayunar. Estaba particularmente contento esta mañana. Silbando al compás de una canción pop muy popular por esos días. Su hermanos y Yelana ya lo esperaban sentados a la mesa. Pero dónde estaba…ah, ahí está. La italiana estaba de pie, junto a la pared, esperando órdenes junto con las demás sumisas. Él comprimió sus labios. Sofía vestía lo característico de los sumisas y estaba descalza incluso. Sin embargo, no sabía por qué, a él le parecía que algo estaba horriblemente mal. —Ven aquí, esclava.- ordenó y la chica se acercó rápidamente a él. —¿Desea algo más, Amo?- susurró ella, nerviosamente. Sin mediar palabra, la tomó del codo hasta hacerla sentarse sobre sus rodillas. —Tengo hambre.- anunció él.- aliméntame. Ella palideció, pero rápidamente comenzó a untar las tostadas con mantequilla y a acercárselas la boca. —Puede, que la italiana vista como sumisa, y es cierto que la estoy domesticando, pero que no se les olvide que aunque tiene un collar también lleva m
—¿Me dejarás ir?- preguntó ella esperanzada. Tomando el edredón de la cama para cubrirse. Había notado que sólo ella estaba desnuda, él no se había quitado ni una mínima prenda de ropa —¿Lo juras? Si me convierto en tu puta, ¿me dejarás ir?- insistió. Él gruñó, bajándose de la cama. —Creo que al collar voy a agregarle una mordaza. Tu incesante parloteo me produce jaquecas.- protestó él. Ignorándola el se alejó encaminándose al baño. —¡Alexis!- reclamó ella.- lo prometiste, cuando nos casamos, dijiste que... —Dije una sarta de estupideces que jamás planeé cumplir, baranina. ¿Un matrimonio solo de nombre?¡Ja! Sólo una niñata ingenua como tú se creería algo así. Sofía palideció. —Eso quiere decir…- comenzó a hiperventilar ella.- ¿¡quieres decir que nunca me dejarás ir!? —Yo no he dicho eso.- respondió él desde el baño.- solo he dicho que si te portas bien, y eres una buena esclava…lo consideraré. —¿Cuándo?- susurró ella desesperada. Alexis salió del baño, secándose la cara con
—¿ Qué novedades hay?- masculló.—El señor Krasnir lo espera en su despacho en cuanto usted guste. Estará a su entera disposición una vez regrese a Moscú.Era demasiado pronto. Apenas había pasado una semana desde lo del bombazo en el hotel. Yura y Oleksander sobrevivirían, con secuelas menores, pero sobrevivirían. Sin embargo, sabía que no podía precipitarse a regresar a Moscú. Sus informantes dentro de la ley le habían recomendado mantener un perfil bajo hasta que se calmaran las aguas, pero congelarse el culo en la fortaleza lo estaba poniendo de mal humor.—Comunícate con ese viejo baboso y arregla una reunión vía Skype. No tengo paciencia para esperar a nuestro retorno a Moscú. Esto es urgente.—Como ordene, señor. ¿Qué le digo a la señora Yelana? Está haciendo preguntas.—Dile que estoy moviendo los activos del búlgaro. Eso le callará la boca.- masculló, sirviéndose un vodka.- ¿qué hay de lo otro?—El equipo de seguridad a cargo de la vigilancia de la señorita Sonya no ha repor
El agua de la bañera no estaba tibia, estaba lo suficientemente caliente como para escaldar a un cerdo y curiosamente, esa era la temperatura exacta a la que el Don disfrutaba los baños. Sentado en ella, con las piernas encogidas de lo excesivamente alto que era y con cara de pocos amigos, Alexis ponderada los acontecimientos de los últimos días. Pensar tanto le estaba causando jaquecas. Bufó exasperado, y lanzándole una mirada cargada de lujuria a su nuevo juguete, ordenó. —Ven, esclava. Enjabóname la espalda. Sofía se acercó sin chistar. Tomó el jabón , con él embarró una gigantesca esponja y comenzó a enjabonar la musculosa espalda rusa. Mientras lo acariciaba con la esponja, ella comenzó a notar las cicatrices que Alexis tenía en la espalda. Eran muchas, y estaban superpuestas, se notaba que no bien sanaba una ya estaba recibiendo otra. —No malgastes tu compasión conmigo, italiana. Cada una de esas cicatrices me las desquité. Todo el que me agravia termina muerto.- susurró
Sofía:El cachorro tiraba de la correa con gran efusividad. Quien lo viera tan animado y juguetón, no sospecharía que hacia pocos días había estado al borde de la muerte. Yo lo llevaba asido de un collar y de una cadena, intentando enseñarle a comportarse.—No, bebé. No muerdas los tobillos de mamá.- regañé al lobito por decimoquinta vez, cuando me dí cuenta de que me había alejado peligrosamente del cubil.Frente a mí, tenía un cementerio.Las tumbas estaban marcadas con cruces de madera o simples peñascos y se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Un ardor se apoderó de mi estómago al ver aquel extraño paisaje cubierto de nieve y muerte.—Ah, veo que has encontrado mi jardín privado.Alexis apareció a mi lado, como fantasma salido de la nada. De seguro me vió palidecer, girándome a mirarlo con expresión de espanto.—¿Jardín, Señor?- susurré, petrificada.—Por supuesto. Otros hombres con demasiado dinero en sus bolsillos, se dedican a sembrar flores, yo me divierto enterrando a
De regreso al cubil, Milia recibió a su hermano con la noticia de que su tío y primos habían arribado. Alexis masculló no sé qué de un asunto que tenía que atender y fue a encerrarse en su despacho.Sofía se encaminó a la cocina, desde donde provenían los chillidos y lamentos de Shadow. Sí, negaba a llamarlo “ perro”, en su fuero interno estaba convencida de que Shadow era un nombre mucho más apropiado para el lobito.Al llegar a la cocina se paralizó.Yura y su hijo estaban en ella, acorralando al pobre cachorro.—No tiene madera de asesino.- masculló Yura, golpeando la cabeza del animalito con un periódico enrollado y haciéndolo chillar de dolor.—No comprendo qué hace esa perra italiana con este animal.- protestó Oleksander.Sofía se indignó.—El cachorro de lobo es propiedad del Don. Les aconsejaría que se detengan.- masculló ella.Los hombres se giraron a mirarla y ella palideció.Desde que los tuvo de frente, fue capaz de notar las secuelas de la explosión a la habían sobrevivid