Clara Harrington Mis manos temblaban de rabia mientras escuchaba el relato de lo sucedido con Adrián. Sentía una mezcla de indignación y vergüenza al enterarme de sus acciones. ¿Cómo podía mi esposo comportarse de esa manera, humillándome de esa forma? Caminé de un lado a otro en la lujosa sala de la mansión, sintiendo el peso de la traición y la desconfianza. No podía creer que Adrián estuviera tan obsesionado con Natalia, arriesgando nuestra reputación y mi propia dignidad. La imagen de Adrián, ebrio y descontrolado, intentando forzar un beso a Natalia, se grabó en mi mente, alimentando mi enfado y mi dolor. ¿Qué estaba pensando?. Pero los escoltas de mi padre quien lo trajeron a casa me contaron la historia. La confrontación fue inevitable. Con la mirada llena de furia, enfrenté a Adrián, exigiendo una explicación por su comportamiento imprudente y deshonroso. —¿Adrián, te das cuenta de lo que acabas de hacer? —mi voz temblaba de indignación mientras lo miraba fijamente,
Después de abrazar y dormir a la señora Luciana me dirigí a mi habitación y me di cuenta que Paula estaba dormida. Ella también accedió quedarse en la mansión con nosotros mientras la señora Luciana se recupere. Busque entre mis pertenencias la carta que escribió mi madre y la leí estaba decidida a saber la verdad de una vez por todas. "Natalia, mi amor. Te he amado desde el primer momento en que te vi, desde que te cargué entre mis brazos. Pero necesito decirte la verdad. Te mentí. Tu mamá no te abandonó como te lo he dicho los últimos años. La verdad es muy diferente. Tu madre se llama Luciana Duarte y está con vida. La conozco desde que soy una niña, a ella y a su prima Emma. Luciana cometió el error de enamorarse del mismo hombre que Emma. Es una mujer fría y capaz de todo. Tu padre se llama Emir Harrington, uno de los hombres más poderosos del país, un famoso empresario. Él se casó con tu madre, y vivieron nueve meses hermosos durante su embarazo. Esperaban gemelas, sin embargo
Adrián Fontana En plena madrugada, fui despertado por mi madre. Su voz temblaba mientras me decía que Natalia había tenido un accidente anoche. Sin dudarlo, salté de la cama y corrí a la clínica, mi corazón latiendo frenéticamente en mi pecho. Al llegar, vi a Emir, su esposa y Omar en la sala de espera. Sus rostros reflejaban una desesperación que aumentó mi angustia. El aire estaba cargado de tensión y miedo. No podía ser posible. No podía perderla. No se podía morir. Ella me engañó, pero yo la amo con toda mi alma. No sé vivir sin Natalia. Entré a la sala de espera con pasos rápidos y descompasados, mi respiración entrecortada. Me acerqué a Emir, quien me miró con ojos llenos de lágrimas y dolor. Su esposa, a su lado, tenía el rostro pálido y Omar, normalmente tan sereno, se paseaba de un lado a otro, completamente fuera de sí. —¿Qué pasó? —pregunté, mi voz apenas un susurro. —Fue un accidente —respondió Emir, su voz quebrada—Se cayó del balcón. Sentí como si el
Sentí que el dolor me invadió por completo cuando me dijeron que Natalia había entrado en un estado de coma y que no sabían si algún día despertaría. Las palabras del médico resonaban en mi mente como un eco interminable, un recordatorio constante de la tragedia que se había abatido sobre nosotros. Han pasado más de cinco meses desde ese maldito momento. Durante este tiempo, he visitado a Natalia día y noche, sin descanso. También he estado al lado del bebé, cuidándolo con todo mi ser, aunque el peso de la culpa y la angustia no me han dejado en paz ni un solo momento. He descuidado por completo la empresa, dejando que todo se desmorone a mi alrededor mientras me sumerjo en la incertidumbre y el dolor. Mis prioridades han cambiado por completo, y aunque intento mantenerme fuerte por el bien de Natalia y el bebé, a veces siento que estoy al borde de perderme en la oscuridad de mi propia desesperación. En este momento, me encuentro con el pequeño Thomas entre mis brazos. Es increí
Me encontraba frente a Natalia, el amor de mi vida. Su rostro, aunque tranquilo, me desgarraba el alma al verla postrada en esa cama de hospital. Los monitores emitían un constante y frío pitido, una confirmación cruel de que, aunque su corazón seguía latiendo, ella no estaba realmente aquí conmigo. Hace meses que Natalia estaba en coma. Desde el accidente, no había pronunciado una sola palabra ni abierto los ojos. Cada día, cada hora, cada minuto se había convertido en una agonía interminable. Me acercaba a su lado, tomaba su mano fría y susurraba palabras que esperaba pudieran alcanzarla en algún lugar lejano, en algún rincón de su mente. —Te necesito, Natalia —decía, mi voz apenas un susurro ahogado por el dolor—. Thomi te necesita. Es solo un bebé y no sé cómo criarlo sin ti. Las lágrimas caían silenciosamente por mis mejillas. A veces, pensaba que ella podría sentirlas, que tal vez, en algún nivel, sabía que estaba ahí con ella. Miré una fotografía de Thomi. Me dolía saber
Desperté y sentí que la cabeza me estaba a punto de estallar. La luz de la habitación me resultaba demasiado brillante, y cada sonido parecía amplificado. Intenté enfocar mi vista y, a través de la neblina que envolvía mis pensamientos, vi los ojos tranquilos de Álvaro. Él se acercó lentamente, tomando mi mano con cuidado, como si temiera romperme. —Nat, tranquila, mi amor —dijo Álvaro suavemente, su voz era un bálsamo para mi confusión—. Estás en el hospital. Estuviste en coma, pero estás aquí, con nosotros. Estoy aquí. No podía ser vedad que estuve en coma. Yo no entendía nada. Su presencia me tranquilizaba, pero algo no cuadraba. Había otra figura en la habitación, alguien que no reconocía de inmediato. Me esforcé por enfocarme y vi a un hombre que me miraba con una mezcla de emociones: rabia, tristeza, y algo más que no pude identificar. La intensidad de su mirada me causaba miedo, un miedo que no podía explicar. —¿Qué pasó? —mi voz salió débil, casi un susurro. No sabía có
Adrián Fontana Me siento completamente enfadado. No puedo creer que ella me haya olvidado; me parece imposible. Deseo verla, pero en este momento me encuentro con Emir, quien me detiene. —Quiero ver a mi esposa y tú no me lo impedirás, Emir —digo, mi voz temblando de rabia. Emir me mira con una frialdad que me hiela la sangre. Se cruza de brazos y se planta firmemente entre la puerta y yo. —Ella no es tu esposa —dice con una calma aterradora—. Lo es mi hija, Clara. Las palabras de Emir caen sobre mí como un golpe. No puedo procesar lo que está diciendo. Mi mente se niega a aceptar la realidad que está tratando de imponerme. Natalia es mía, el matrimonio con Clara fue un jodido error. —Estás mintiendo —escupo, mi voz más débil de lo que quisiera—. Natalia es mi esposa. Siempre lo ha sido. —Era tu esposa —corrige Emir, subrayando cada palabra—. Ahora es Clara, mi hija, y lo mejor para ella es mantenerse lejos de ti. Me siento como si estuviera atrapado en una pesadilla.
Natalia Estaba muy desconcertada. Me encontraba en la habitación con el doctor, quien me había explicado que había sufrido un accidente y que había estado en coma durante varios meses. Me explico más detalladamente lo que me comento Álvaro. Salí de mis pensamientos cuando me di cuenta de que una mujer hermosa entraba y me saludaba con un fuerte abrazo. Yo no tenía idea de quién era ella. —¿Quién es usted, señora? —pregunté, tratando de disimular mi incomodidad. Ella sonrió con calidez y un toque de tristeza en los ojos. —Yo soy Luciana, fui mejor amiga de tu madre, Margarita, mi amor —respondió, acariciándome el rostro con ternura. Su voz y su gesto me parecieron familiares, pero mi mente estaba envuelta en una densa niebla que no me permitía recordar. —Luciana... —repetí, intentando anclarme a ese nombre en busca de alguna chispa de reconocimiento—. No recuerdo nada. Ella suspiró y asintió lentamente. —Es normal, Natalia. Has pasado por mucho. No te preocupes, todo