Adrián Fontana. Estaba completamente molesto con Natalia. Hace un mes que mi mujer no quiere estar conmigo. Está enojada conmigo y ni siquiera me deja tocarla. Me encontraba en la oficina, intentando concentrarme en la conversación con Leonel, pero mis pensamientos seguían volviendo a ella. —Adrián, ¿me estás escuchando? —Leonel me miraba con una mezcla de preocupación y frustración. —Sí, claro, lo siento. Continúa —respondí, tratando de enfocarme en sus palabras, aunque mis pensamientos seguían distraídos. Leonel suspiró, sacudiendo la cabeza. —Estábamos hablando sobre la reunión con los inversionistas. Necesitamos estar preparados. La situación de la empresa es crítica y no podemos permitirnos errores.— Anunció —El señor Harrington ha sido un gran aliado, pero aún no ha firmado con nosotros. Asentí, consciente de la gravedad del asunto, pero mi mente seguía divagando hacia Natalia. Me preguntaba qué más podía hacer para reconciliarnos. La falta de comunicación y la ten
Natalia Bernal. Me encontraba destrozada junto con Paula, escuchando a mi madre, que había tenido una gran crisis. Su respiración era débil, y cada palabra que pronunciaba parecía requerir un esfuerzo titánico. —Mis niñas... —dijo con una voz apenas audible—, deben cuidarse la una a la otra cuando yo ya no esté. Paula estaba a mi lado, aferrándose a mi brazo, tratando de contener las lágrimas, pero sus sollozos la traicionaban. Yo me sentía igual de impotente, deseando poder hacer algo, cualquier cosa, para aliviar el sufrimiento de nuestra madre. Intenté mantener la calma por ella y por Paula, aunque por dentro sentía que me desmoronaba. —Mamá, no hables así —intenté sonreír, aunque mi voz se quebró—. Vas a salir de esta, lo prometo. Ella negó suavemente con la cabeza, sus ojos llenos de una mezcla de amor y resignación. —Natalia, sé realista... Quiero que sepan que siempre las he amado y estoy muy orgullosa de ustedes. En ese momento, la puerta de la habitación se ab
Ha pasado una de las semanas más duras de mi vida. He tenido que encargarme completamente de Paula, quien casi no quiere comer ni asistir a clases. Álvaro y Adrián me han ayudado mucho; ella los escucha mucho más que a mí. Me consuela saber que al menos ellos logran sacarle una sonrisa, aunque sea por unos momentos. Ahora, mientras me dedico a acomodar en una caja las pertenencias de mi mamá, siento cómo las lágrimas resbalan sobre mis mejillas. Cada objeto que toco está cargado de recuerdos: sus libros de recetas, sus pañuelos de encaje, las fotos de nuestra familia... Cada uno me habla de momentos felices que ya no volverán. De repente, encuentro un viejo álbum de fotos. Me siento en el suelo, abrazando el álbum contra mi pecho antes de abrirlo. Las imágenes me devuelven a los días en que mamá estaba llena de vida, sonriendo con nosotras en las vacaciones, celebrando nuestros cumpleaños, y simplemente siendo la increíble mujer que era. Mis lágrimas caen sobre las páginas, manch
Estoy sentada en una esquina acogedora de una cafetería, el suave murmullo de las conversaciones y el aroma a café fresco llenan el ambiente. Frente a mí, Omar me observa con una mezcla de seriedad y nerviosismo. Me había invitado aquí porque tenía algo muy importante que decirme, y ahora, mientras juega con su taza, siento la anticipación crecer. —Nat, gracias por venir —comienza, sus ojos encontrándose con los míos. —Por supuesto, Omar. ¿De qué querías hablarme? —le pregunto, tratando de romper el hielo. —Es sobre el trabajo que me ofreciste. Primero, quiero agradecerte. Claro que sigo interesado y te quiero en mi empresa, pero ahora mismo necesito pedirte un favor personal. Asiento, sorprendida pero dispuesta a escuchar. —Claro, dime de qué se trata. Omar toma un respiro profundo antes de continuar. —Es sobre mi madre. Ha entrado en crisis y necesita ver a Clara, pero mi hermana es demasiado fría y cruel. Le avergüenza nuestra madre y no quiere verla. Me quedo en silenc
Mientras nos acercábamos al padre de Clara, sentí un nudo en el estómago. Sabía que esta reunión sería difícil, especialmente dada nuestra historia de relación hostil. Sin embargo, también sabía que él no me reconocería, lo que ofrecía un pequeño alivio en medio de la tensión. Emir estaba parado frente a nosotros, su mirada seria y distante. Respiré hondo, tratando de mantener la compostura mientras nos acercábamos. —Hola, soy Clara —dije con voz firme, luchando por ocultar mis nervios. Él me miró con indiferencia, sin mostrar ningún signo de reconocimiento. — Por supuesto eres mi hija ¿Qué haces aquí? —preguntó bruscamente, su tono lleno de desconfianza. Tragué saliva — He venido a ver a mi hermano. Aunque sentía una profunda reticencia, Omar y yo accedimos a seguir a Emir a la empresa. Mientras caminábamos por los pasillos familiares, el peso del silencio entre nosotros era palpable. Sabía que esta visita sería incómoda y potencialmente conflictiva, pero también entendía l
Cuando Adrián pidió a Leonel que se retirara, quedamos solos en la oficina. Sentí un hormigueo de nerviosismo recorrer mi cuerpo mientras me enfrentaba a la situación que tanto había temido y deseado al mismo tiempo. Mi mente se llenó de preguntas y dudas mientras observaba a Adrián, tratando de leer sus expresiones en busca de alguna pista sobre si me reconocía o no como Natalia en lugar de Clara. Aunque esperaba que él pudiera ver a través de mi disfraz, una parte de mí también temía que mi identidad secreta fuera descubierta. Decidida a obtener respuestas, me acerqué a él con una sonrisa cautivadora, tratando de ocultar mi nerviosismo detrás de una máscara de confianza. Mi corazón latía con fuerza mientras me preparaba para llevar a cabo mi plan, consciente de que estaba a punto de cruzar una línea peligrosa. —Adrián... —empecé, mi voz suave y seductora—. Ha pasado tanto tiempo desde que estuvimos solos de esta manera. Él me miró con intensidad, sus ojos verde esmeralda bril
Era un momento de paz, lejos de todo lo demás, solo nosotros dos en aquella habitación de hotel. Sus besos, su ternura, eran como un bálsamo para el alma, un respiro en medio de la tormenta. Cada caricia, cada gesto, me recordaba por qué alguna vez me enamoré de él. Decidí mis escaparnos del mundo por dos días en lugar de regresar a su casa o la mía. —¿Sabías que tienes una pequita justo aquí? —murmuró, rozando mi mejilla con la punta de su dedo. —Sí, siempre la he tenido. —respondí con una sonrisa, disfrutando de su cercanía. —Y esta otra aquí, es nueva, ¿verdad? —añadió, deslizando suavemente su mano por mi rostro. —Sí, creo que sí. —admití, cerrando los ojos y dejándome llevar por sus caricias. Cada gesto suyo, cada palabra, me recordaba que, a pesar de todo lo que habíamos pasado, aún había algo especial entre nosotros. Era difícil ignorar la conexión que compartíamos, incluso cuando las cosas parecían complicadas. Nos quedamos así un rato, perdidos en nuestro pequeñ
Cuando llegamos a la mansión, nos dimos cuenta de que la señora Gloria y Ernesto nos estaban esperando en el vestíbulo. Ernesto, con una mirada inquisitiva, nos preguntó de inmediato—¿Dónde han estado? Adrián tomó la palabra primero —Natalia no sé yo estuve en un viaje de negocios. Intenté mantener la calma—Estuve en la casa de mi mamá. Ernesto asintió, aunque parecía más preocupado por otros asuntos. —Bien, Natalia, siento mucho lo de tu mamá, pero la vida debe seguir. — Expuso Gloria. Su tono era severo y desapegado—. Adela ya ha preparado tus maletas. Mi hijo y yo te recompensaremos bien por romper el acuerdo. Casi había olvidado que quien rompa el acuerdo perderá la fortuna. Sentí cómo el enfado comenzaba a hervir dentro de mí. Antes de que pudiera decir algo, Adrián dio un paso al frente, su expresión endurecida. —No habrá ninguna ruptura del acuerdo —dijo con firmeza—. Natalia se queda, y así será. Gloria intervino, su voz cargada de desprecio—No puedes hablar e