Introducción.
Una dura vida en Latinoamérica te enseña a ser autosuficiente.Dejas de necesitar de alguien que vele por tus necesidades y comprendes que tu futuro se encuentra en tus manos.
La mujer latina se levanta entre las cenizas y comienza a caminar entre brasas hasta llegar a la tierra prometida.Cuando has sido juzgada incontables veces por tus seres queridos, te vuelves indiferente al afecto de una persona con doble intención.El amor pasa a segundo plano y solo tú importas.
Romina se graduó en administración de empresa, pero la vida y las circunstancias la llevaron a otra nación, sin poder ejercer su carrera profesional, por lo que se valía la vida luchando a diario, trabajando en altas horas de la noche.Los días en los que vivió un infierno mental, porque pensaba que ya no podía más con su vida… Cuando la sola idea de morirse era la única salida para encontrar paz.Necesitaba descansar y que mejor, pensó, que en el otro lado.
Se lanzó de un tercer piso y agonizando: la imagen de un hombre vino a su mente.Un rostro tan familiar, pero desconocido, que le dio por abrazarlo, y entre sus brazos, sintió que al fin podía yacer. Entonces, creyó, que la muerte había sido la mejor opción.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí?Ella lo observó asombrada.—No he podido conmigo misma y me he tirado de un tercer piso —admitió sin remedio—. Ya no puedo más, ya ni lágrimas tengo para continuar desahogándome entre llantos. Salgo de mi trabajo y lo único que me queda es tirarme en una cama a llorar por largas horas. Si así es la vida, entonces prefiero la muerte.Él acarició sus mejillas y depositó un tierno beso en sus labios.—La mujer con la que me casé jamás se rendiría así de fácil —dijo el hombre con media sonrisa fortalecedora—. No he conocido a alguien más que posea las agallas que tú tienes. No te juzgaré por lo que has hecho, pero lo haré; si te rindes de esta manera. La vida es un misterio, uno que si no lo terminas naturalmente, nunca lo comprenderás.Él besó sus lágrimas.—Ya es tarde… —comprendió ella con un sollozo.—Nunca es tarde Neiht, y si no es en esta vida, será en la siguiente. —Sonrió con tristeza—. Ahora despierta.Romina sintió como su alma regresó a su cuerpo en ese momento.Desde ese día todo cambió para ella. Aquel encuentro con ese hombre le abrió los ojos de alguna manera.
Ella supo que debía seguir adelante hasta que el misterio de la vida, diera un giro y al fin se resolviera o se pusiera a su favor.
Mientras tanto, debía seguir por sí misma y cumplir sus metas a todo lugar.
No importa cuántas veces muramos juntos; si son cien veces, doscientas te buscaré y nos amaremos, desde el primero hasta el último suspiro.«Hasta que la muerte nos separe y en la vida nos volvamos a encontrar… una y cien veces más».
La chica caminaba sensualmente en el escenario de un antro. A su lado había tubos de pole dances donde ella se movía, dejando calenturientos a los hombres que la observaban con deseo de poseerla. Entre ellos se encontraba Hasan, un árabe de una familia multimillonaria de Dubái que en esos momentos se encontraba en México por negocios. Hasan miraba a la latina con devoción. En sus pensamientos, ella era una majestuosa mujer.Romina era la que bailaba en el tubo, desde pequeña le gustaba ese tipo de baile, era una mujer alta de esbelto cuerpo y ojos castaños. Cada noche desde que inmigró a México, bailaba para el sustento de su familia en otro país.Por una fracción de segundo, los ojos de Hasan se encontraron con los de Romina. Fue increíble y extraño lo que sintieron aquellos dos al encontrarse con sus miradas, era como si se hubiesen visto antes, pero ¿dónde? No lo recordaban. Cuando el baile finalizó ella recogió los billetes que habían dejado sobre el escenario. Hasan sintió
Ulises cuando observó su elegancia, la manera de pararse y dirigir la mirada, supo que este hombre no podía ser cualquiera. Tenía aires de imponencia. —Romina —susurró en su oído—, ¿quién es este tipo, y por qué me has llamado? —¿A qué te refieres? —le susurró ella también.—¡Parece un mafioso! —se quejó—. Romina, si nos secuestran y mañana salimos en el periódico, te juro que no tejo en paz en el infierno.Romina se fue en carcajadas hasta que llegaron al auto donde Hasan los esperaba con extrañez en su mirada. —No me gusta ser preguntón, pero, ¿puedo saber por qué se ríen? —Romina estaba sin aire de tanto reírse. Hasan tuvo que pedir una botella de agua al chofer para que la chica se calmara. —Bien, bien. —Volvió a respirar—. Pasa que mi amigo cree que nos vas a secuestrar.Ulises pellizcó Romina en la espalda y le sonrió a Hasan, cuando la chica se quejaba y a la vez se sobaba. —Oh, no, no. Tranquilo, soy empresario. —Estiró su mano hacia Ulises para presentarse—. Hasan Abada
Hasan estaba lleno de vómito la noche anterior cuando llevó a Romina junto a su amigo, a su departamento. Jamás en su vida había estado en esa situación tan descabellada. Ya se podía imaginar porque las leyes islámicas lo prohibían.Esa tarde, un día antes de irse a Dubái, aún pensaba en la chica que había conocido la noche anterior, cuando su celular se encendió por una llamada de Skype de su padre.Antes de contestar, suspiró y le pidió a su Dios, que le diera paciencia.—Hola, padre. La paz sea contigo.—Bendiciones Hasan —lo bendijo, su padre—. ¿Ya has preparado tu maleta para regresar? Ya sabes, que te necesito lo antes posible en tu oficina. Por algo eres el jefe.—Sí padre. Tengo todo listo.—Bien, eso me contenta —dijo, su padre—. Y dime, ¿conseguiste esposa? Quedamos en que si no lo hacías, yo lo haría por ti. Ya sabes que la hija de los Abadi está buscando un marido. Que mejor que una musulmana…—Padre. Quedamos en que las otras tres las elegías tú. Y la última lo hacía yo,
Romina volvió a chillar emocionada.—Ese hombre tiene dinero.—Por eso mismo, nunca dude que me sacarías de la pobreza —Ulises se fue hacía el closet a buscar un vestido—. Usaras este vestido que jamás en mi vida te he visto usándolo.Romina se quedó boquiabierta. Ese vestido era corto y escotado. Muy escotado.—No manches, como diarias tú. Voy probablemente a una cita no a un burdel.Ulises rodó los ojos. Tomó un vestido blanco, ligeramente escotado. Este era un poco más largo, llegándole a Romina un poco más debajo de las rodillas.—Este es perfecto, resalta tus curvas, y tienes unos pechos increíbles, madre mía.Romina lo observó con suficiencia.Tomó el vestido de las manos de su amigo, y se miró en el espejo con la prenda sobre su cuerpo. Y era cierto, su figura era fenomenal, ni ella misma se atrevía a decir, que no era físicamente perfecta.—Sabes, desde pequeña admiro a un personaje ficticio, de una telenovela mexicana.—¿Sí? —indagó, Ulises—. ¿Cual?Romina soltó una risita y o
Romina pasaba de un lado a otro en la habitación de su departamento. Ulises, su mejor amigo, estaba recostado sobre su cama. Romina llevaba horas desde que dejó a Hasan en el restaurante, pensando en lo que dirían todos si se marchaba. ¿En serio iba a hacer eso? Oh, pero es que ni siquiera lo conocía bien para estar comprometiéndose. ¡¿Y si era un asesino?! Nah, era demasiado lindo para ser un asesino…—Romina… —habló Ulises señalando su lado de la cama para que ella se sentara—. Te lo diré una última vez esta noche: ¡Tienes que casarte, ese hombre es adinerado! ¡No seas mensa! Oh, estas mujeres de hoy en día no aprenden…—¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero es que… —Se masticaba sus uñas de lo nerviosa que estaba.—Pero es que nada. Mira, cuando apenas te mostró los camellos: debiste aceptar.Romina se echó a reír carcajadas por la ocurrencia de su mejor amigo.—Oye, en serio. No conozco a este hombre… —Se sentó al lado de Ulises.Él suspiró y la abrazó.—La verdad es que es cierto… —concordó—. Per
¿Romina? Ella donde pisaba las personas la observan deseando ser ella. Y es que esta mujer tenía algo que llamaba la atención de todos los géneros. Tenía esa naturalidad de caerle bien a cualquiera que se le acercara. Sus tacones resonaban en el mármol de aquel restaurante ostentoso y privado, en el que la familia de su prometido esperaban a conocerla. Romina echó un vistazo a todos los lujos, unos que jamás en su vida imaginó tener de cerca. Había paredes de cristal, adornos de oro y otros con diamantes. Por un momento pensó en tomar un jarrón y salir corriendo, con eso viviría toda una vida en su país. Se detuvo antes de llegar a la mesa donde se encontraba Hasan con su familia. ¡Era una enorme familia! Los hombres vestían con túnicas blancas y las mujeres con abayas del mismo color. Todo era tan elegante que a Romina se le hizo parecido a la realeza. Hasan notó la presencia de Romina y la hizo llegar haciéndole señas para que se sentara enfrente de él. Cuando ella se posicionó e
Hasan trataba de convencer a su padre de adelantar la boda.—No —respondió su padre después de una larga charla con su hijo. Hakim estaba sentado en el escritorio de la oficina de su casa.—Sabes que ella no es musulmana. Creo que no es tan importante cumplir con las tradiciones antes de la boda.—Dime, Hasan. ¿Por qué tu empeño en apresurarla? —Lo miró a los ojos con suspicacia—. Estuviste con esa mujer. Yo te conozco.—No he estado con nadie que no fueran mis esposas —mintió con la frente en alto.Su padre no le creía en absoluto.—Si me llego a enterar de que estuviste con ella antes del matrimonio, te juro que yo…—No te atrevas a tocarla —musitó con la altura suficiente para que Hakim escuchara.—¿Es una amenaza? —indagó.—Es una advertencia —aclaró—. Romina ha pasado por mucho para tú la vengas a molestar.—Sé que lo has hecho con ella. —Tomó el mentón de su hijo y lo presionó con mucha ira—. Has deshonrado nuestra cultura. No lo tengo confirmado, pero lo descubriré, y entonces;
Al día siguiente, después de una larga noche donde sus cuerpos se conocieron y juntaron por primera vez: Romina almorzaba junto a Hasan en el lujoso restaurante del hotel donde habían pasado la noche.Hasan miraba de vez en cuando a Romina y sonreía sin que se diera cuenta. Romina vestía un vestido casual que le habían traído, tal parecía que su prometido, lo había pedido al personal antes que ella despertara.Hasan observaba lo natural de ella, su cabello y ojos cafés, sus labios y muecas; para él, ella era como un mundo nuevo el cual debía explorar y conquistar a su vez.—Hasan —llamó su atención.—Romina. —La miró a sus ojos.Rieron por un segundo.—Quiero preguntarte algo —confesó—. Desde que desperté, estoy con la duda…Él dejó de comer y se limpió sus manos y boca con una servilleta, para luego darle toda su diligencia a ella.—Cuéntame, soy todo oído. —A Romina le gustaba lo atento que era. Nunca hasta ese momento había conocido un hombre así, aparte de su mejor amigo, obviamen