Amanecimos cursis

Hasan estaba lleno de vómito la noche anterior cuando llevó a Romina junto a su amigo, a su departamento.

Jamás en su vida había estado en esa situación tan descabellada. Ya se podía imaginar porque las leyes islámicas lo prohibían.

Esa tarde, un día antes de irse a Dubái, aún pensaba en la chica que había conocido la noche anterior, cuando su celular se encendió por una llamada de Skype de su padre.

Antes de contestar, suspiró y le pidió a su Dios, que le diera paciencia.

—Hola, padre. La paz sea contigo.

—Bendiciones Hasan —lo bendijo, su padre—. ¿Ya has preparado tu maleta para regresar? Ya sabes, que te necesito lo antes posible en tu oficina. Por algo eres el jefe.

—Sí padre. Tengo todo listo.

—Bien, eso me contenta —dijo, su padre—. Y dime, ¿conseguiste esposa? Quedamos en que si no lo hacías, yo lo haría por ti. Ya sabes que la hija de los Abadi está buscando un marido. Que mejor que una musulmana…

—Padre. Quedamos en que las otras tres las elegías tú. Y la última lo hacía yo, sin importar de donde es, mientras no fuera idolatra, o impura.

El hombre refunfuñó.

—Si vuelves aquí sin una esposa, te casaré con la hija de los abadi. No quiero objeción.

—Pero… —su padre finalizó la llamada.

Hasan miró al techo y le pidió a Dios, que le diera claridad a sus pensamientos, para resolver esto, antes de irse.

«Romina Valente», susurro su conciencia. Y entonces todo le fue claro.

Romina era la única que lo podía sacar de este aprieto.

Hasan pensó, que tal vez se podían ayudar mutuamente.

Ella necesitaba una vida estable y Hasan una esposa. Y además, Romina era perfecta, quitando la parte de que lo vomitó, claro.

Llamó a su chofer, para que prepara el auto, debía ir a casa de Romina cuanto antes. ¿Sería difícil convencerla? No la sabía.

…….....

Romina se veía en un sueño, junto a un hombre moreno alto y forzudo.

Usaba túnica y una pañoleta sobre su cabello, mientras caminaban juntos, en medio del desierto, parecía que aquel hombre la llevaba a alguna parte.

—Podemos parar —dijo, ella.

—Nos falta poco Neiht… —respondió él, alentándola—. Si estás cansada puedo llevarte en mis brazos.

Ella bufó y sonrió.

—No necesito que un hombre me llevé en sus brazos. Bien puedo hacerlo yo sola —sin decir nada más, dejó al hombre con una ceja enarcada, y siguió camino a alguna parte.

El sueño acabó y Romina apenas recordó fracciones de lo sucedido.

………….

—¡¿Por qué dejaste que me embriagara si sabes cómo me pongo?! —discutía con su amigo, en su departamento. Hacía dos horas que había despertado con un fuerte dolor de cabeza.

—Yo no sé. Tú te quedaste junto a él —se defendió—. Me fui a la pista. Cuando me doy cuenta, rato después, Hasan estaba lleno de vomito.

Romina se halaba el cabello. No podía creerse ese bochorno.

Ella a pesar de que estaba embriagada recordaba ciertos puntos, como cuando Hasan la trajo entre sus brazos a su habitación.

También cuando la limpió con su pañuelo en el club para que nadie la observara llena de vomito.

Y ahora, gracias a su desfechada jamás lo volvería a ver.

—No es justo. —Se quejó—. Hasan era hermosísimo…

Ulises rodó sus ojos.

—Mira esto… —le mostró una imagen de ella sobre los brazos del árabe—. Me la compartió la chica que conocí anoche.

Romina le haló la oreja.

—Pedazo de idiota —el chico se quejaba—. Te invité para que me cuidaras y lo que hiciste fue ir a chancear.

Lo dejó libre y se cruzó de brazos con el ceño fruncido y su pico ensanchado. Típico de Romina cuando se molestaba.

Ulises se sentó a su lado, en la cama de la habitación de Romina. Ellos dos compartían departamento.

—Romy, sé que estas enojada, porque te llamó la atención ese musulmán —ella no lo miraba, mientras que él sí lo hacía—. Pero debes entender que, cosas así suelen pasar. No me puedes culpar por tus errores.

La chica soltó una bocanada de aire, y, se apoyó del hombro de Ulises.

—Lo siento. Tienes razón —esta vez lo observó con una sonrisa—. Sabes que te quiero mucho, ¿no?

Ellos dos se sentían y se comportaban como dos hermanos.

Cuando se conocieron Romina buscaba un compañero para que la ayudase apagar un departamento, Ulises era nuevo en la ciudad de México y también buscaba lo mismo.

Ya un año más tarde eran inseparables.

—Lo sé. Yo también me quiero —el castaño de ojos oscuros, besó la frente de la chica—. Y también te quiero a ti.

Romina comenzó a reírse.

—Amanecimos cursis.

—No. Tú amaneciste cursi —apretó su nariz y Romina se quejó—. ¿Por causalidad andas en tus días?

Esa pregunta hizo que Romina volviera a reírse, pero esta vez más escandalosa como solían ser sus risas.

Unos treinta minutos después tocaron la puerta y Ulises salió, esta vez de su habitación a abrirla.

Se encontró con un hombre con traje elegante, que usaba unos lentes de sol y tenía una altura imponente.

—¿Y usted quién es?

—Buen día. ¿Se encuentra la señorita Romina en casa?

Ulises lo pensó muy bien antes de darle una respuesta.

¿Por qué preguntó directamente por su amiga sin siquiera presentarse antes?

Como ya sabemos, no era la primera vez que un hombre buscaba a Romina para llevársela a la cama.

Entonces le cerró la puerta en la cara.

—¡Señor! —gritó el hombre, detrás de la puerta—. Vengo de parte del señor Hasan Abadallah. Soy su chofer.

Ulises detuvo el paso y abrió nuevamente la puerta.

—¿Neta? —el asintió—. No mames, debiste empezar por ahí.

—Lo siento, señor. Tenía órdenes claras de venir por Romina. Pensé que ella sabía.

—Mmms, no. —Negó—. La llamaré. Usted espéreme aquí. No se mueva, ni se robe nada.

El hombre rodó los ojos, Ulises no lo notó, por los lentes que los tapaban.

Se adentró a la habitación de Romina, donde ella estaba con su celular mirando series de A****n.

—Ulys, tienes que ver la rueda del tiempo —dijo apenas lo observó entrar—. Me encanta.

El chico soltó un suspiro antes de hablar.

—Hasan mandó a su chofer a buscarte.

Romina soltó el teléfono y chilló emociona.

—No te lo creo —Ulises se emocionó de verla así, alegremente. Tenía tanto tiempo sin verla feliz—. Pero ¿dónde está? Oh… ¡No me digas que en la sala! ¡Ulises tenemos un desorden y, la cocina vuelta un chiquero!

El chico tapó su boca con la mano para que hiciera silencio y poderle seguir explicando.

—Ha mandado a su chofer a buscarte. Tienes que cambiarte rápido para que te vayas. ¡Muévete mujer!

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