Dubái

Romina pasaba de un lado a otro en la habitación de su departamento. Ulises, su mejor amigo, estaba recostado sobre su cama. Romina llevaba horas desde que dejó a Hasan en el restaurante, pensando en lo que dirían todos si se marchaba. ¿En serio iba a hacer eso? Oh, pero es que ni siquiera lo conocía bien para estar comprometiéndose. ¡¿Y si era un asesino?! Nah, era demasiado lindo para ser un asesino…

—Romina… —habló Ulises señalando su lado de la cama para que ella se sentara—. Te lo diré una última vez esta noche: ¡Tienes que casarte, ese hombre es adinerado! ¡No seas mensa! Oh, estas mujeres de hoy en día no aprenden…

—¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero es que… —Se masticaba sus uñas de lo nerviosa que estaba.

—Pero es que nada. Mira, cuando apenas te mostró los camellos: debiste aceptar.

Romina se echó a reír carcajadas por la ocurrencia de su mejor amigo.

—Oye, en serio. No conozco a este hombre… —Se sentó al lado de Ulises.

Él suspiró y la abrazó.

—La verdad es que es cierto… —concordó—. Pero tú misma dijiste que es un hombre amable.

—Vamos, Ulys, hasta el diablo se viste de oveja.

Rieron mutuamente.

—Entonces, ¿qué harás?

—Se ofreció a pagar todas mis deudas, incluso me pidió la cuenta de banco de mi familia. ¿Qué crees que debo hacer?

—Te seré sincero: yo quiero lo mejor para ti —consolidó—. Recuerdo que cuando te conocí, no tenías nada más que tu maletín lleno de ropa de encaje.

Ella rio y soltó un suspiro lleno de recuerdos.

—Yo investigué a Hasan —agregó, y Romina lo miró con el ceño fruncido—. Solo fue buscar su nombre en G****e; es uno de los hombres más ricos en la actualidad. Logró levantar su propia empresa sin la ayuda de su padre, otro multimillonario. No sé si sus intenciones son verdaderas, pero, si lo son, mmms, estás perdiendo el tiempo hablando conmigo.

Romina se levantó de la cama y tomó su teléfono que estaba en la mesita de noche.

—Si lo llamo —dijo—, mi vida no volverá a ser la de antes.

—Lucha por tu bienestar. Tú misma dijiste: que para salir adelante hay que hacer sacrificios.

—Hacer sacrificios, no que me sacrifiquen a mí —bromeó nerviosa—. Bien. Tengo miedo, aun así, lo haré.

Ulises sonrió con sus ojos cristalizados, casi al punto de derramar lágrimas. No quería perderla, pero esto era una oportunidad para ella. Ya había sufrido mucho y su sueldo apenas le alcanzaba para mandarle a su familia. Y no era como si pudiera ejercer una profesión en México siendo inmigrante sin visa. Además, su pasaporte estaba por vencer pronto.

—Teresa estaría orgullosa de ti.

Romina guiñó su ojo.

—Hasan —nombró en la línea telefónica—. Acepto… sí, eso. ¿En la mañana? Ah, sí. Bueno, claro. Nos vemos entonces.

Respiró profundamente antes de decir:

—¡Salimos apenas salga el sol a Dubái! —Ulises se levantó y la abrazó—. Me presentará a su familia apenas lleguemos.

—Que te vaya bien, Romy —alentó con nostalgia—. Y te crezcan más las nalgas…

Romina se tumbó en la cama a reírse. Extrañaría a su mejor amigo, pero nada de eso significaba que era la última vez que lo vería. Claro, si es que ese musulmán no resultaba siendo un proxeneta. Romina seguía dudando de Hasan, pero eso estaba por cambiar apenas llegara a la ciudad más adinerada de los Emiratos Árabes Unidos.

………….

Un hombre moreno en un palacio se le acercó a Romina y le dijo:

—Querida Neiht, necesito que vengas conmigo.

El hombre parecía entristecido, Romina supo que algo malo había pasado. También notó que se había dirigido a ella con otro nombre, pero a eso no le dio importancia.

—Dime de una vez, ¿Aarón llegó de la guerra? Egipto espera por él. Hemos preparado los mejores de los festines para su bienvenida.

El moreno negó con la cabeza y soltó el aire de su boca.

—Ha llegado, sí. Su cuerpo sin vida.

En ese momento, despertó de ese extraño sueño.

Romina iba apresuradamente hasta la salida del departamento. Un auto negro la esperaba.

Ella vestía esa mañana un vestido floreado con su largo cabello suelto. Al llegar al auto un hombre con traje tomó su equipaje y le abrió la puerta trasera donde ella se subió. Por último, miró a su amigo con nostalgia en la puerta del edificio.

—¿Hasan…? —le preguntó al hombre cuando este comenzó a manejar.

—La espera en el aeropuerto, señorita.

Romina en todo el viaje al aeropuerto estuvo pensando, en cómo sería su vida de ahora en adelante. La noche anterior había estado investigando la vida de los musulmanes, en como trataban a sus esposas. Y aunque supo que no le daban muchas libertades, ella prefirió eso a temer todas las noches que la secuestraran o violaran después del trabajo. Durante todo el tiempo que estuvo en ese antro, temió que su vida se fuera en una noche de esas. Tantos hombres la deseaban, que ella no sabía hasta cuando uno de ellos se atrevería a seguirla y a raptarla. Pero ahora tenía una nueva oportunidad. Vivir en Dubái era un sueño para ella.

Bajaron en el estacionamiento del aeropuerto.

El hombre la llevó hasta un avión que al parecer era privado. Y ahora en el avión sentía emoción de volver a encontrarse con el hombre que le pidió matrimonio. Después de todo, tal vez, se terminarían enamorando como en las películas, y tendrían muchos hijos y un perro Golden.

Se recostó sobre un mueble. A su lado había una copa de vino y una canasta donde se encontraban variedades de frutas. Tomó una uva y buscó a Hasan con la mirada mientras masticaba. Pasaron dos horas y el avión había despegado, temía en ese momento, porque no sabía nada de Hasan. ¿La había engañado? ¿Se había aprovechado de su circunstancia para hacerle creer que se casaría con ella y le daría lujos? ¿En serio era un proxeneta? Bebió toda una botella en el vuelo. De pronto, cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.

El avión dio un salto en el aterrizaje, lo que hizo despertar a Romina con un leve dolor de cabeza.

—Llegamos… —susurró para ella misma.

Cuando bajaron del avión: ella estaba resignada a que la llevarían a un prostíbulo. Su corazón estaba dolido de lo mal que le iba en la vida. Pero ella era fuerte, aun así, dejó escapar una lágrima.

…………….

—¿A dónde vamos? —preguntó tímidamente mientras contemplaba la imponente ciudad de Dubái.

Iban en un auto ella y el mismo hombre de traje que la buscó a su departamento.

—La familia Abadallah la espera para conocerla. —Entonces sí era cierto. Al fin, alguien se lo confirmaba.

Eso fue todo lo que dijo el chofer hasta que llegaron a un enorme edificio. El hombre la acompañó hasta las puertas dobles, de ahí en adelante una chica rubia la dirigió al ascensor donde ascendieron hasta el cuarto piso; que sería su habitación.

—Tiene que cambiarse, la vendrán a buscar a las siete. —La chica se marchó dejando a Romina en la soledad de ese grande balcón.

Se tiró en la cama y pensó: «supongo que después de todo no es un proxeneta». Aun así no se fiaba por completo de Hasan. Y es que le parecía extraño que la haya dejado sola en todo el vuelo.

Observó que la chica había dejado un vestido blanco y largo en el closet. Supuso que ese era el que tenía que llevar a dicha cena.

Las horas fueron pasando y Romina se maquillaba y ondulaba su cabello.

Sus pestañas eran largas y sus cejas pobladas.

Romina sabía que era hermosa, siempre se lo dijeron los chicos y sus amigas. Recordó aquel concurso de modelaje online: en el que ganó y proveyó su viaje a México donde la ilusionaron unos meses, y luego la abandonaron sin siquiera dejarle para un pasaje devuelta a su país.

Su celular repicó y por el rabillo del ojo supo que era Ulises, le contestó apenas terminó de ponerse el tacón.

—Ulys… —dijo ella en videollamada con el castaño.

Él observaba los alrededores de la habitación con los ojos bien abiertos.

—Ya veo que estás cómoda. He tomado tu habitación como mi sala de videojuegos y películas.

—Supuse que lo harías. —Rodó ella los ojos.

—¿Estás bien, Romy? —indagó—. ¿Cómo estuvo el vuelo?

Ella suspiró y él supo que no muy bueno.

—Hasan no ha aparecido. Solo me alojaron en este lujoso hotel y me dijeron que me buscarían a las siete para conocer a su familia.

—Bueno… —comenzó él—, por lo menos no te secuestraron.

Romina soltó una risita.

—Todavía no sabemos que pueda pasar más adelante.

—Cualquier cosa ten tu ubicación encendida. Ya sabes que estaré al pendiente

—Gracias, Ulys. —En eso tocaron la puerta—. Creo que es hora de irme…

—Te quiero, cuídate.

—Yo también, Ulys.

Romina cortó y observó por la ventana que el sol se ocultaba entre los rascacielos.

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