Cariño, ¿quién es tu verdadero amor?
Cariño, ¿quién es tu verdadero amor?
Por: Gema
Capítulo 1
Me encontraba aturdida por el estruendo de los bombardeos, el sonido ensordecedor resonaba en mi cabeza como un eco interminable. Apenas lograba mantenerme consciente, pero el penetrante olor a desinfectante me devolvió un poco de claridad.

A lo lejos, distinguí la figura alta y esbelta de Dante.

—Dante, me duele la cabeza —murmuré con esfuerzo, alzando la mano para agarrar su ropa. Alcancé a ver un destello de preocupación en su rostro.

Pero en ese instante, Marta, acurrucada en mis brazos, rompió a llorar.

—¡Hermano! ¡Me duele la pierna! ¡Estoy sangrando mucho! ¿Voy a morir aquí? ¡Quiero ver a mamá y papá!

El llanto de Marta lo desarmó al instante.

Dante se agachó rápidamente, me empujó a un lado y examinó sus huesos con precisión, antes de suspirar aliviado. Sin perder tiempo, la cargó en brazos.

Yo, desesperada, lo aferré por la pierna.

—No te vayas.

Dante me miró desde arriba, su voz fría como el hielo:

—Leonor, me decepcionas. ¿También ahora tienes que competir con Marta? Solo tienes unos rasguños en el brazo. Eres reportera de guerra, habrá enfermeras para atenderte. Pero Marta tiene una herida grave en la pierna, y debo tratarla de inmediato o se infectará.

Sus palabras cayeron sobre mí como un mazazo. Antes de que pudiera reaccionar, otro bombardeo sacudió el suelo.

Dante aprovechó la sacudida para soltarme y seguir corriendo con Marta en brazos.

El dolor en mi cabeza era insoportable, y no tenía fuerzas para discutir. Solo pude verlo alejarse, llevándose a Marta mientras mi cuerpo quedaba inmóvil.

Quise gritarle: "Dante, ¿ qué tengo que hacer para no decepcionarte?"

Dices que tratas a Marta como hermana, y aun así, he intentado aceptarla, protegerla.

¿Por qué? ¿Por qué siempre crees que la maltrato?

Siempre anhelo tu amor y tu aprobación... pero no estoy tan desesperada como para rogarte de rodillas por eso.

Me duele la cabeza.

Dante, siento frío.

¿Podrías volver y abrazarme?

***

Una multitud de médicos y enfermeras, mis compañeros de siempre, me rodeaban. Al descubrirme herida e inconsciente, me llevaron rápidamente.

Pero Dante no estaba entre ellos.

Él no regresó.

***

El doctor John hacía todo lo posible para reanimar mi corazón.

Pero, al final, fue en vano. Sentí cómo mi alma lentamente se desprendía de mi cuerpo, que yacía sin vida.

El monitor cardíaco mostraba una línea recta.

Vi a mis colegas, aquellos con quienes había compartido tantas batallas, llorando en silencio. Formaron una fila y, juntos, inclinaron sus cabezas en señal de respeto.

Mi corazón, aunque ya no latía, se retorció de dolor.

¿Qué está pasando?

¿Acaso un alma puede seguir sintiendo este tipo de dolor?

Perdónenme, amigos...

He desperdiciado no solo los recursos médicos, sino también mi vida. Debería haber seguido luchando a su lado, contribuyendo a la paz mundial…

A pesar de haber vivido tantas despedidas, no pude soportar ver a mis compañeros diciéndome adiós de una manera tan triste. Con el alma llena de culpa, me alejé flotando, y sin darme cuenta, terminé al lado de Dante.

Él estaba sentado, en silencio, vigilando a Marta, que seguía inconsciente. Su mirada perdida se clavaba en el horizonte más allá del campamento.

Me incliné hacia él, observando su rostro de cerca.

El paso de los años, bajo el sol implacable y la dureza de las misiones, había dejado su marca, dándole un aire más rudo y maduro.

Recordé cómo, cuando estalló la guerra en la región Y por primera vez, Dante había abandonado a su familia en secreto para unirse a Médicos Sin Fronteras. En el campo de batalla, se entregó al límite, salvando vidas a cualquier costo.

Su historia llegó a las páginas de la revista Time, donde fue presentado como un héroe.

Cuando leí esa entrevista, sentí que algo se despertaba en mí.

Decidí seguir su camino y luché por convertirme en reportera de guerra. Finalmente, logré estar a su altura, hombro a hombro.

Luchamos juntos.

Y así, nos enamoramos.

¿Quién hubiera imaginado que él tendría una "hermana"?

La chica que siempre se interponía, provocando interrupciones inesperadas o situaciones de último minuto que le impedían cumplir sus promesas. Cada vez que me aseguraba que esta vez sería diferente, al final solo quedaba mi decepción, como si mis sentimientos no valieran nada.

Quería tirarle del pelo y preguntarle:

—Dante, ¿de verdad te importa o solo crees que soy fácil de ignorar?

Pero antes de que pudiera decirlo, Dante me miró fijamente, con una intensidad que me dejó congelada.
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