El bochorno estaba en su mayor plenitud como de costumbre para esa temporada, y Jaime permanecía sentado en su silla cerca de la puerta para recibir aire fresco. La profesora se había retrasado, mientras tanto, Jaime observaba a Patricia sentada al centro de la clase revisando sus apuntes para la prueba sistemática de español. Estudiaban el modernismo y a Rubén Darío. La maestra llegó quince minutos tarde. Entró y de inmediato ordenó a los estudiantes que guardaran sus cuadernos y se separaran de sus compañeros para evitar copiarse. Jaime no anotaba en clases, le bastaba con poner atención. Ricky estaba a su lado, uno de sus mejores amigos. Y, le preguntó si había estudiado, Ricky no era muy estudioso; Jaime para sacar pecho le dijo que no y que con la disertación de la profesora le había sido suficiente.
Listos para la prueba, la maestra repartió los sistemáticos y comenzaron a resolverlo. La primera pregunta consistía en explicar el contexto del modernismo, Jaime respondió en veinte líneas, y luego avanzó con extraer la métrica de un fragmento del poema “A Margarita Debayle”. Terminó la prueba, se levantó de su asiento y, se la entregó a la maestra en su escritorio. La maestra había destinado que la prueba tardaría media hora, algunos muchachos todavía seguían respondiendo la primera pregunta, Patricia terminó y salió del salón. Se encontró con Jaime, le sonrió y le preguntó cómo le había ido. Jaime, nervioso, le respondió que le había ido bien y también le preguntó lo mismo. Patricia contestó que había estudiado toda la noche y no pensó que iba a ser una prueba tan fácil. En seguida discutieron la prueba de matemática que tendrían al siguiente día. Trataba sobre factorización y era algo que a Patricia se le dificultaba; Jaime le dijo que podía repasar en receso. Patricia aceptó sonriendo. Cuando los demás muchachos terminaron la prueba, la profesora llamó a todos los que estaban en el pabellón y entraron al aula para continuar con la clase. La profesora dio una introducción de los poetas conocidos como los que fueron después de Rubén Darío. Estos eran: Azarías H. Pallais, Salomón de la Selva y Alfonso Cortés. La profesora anotó en la pizarra los tres nombres de los poetas, y dio una breve introducción biográfica de cada uno. Jaime había leído en casa algunos poemas de los tres poetas, el que más le gustó fue Salomón de la selva por su poemario “El soldado desconocido”. Los muchachos parecían desesperados porque querían concluir de una sola vez la materia de español que era la más aburrida. Sin embargo, la profesora hizo leer un poema de cada uno los poetas mencionados. La clase concluyó cuarenta minutos después. La siguiente clase era de biología. El profesor llegó, sacó los marcadores de su bolso y empezó la clase. Fueron otros cuarenta minutos aburridos. Cuando concluyeron salieron a receso y como ni Patricia ni Jaime tenían hambre, tomaron sus cuadernos y el libro Algebra de Baldor y se sentaron en una de las mesas del patio para repasar factorización. Jaime contemplaba la belleza de Patricia, mientras ella intentaba resolver uno de los ejercicios que planteaba el libro. Patricia hablaba y Jaime apenas y escuchaba lo que ella decía por estar observándole los senos. De repente ella chascó los dedos y Jaime se concentró. Ambos habían crecido en el Colegio Bautista desde preescolar, también cursaron la primaria.
Patricia jamás había tenido novio, sus padres no se lo permitían, además ella no tenía mucho interés en tener novio, se preparaba para estudiar medicina en la UNAN. Sabía que Jaime gustaba de ella, y a ella también le gustaba Jaime, pero como veía que no tenía el valor de decirle algo entonces dio por sentado que nunca se atrevería y por lo tanto dejó de tomarle importancia. Sabía que era un muchacho piadoso, a diferencia de sus demás compañeros, Jaime era dócil como una oveja; sí le impresionaba su inteligencia y su astucia con los estudios, y a pesar de que no era muy agraciado, veía en él cierta belleza, y a ella le impresionaba eso. Pero como Jaime no se arriesgaba a decirle que gustaba de ella, entonces la pasión era inexistente. Terminó el receso y volvieron al salón de clases. Continuaron con la materia de filosofía.
A Jaime le iba muy bien en esta materia, como en todas las demás, a pesar de que la clase era introductoria donde solo se exponía el pensamiento griego de Aristóteles, Platón y Sócrates, Jaime había hecho lecturas por aparte. Había leído Historia de la filosofía de Coppleston, y otros manuales introductorios. Y sabía muy bien de San Agustín y Santo Tomás de Aquín. Conocía el neoplatonismo y la influencia en el cristianismo. Entonces se ponía a debatir en clases con el profesor. Rodolfo, el profesor, estudió una licenciatura en filosofía en México, y también teología en el Seminario Bautista. Se llenaba de placer al ver como Jaime se destacaba en su clase debatiendo posiciones filosóficas y teológicas que muchos de sus compañeros desconocían porque les valía un pepino la filosofía y la teología. Cuando terminó la clase, salieron del salón y cada quien se fue a esperar a sus padres en la salida. Otros se iban en recorrido, pero Jaime y Patricia tenían que esperar a sus padres. Mientras esperaban, abrieron sus cuadernos, se sentaron en una mesa y empezaron a repasar para la prueba de matemáticas.
Al rato se apareció el pastor en su camioneta, Patricia se despidió de Jaime con un beso en la mejilla. Jaime quedó encantando y suspiró. También apareció Ernesto y tocó la bocina para avisarle que ya estaba ahí. Jaime tomó su mochila y caminó hacia la salida, subió al auto y saludó a su papá. Como Ernesto vio la camioneta del pastor, se bajó y antes de que acelerara se detuvo en su puerta y lo saludó. Luego se fue al auto y se dirigieron a la casa.
Ernesto y el pastor eran buenos amigos, siempre estaban en constante comunicación, Ernesto también era diácono de la iglesia, pero su trabajo era más de oración y de círculos de lectura bíblica para adultos mayores. Emilia, la esposa del pastor, también era amiga de Ana, y juntas asistían al círculo de lectura bíblica para mujeres. El pastor tenía un hijo mayor que era misionero, Martín, que viajaba por Asia predicando la palabra con un grupo de gringos.
Cuando llegaron a la casa el almuerzo estaba servido. La familia se sentó a la mesa, dieron gracias por los alimentos, y se dispusieron a comer. A esa misma hora, Alicia estaba almorzando pasta con pesto, y pan con ajo. El trabajo le facilitaba el almuerzo, pero sentía repulsión comer a diario un trozo de pizza y por eso llevaba su comida preparada en la noche. Disfrutaba trabajar para comprar libros, tenía dos libreros llenos en su cuarto, no tenía espacio para más libros, algunos ya estaban en su mesa de noche, en el baño, y su escritorio. Además de literatura se compraba libros de sociología, de Bourdieu, Foucault, Weber y Marx. A los dieciocho años se había leído dos tomos de El capital, y La arqueología del saber.
Alicia como buena lectora, también escribía relatos realistas y naturalistas, le encantaba “Naná” y amaba “Madame Bovary”. También le fascinaba “La prima Bette” de Balzac. Soñaba con escribir una novela al estilo de Balzac, su primer intento fue una novela de cuarenta páginas que trataba sobre una familia que sufre la crisis bancaria del 2001 en Nicaragua. El tema lo eligió debido a la inexistencia de una ficcionalización de ese episodio nacional que causó grandes estragos en la economía. Su deseo era mostrar una familia de los 90, y arremeter con un realismo crítico. Es decir, quería mostrar la desesperación de una familia pudiente ante una crisis como lo fue en el año 2000. Insatisfecha porque no lograba la psicología que aspiraba, desistió y dejó a un lado su afán por escribir y se dedicó a leer. La lectura la llenaba de placer, también le daba ideas para posibles novelas a partir de la técnica narrativa. También se le ocurrió una novela sobre Lizandro Chávez Alfaro, a quien admiraba por su libro de relatos “Los monos de San Telmo”. Su padre una vez encontró ese manuscrito en su cuarto y lo leyó. Cuando le comentó que había logrado un buen estilo parecido a Balzac, ella se enojó muchísimo porque había leído su manuscrito, le daba vergüenza su escritura, la consideraba pésima; pero Ernesto le dijo que era excelente y le sugirió que continuara escribiendo.
Cuando terminaron de almorzar, Jaime fue a su habitación a aprovechar el tiempo para sus lecturas diarias. Inició con su lectura de la Biblia: cinco libros del Nuevo testamento y cinco del Antiguo testamento. Mientras leía (por segunda vez en el año) Proverbios 1:20-23 empezó a extasiarse. “¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearan el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi represión; He aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras”. Creía que estaba en el cielo mismo a la vista de la gloria del Padre, podía ver la majestuosidad de Dios, se sentía lleno de divinidad. Volvió a leer ahora Salmos: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor. —Padre en esta hora escucha mi plegaria— Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” Leía y clamaba Jaime. Cuando terminó de leer la Biblia, buscó en su librero el preferido sermón de Jonathan Edwards “Pecadores en las manos de un Dios airado”. Leyó algunas páginas y se dedicó a repasar el Testimonio de David Brainerd:
1 de abril de 1742
“Me parece que estoy declinando con respecto a mi vida y fervor en las cosas divinas. Oh, que Dios quiera humillarme profundamente en el polvo delante de Él. Siguen luego varias intensas exclamaciones y expresiones de anhelo de Dios, como: ¡Oh, si mi alma estuviera envuelta en el amor divino, y mis anhelos y deseos de Dios aumentara!, ¡Oh, bendito Dios mío!, déjame subir hasta cerca de ti, y amar, y desear e implorar, y luchar y extenderme hacia ti, para la liberación de mi cuerpo del pecado y de la muerte”.
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Extasiado por la lectura se tiró de rodillas y empezó a orar: Padre bendito seas en tu gloria, lléname de gozo, líbrame del pecado, permíteme alabarte con gratitud, llévame a los pies de Cristo, Señor mío, alabado sea tu nombre. Terminado de orar, se levantó, y se acostó en la cama, se quedó dormido y empezó a soñar el mismo sueño de siempre. Está sentado en una banca de la iglesia, escucha una voz atronadora, es Dios quien le habla, y de repente, un torbellino azota la iglesia y se cae todo los cimientos, y por último logra escuchar la voz de Dios: Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado. Se despertó sudoroso, fue al lavado y se lavó la cara. Y volvió a dormir.
Cuando ya eran las seis de la tarde, Ernesto tocó a la puerta para avisarle que era hora de cenar. Ana como siempre había pasado orando por su hijo porque no sabía lo que le sucedía, pensaba que estaba triste porque pasaba encerrado en su cuarto. Alicia ya había llegado del trabajo, fue a su cuarto a tomar una ducha, y se alistó para cenar. Salió del cuarto y se encontró con Ernesto; le preguntó cómo le iba con Kerouac; le contestó que no muy bien, le parecía muy hippie y prefería la prosa de Faulkner y de John Updike.
Se acercaron a la mesa y se sentaron. Jaime salió de su habitación, y se tomó asiento. Ernesto le dijo que diera las gracias. Y Jaime dijo: Padre gracias por estos alimentos, bendito sea tu nombre, gracias por mi familia, por el trabajo de mi padre y el de mi hermana, llénanos de gozo en esta hora y bendice estos alimentos. Amén.
Mientras cenaban, Ernesto le preguntó a Alicia cómo le había ido en el trabajo. Como siempre, arrugó la cara, metió el tenedor en el puré de papas, y contestó que la pasó cansada, pero que había pasado por la librería comprando la recopilación de relatos “Catedral” de Raymond Carver. Ernesto le dijo que era muy bueno, pero prefería a Chéjov. Alicia le contestó que también prefería a Chéjov en especial el relato Enemigos. Ernesto no lo había leído y le preguntó de qué trataba. Alicia le explicó que trataba sobre un médico al que se le muere su hijo, y ese mismo día un tipo llega a solicitarle su servicio para atender a su mujer enferma, y en medio de la discusión luego que el médico le explicara que su hijo había muerto, el tipo le rogó, y al final fueron a ver a la mujer enferma; para su sorpresa la mujer había salido huyendo con otro hombre; el médico enojado le dijo de todo. Ernesto dijo que tenía que leerlo, y Alicia asintió y dijo “debes leerlo, te va a encantar”.
Ernesto le preguntó a Jaime cómo le había en clases; Jaime le dijo que hizo una prueba de español que trataba sobre el modernismo. Ernesto se animó a preguntarle qué le parecía Darío; Jaime contestó que le gustaba su musicalidad, y declamó unos versos:
Padre y maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador;
¡Panida! Pan tu mismo, que coros condujiste
hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste,
¡al son del sistro y del tambor!
Ernesto y Ana aplaudieron, y Alicia sorprendida por la recitación de Jaime, asintió y también aplaudió, y dijo “Responso a Verlaine”. Alicia pensó que el tonto de su hermano no tenía ni idea de quien había sido Verlaine o Rimbaud, pero Jaime sí lo sabía, conocía al dedillo la biografía de ambos, desconcertado por la vida bohemia, nunca terminó de leer “Una temporada en el infierno”, pero si leyó el poemario “La buena canción” de Verlaine dedicado a Mathilde su esposa.
Terminaron de cenar y, Alicia seguía sorprendida por su hermano, hasta pensó en prestarle algún poemario de su librero, sin embargo, prefirió no hacerlo porque de todas maneras nunca asimilaría la buena literatura por poner encima a su Dios. Así que cada quien se fue a su habitación. Jaime pensaba en Patricia, le preocupaba el examen de matemáticas, sabía que Patricia no había comprendido del todo los ejercicios de factorización.
Por un momento se le vino a la mente los senos de Patricia, los vio firme y redondos como un melón. Deseaba apretujarlos y besarlos. Pensó que sería una delicia oler el perfume entre sus senos. Poco a poco empezó a desnudarle en su mente. —Gloriosos senos. Si tan solo pudiera tocarlos y acariciarlos— pensaba Jaime. Se bajó el short, y su pene saltó, y empezó a masturbarse con la imagen en su mente de Patricia. Se le olvidó todo lo que había leído sobre la ira de Dios, y los versículos que hacía unas horas lo habían llevado al éxtasis. —Tócame— decía Jaime para sus adentros. Se imaginó eyaculando en los senos de Patricia, a los minutos terminó de masturbarse, olvidó orar y se durmió contento abrazando su almohada. Más tarde, una voz interior le decía que se despertara. La voz la escuchó dos veces como un trueno. Se despertó y lo invadió una sensación de culpa; se dio un manotazo en la cara y se dijo así mismo —Estúpido, en qué estabas pensando—. Y se arrodilló para pedirle perdón a Dios por lo que había hecho. Pasó ahí de rodillas hasta que la culpa se fue y volvió a dormirse.
Ana permanecía en su cuarto orando mientras Ernesto revisaba unos exámenes de la clase de literatura medieval que daba en la carrera de lengua y literatura en la UNAN.
Alicia leía el relato “Plumas” el primer relato de libro de Carver. Vio el reloj y pensó que ya era demasiado tarde y tenía que ir a dormir. Se lavó la cara, se cepilló los dientes, se puso pijama y se fue a dormir.
Ernesto terminó de revisar los exámenes, fue a la cocina por una copa de vino y se sirvió. Empezó a meditar en el día de mañana que sería la reunión de oración de los miércoles. Eran las nueve de la noche, y decidió llamar al pastor para hablar sobre la reunión del día siguiente. Hablaron por teléfono durante media hora sobre los planes de la reunión. Luego se fue a la cama y se durmió relajado por la copa de vino que había tomado. Sucedió que a medianoche empezó a temblar, y Ernesto se despertó en seguida en busca de los muchachos. Mientras caminaba ocurrió otro temblor y se alarmó aún más. Los muchachos se despertaron y salieron de su cuarto. —Hoy dormimos en la sala— dijo Ernesto. Y los muchachos sacaron sus sábanas y almohadas para dormir en los sillones. Ernesto no pudo dormir toda la noche alarmado por los temblores. De inmediato llamó al pastor y le preguntó si estaba bien. El pastor le dijo que se había caído una lámina de playwood de la cocina, pero todos estaban bien. Jaime se durmió en seguida y Alicia también. Ana oraba en su alcoba. Ernesto fue por otra copa de vino, y se relajó, media hora después se fue a dormir a uno de los sillones y quedó tendido babeándose.
Luego llegó Ana y se acomodó en uno de los sillones y se durmió. Temerosa por los temblores, más por la población vulnerable que su familia, había orado a Dios pidiéndole protección por los desposeídos. Dejó de temblar. En las noticias informaban que habían sido dos temblores de 5.4 en la escala de Richter en la falla Coco Caribe. Y de inmediato anunciaron que las clases en los colegios de secundaria se cancelaban hasta que pasaran los temblores. Ernesto en la noche se había despertado para escuchar las noticias y despertó a Jaime diciéndole que mañana no había clases a causa de los temblores. Jaime se sorprendió y pensó en el examen de matemáticas. Incapaz de dormir, le envió un mensaje de texto a Patricia para avisarle que al día siguiente no había clases. Patricia le contestó —gracias querido—. Patricia estaba contenta porque no tendría que hacer ese examen para el cual no estaba lista y temía que saldría con baja calificación. Una hora después ocurrió otro temblor de 3.2. Ya todos estaban dormidos y apenas lo sintieron. Los temblores en Managua ocurren esporádicamente debido a los volcanes o a las fallas que rodean el pequeño país.
Ana se despertó, y se levantó del sillón. Fue a su cuarto y se arrodilló en la cama y empezó a orar: Padre amado, gracias por un día más de vida, toda la gloria sea para ti, Dios mío gracias por protegernos y darnos el aliento de vida, te entrego este día que todo sea para tu gloria eterna, dame fuerzas para luchar contra el mal, haz de mi familia parte de tu ejercito inmortal, llévame ante los pies de Cristo, permíteme llorar en su manto, lléname de gozo y gratitud, en el nombre de Jesús, amén. Terminó de orar y leyó su porción diaria de las escrituras, se quedó meditando en lo que decía Salmos 8: ¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos; de la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al
Pasaron varios meses hasta diciembre, estaban en el Hotel Intercontinental celebrando la graduación de bachillerato de Jaime; eran veinte graduandos, Alicia iba con un vestido rojo, Ernesto de smoking y Ana con un vestido negro. Todos los compañeros de Jaime se tomaban fotos en grupo esperando la ceremonia de graduación. Mientras la directora daba las palabras de bienvenida a los padres, los muchachos estaban afuera esperando el anuncio para que pasaran con la canción que habían practicado. La graduación de Alicia había sido en el mismo hotel, pero ella no asistió para no hacer gastar a sus padres los doscientos dólares que había que pagar, a diferencia de Jaime, Alicia sabía el valor de las cosas y le pareció para esa época de su graduación que pagar tal cantidad era un desperdicio de dinero. Alicia se gradu&oacu
La relación de Alicia no duró menos de un año, ahogada por la dependencia emocional de Rodolfo puso fin a la relación; quedaron en buenos términos, pero a Rodolfo le devastó el fin de la relación. Alicia fue muy clara con él, le dijo que era muy codependiente y ella no tenía las fuerzas para continuar la relación. Rodolfo le escribía a diario, la sofocaba a tal punto que Alicia apagaba el celular. Además de la codependencia emocional, Rodolfo la celaba compulsivamente, y eso molestó e incomodó a Alicia que quería estar tranquila en su soledad. Rodolfo se imaginaba que cuando no le contestaba el celular, Alicia estaba con otro chico, pero no era así, simplemente Alicia trabajaba en el PIEG y pasaba ocupada como asistente de investigación. Así, por todas esas razones, Alicia decidió mandarlo lejos, a pesar de todo, continuaron siendo amigos. Rodolfo en s
Jaime se reunió con Patricia; ella parecía contenta de volver a verlo. Estaba casi segura que Jaime por fin le propondría algo; su corazón latía rápidamente. Jaime la invitó a tomar un café y darle la sorpresa de que había sido seleccionado en la Iglesia Betel para ser pastor interino. Como se hizo famoso con sus sermones, consiguió el puesto a través de la recomendación de su pastor de la Iglesia Bautista. Patricia no se esperaba eso, pero fue empática y lo felicitó. Ella le contó que trabajaba en el Hospital Bautista como pasante. Le dijo que iba a aplicar a una maestría en pediatría cuando se graduara. Su sueño era tratar con niños porque le parecían un regalo de Dios y merecían un trato especial. Patricia se había atrasado con sus estudios porque se había dedicado a trabajar en el Hospital Bautista; aún viví
Jaime se había recuperado, se sentía con la unción de Cristo, y creía que podía dar la dura batalla contra los demonios espirituales. Había llegado de demostrar su capacidad y todos los años de preparación que tuvo desde su niñez hasta la adultez. En ese momento de iluminación y renovación, tan pronto una iglesia abrió sus puertas cerca de la Iglesia Betel. En esa iglesia apenas se reunían unas cuantas personas que venían en grandes camionetas. A pesar que no eran muchas personas, el constante ruido de las canciones interpretadas con batería y guitarras eléctricas provocaba en la vecindad enojo porque era un alboroto más que adoración cristiana. Sin embargo, esto provocó que muchos feligreses de corazón traicionero de la Iglesia Betel se fueran a esa nueva iglesia por su juvenil atractivo. Atractivo banal, pero que de verdad atraía a la g
Jorge se levantó temprano a buscar un vaso con agua. Pensaba en las lista de personas por las que debía orar, sentía una fuerte sensación, creía que era el llamado de Dios para que fuera a orar. Pero pronto la sensación se disipó, y se quedó pensando, se detuvo en la puerta y agradeció a Dios por una día más de vida. Durante años, Jorge había librado una batalla, se dedicaba a orar con tanto fervor que nadie se atrevía a interrumpirlo en su oficina o en su alcoba. Ni siquiera su esposa lo interrumpía. Al salir de la alcoba o de la oficina parecía que su rostro brillaba por la unción de Dios. Jorge no había dejado de orar desde que aprendió gracias a su padre. Toda la vida se había dedicado a orar. Además de orar al despertar, y al acostarse, también pedía y clamaba a Dios en todo momento, cuando se le pasaba por la mente el
Contrataron a una nueva secretaria; era joven, de bello semblante, largas piernas, y una hermosa cadera. Se llamaba Silvia. Comenzó sus días atendiendo las llamadas de los feligreses que querían reunirse con el pastor para que les diera consejería. Anotaba sus nombres en la agenda y programaba las citas. Jaime desde el primer día que la vio se sorprendió por lo bella que era. No podía despegarle el ojo, por primera vez en años sintió una fuerte atracción sexual. Amaba a Ruth, pero se le presentó la oportunidad de una aventura. A pesar de sus fuertes convicciones, Jaime se cegó y no podía dejar de pensar en Silvia. Durante varias semanas había dejado de orar, se sentía demasiado culpable como para orar, tenía la certeza de que algo pasaría con Silvia, y le atemorizaba acercase a Dios y contarle lo que sentía, todo lo que había trabajado durante añ
Capítulo 1Una ola de polvareda y calor azotaba la ciudad, era abril, muchas personas tenían los labios rotos y la piel seca, también rasquiña y, en medio de la presión del ambiente acalorado los feligreses de la Iglesia Bautista adoraban al son de Martín Lutero con el himno Castillo fuerte es nuestro Dios. El eco del himno resonaba por todo el templo y un sentimiento sublime invadía el corazón de la gente, en especial el de Jaime Altamirano que estaba sentado en una banca de madera al centro de la iglesia con sus padres. Mientras permanecía sentado se imaginó mujeres desnudas acostándose con él. “Debo contenerme, soy un depravado” se dijo así mismo. Sus padres también cantaban y felices sonreían a pesar del bochorno de Managua. Era algo típico de la ciudad para esas fechas.&