El viento gritaba haciendo susurrar las hojas en las copas de los árboles...
El mundo estaba inmerso en neblina, los envolvían en largos jirones blancos. El bosque aturdía los sentidos. Los hombres siguieron caminando, esa era la obligación de Niccolo. Caminaba hasta el anochecer, recogía montones de leña, vigilaba y... caminaba. Los pies nunca dejaban de dolerle, y cada vez que avanzaba, sentía que un par de clavos calientes se le incrustarse en sus talones... Sus zapatos de cuero viejo estaban tan rotos que no podía caminar sin mojarse los pies.
El viento frío y el aguanieve se le calaban hasta los huesos... No recordaba la última vez que se cambió de ropa. Aún llevaba la túnica verde oscura del alicanto bordado en el pecho con que lo habían apresado. Ya muy sucia y gastada, sus pantalones estaban llenos de agujeros y quizás tuviera pulgas en el cabello cobrizo largo y sucio. Parecía un vagabundo. Hubiera preferido llevar una bolsa con algunas mudas, libros, una ja
Los árboles duende pululaban en aquel rincón apartado... Sobre el suelo había una alfombra de hojas azules que olían a podrido. Elias se detuvo frente a un enorme árbol duende de tronco oscuro, sus ramas angulosas se exhibían, desnudas. Sacó su cuchillo de oxidiana e hizo una talla. A lo largo del trayecto había dejado ogham en los árboles mientras avanzaban al sur, a Pozo Obscuro.Los árboles duende eran muy curiosos a la vista: eran de madera oscura, sus ramas de retorcían donde llegará la luz de la luna y sus hojas azules parecían cuchillos serrados. Annie conocía las hojas secas por su uso, nunca había visto a un árbol duende, eran muy raros... Y allí dominaban el bosque. Ver tantos juntos era insólito pero no por menos surrealista.Louis le dijo una vez que las mujeres tomaban el té de sus hojas para no embarazarse. Ella también leyó que si se preparaba una pasta concentrada y se esparcía dentro de la vagina, la mujer podía acabar infertil o abortar... El ungüento l
El día de la declaración de guerra contra el Rey Dragón. Los nobles se reunieron en el amplio salón del trono. Los sirvientes habían limpiado las empolvadas hileras de sillas ante el trono de oro madera oscura y oro macizo. Se veían los nobles más importantes de Valle del Rey. Representantes de las rues de toda la ciudad.Anaís Ross, representante de la rue Mercure como heredera del fallecido Lord Milne su ilegítimo padre. Fue nombrada por Lord Beret como la nueva Supérieur du Garde de la Cité, remplazando a sir Erich, quién había desertado de la guardia y había desaparecido. Anaís ordenó su captura muy tarde después de su nombramiento. Lucía una reluciente capa azul, junto a otros que había ascendido como comandantes, una guardia azul de su propia escogida. La mujer estaba al fondo custodiando la entrada y sus prodigiosos guardias de azul vigilaban en cada rincón de la salle. Con permiso de Friedrich había escogido a unos cuantos magicians de confianza. También habí
Tomó una profunda bocanada de aire y una punzada caliente le recorrió el pecho, cada vez que respiraba la sangre se le escapaba. No sabía cuánto tiempo llevaban allí escondidos pero las extremidades se le habían entumecido del frío hacía ya muchas horas... Sam tosió y un dolor agudo lo dejó sin aliento, su herida sangró abundantemente y perdió sensibilidad en los dedos.<<Me estoy desangrando como un cordero sacrificado>> pensó, sus ojos empezaban a oscurecerse...Arlyn le apartó los mechones rojizos pegados al rostro, estaba tiritando y los temblores le arrancaban destellos de dolor... Sus dedos finos danzaban entre sus cabellos.—Lo siento—dijo asfixiado. Tenía la voz pastosa y la boca le sabía a sangre.—No—Arlyn portaba matices de llanto grabados en los labios.—Lamento haberte fallado. Les falle a todos... al final estamos solos.—Yo estoy aquí...Recordó a aquel caballero negro cortando el yelmo de sir Preston con
A cada uno lo asignaron a un sitio distinto en Rocca Helena. Había varios carros repletos de armas y armaduras saqueadas, les dejaron escoger lo que quisieran. Moverse dentro de aquellos enormes carros era como atravesar una selva.Niccolo y Trapo entraron en el tercer carramoto cargado. Trapo sacó un martillo más grande de lo normal con una púa en la cabeza, también se llevó un chaleco de anillas y un casco de bronce con los cuernos partidos. Niccolo pensando que en cualquier momento atacarían el campamento cogió una espada larga y mellada, recordó que peleó en el Fuerte de Ciervos pero se lo pensó mejor y la dejó. Encontró un yelmo un poco oxidado y se lo quedó al igual que unos guanteletes muy diferentes uno de otro, unas hombreras llenas de abolladuras, una malla gastada, una placa para el pecho y protección para las piernas. Pero sólo sacó del carramoto las hombreras y el peto... Consiguió un puñal sin filo con una empuñadura de cornamenta y se lo guardo el cinto en u
El anciano roble abrazaba la integridad del muro de piedra como un amante insensato.Annie trepó en el como un roedor, la había visto miles de veces subirse. En ese tiempo ella era sólo una niña menuda y cubierta de pecas, con una larga trenza color miel. La niña vivía en una pequeña casita de barro en los barrios de Pozo Obscuro, pero solía escaparse a jugar con los hijos de los nobles al castillo, con Friedrich.—Ven Fred—lo llamó, y él como era un niño de cabellos pálidos corrió.En ese tiempo Afinnius era un niño regordete de cabellos negros que correteaba por todo el Fuerte de la Ninfa, era su mejor amigo. Los tres armaban grupos con los niños nobles que visitaban el castillo y armados de palos y cortezas endurecidas jugaban a la guerra. Los enfrentamientos se postergaban hasta el atardecer. Friedrich y Afinnius junto a una docena de niños perseguían a Annie y casi todas las niñas que se defendían con bolas de tierra.Aunque sus recuerdos más felices
Las luciérnagas nacieron de la tierra y volaron trémulas hasta Lucca, se posaron en ella emitiendo luces, siguiendo el patrón de las estrellas... Niccolo se abrazó las rodillas temblando de frío en aquel claro apartado bajo la luz de la luna.—Estás luciérnagas queman su propia sangre para crear luz—la mujer rubia junto las manos callosas como si hubiera atrapado uno de esos insectos, se concentró—... De la misma manera nosotros le damos forma y densidad a la quintaesencia en nuestra sangre—. Sus manos brillaron, había una luz blanca manando de ellas... Le mostró una diminuta bola de luz suspendida, parecía hecha de un millar de partículas brillantes, generaba su propio calor como un fuego fatuo. Olía a ozono.Hacía ya diez días Lucca se presentó en la casita de Bael. Cada tres noches esperaba a Niccolo afuera de las murallas de tierra,
Los días se habían vuelto grises, casi incoloros, fríos y, por supuesto... cada vez más cortos. Intentó correr, pero Collete, la mujer rubia con máscara roja de conejo la amenazó con cortarle algún dedo a Elias. Richi y Theus encerraron al niño en una jaula de acero dentro de un carramoto después que el niño mordiera al cazador. El hombre con yelmo de hueso lo golpeó tanto que Annie temió que lo fuera a matar. A Elias lo tenían casi siempre encerrado y con el rostro hinchado, tanto, que dolía con sólo verlo. Y a ella le ataron las manos a la espalda con una gruesa cuerda de cáñamo, ya las muñecas las tenía amoratadas y doloridas.Aunque los días eran silenciosos, no todos eran malas personas. Todos los miembros de aquella extraña jauría de perros aparentemente rabiosos se comportaba muy diferente cuando el cazador, un extraño homme de rostro y nombre desconocido, cuyos ojos eran marrón rojizo como la sangre seca, se marchaba del campamento a media noche o al atardecer, quizás
Con la ausencia de Annie aquellos recuerdos olvidados, de alguna manera, habían regresado a su cabeza. Le golpeaban desde adentro, veía a aquella mujer sonriente y distante dueña de sus pensamientos y de alguna manera, de su vida.<<Pero ella se fue hace mucho—pensó Friedrich—, y hace mucho pienso en ello>>. Durante largas noches no logró conciliar el sueño imaginando aquel rostro difuso y su cabello fragante.Hubo sangre por todos lados, a veces vivir es más difícil que morir. Sobretodo, cuando se vive sufriendo por amor. Descubrió en uno de sus profundos pensamientos metódicos, sin fórmulas: el odio. Una sustancia desinhibidora como reactivo en el atanor dentro de su cabeza llevando todo a un punto de ebullición tal, que diluían el pensamiento racional.Era increíble como el odio alteraba cualquier pensamiento agudo que horneara. La materia se echaba a perder y todo el trabajo resultaba en vano. En fin, ¿qué causaba el odio? Uno podía guardar em