— Pero la mansión ya no es segura. ¿Qué tal si te mudas?Lo pensé un momento, pero decidí quedarme. Me gusta el bullicio y me llevo bien con Laura.No sé qué habrá hecho Alejandro, pero Mariana fue echada. Incluso Diego desapareció de mi vista.Dos meses después, di a luz a gemelos varones. Mis suegros estaban eufóricos. Organizaron un banquete de tres días en un hotel de siete estrellas y donaron cinco millones para la buena fortuna de los niños.Mariana ni siquiera pudo cruzar la puerta de los Gómez.Yo lucía un vestido largo bordado a mano, con encaje en las muñecas, exudando elegancia. Alejandro, en un traje impecable, parecía aún más distinguido e inalcanzable.Mariana, con su bolso arrugado de tanto apretarlo, forzó una sonrisa y se acercó a brindar conmigo:— Quién lo diría, no solo fuimos amigas en la universidad, sino que ahora ambas nos casamos con los Gómez. Felicidades por tus hijos, Catalina.— Espero tener tu misma suerte y dar a luz a un varón.Mantuvo la copa en alto, e
Antes de que regresara a mi país, Mariana estaba decidida a conquistar no a Diego, sino a Alejandro.Lamentablemente, a pesar de sus intentos, Alejandro ni siquiera le prestó atención, lo que obligó a Mariana a fijarse en el hermano de Alejandro.No es de extrañar que al enterarse de que estaba esperando un hijo de Alejandro, su odio hacia mí aumentara.Parece que, sin importar cómo lo mirara, ella siempre me veía como a una rival.Tres meses después, grité desde mi habitación:—¡Alejandro! ¡Vente aquí ahora mismo!Alejandro abrió la puerta con una expresión nerviosa, y al ver el test de embarazo en mi mano, se dio cuenta de que su ruptura del condón había salido a la luz.Se acercó y me abrazó, tratando de calmarme:—Lo siento, cariño. Me sentía inseguro y quise aferrarme a ti a través del bebé. Pero realmente te amo a ti y al niño. Haz lo que quieras, pero no te lastimes.Sin más opción, renuncié y me quedé en casa cuidando de mi embarazo.Pero incluso estando en casa, no dependí com
—¡Catalina, ven rápido! ¡Han destrozado toda tu habitación!Tomé mi prueba de embarazo y corrí del hospital a la casa, en donde, al llegar a las escaleras, me golpeó un olor nauseabundo.—¡Échenle toda esa agua sucia en la cama! ¡A ver si así se le quita lo zorra! ¡Una descarada roba novios! La consideraba mi mejor amiga y ella, en cambio, me pago seduciendo a mi novio.Mariana Soto, con las manos en la cintura, gritaba furiosa desde la puerta. Un segundo después, lloraba desconsolada frente a la cámara de su móvil.—Mi novio es diácono en San Lorenzo de la Sierra. Lo acompañé durante tres años hasta que dejó su vocación por mí. Pero mi supuesta amiga, Catalina... Esa descarada siempre que mi novio venía por mí, se paseaba con tops diminutos y falditas que apenas le cubrían su deshonra. ¡Y miraba a mi novio con ojos de cordero degollado! Usó trucos sucios para quedar embarazada de él...Una de las muchachas que destrozaba mis cosas intervino, indignada: —Mariana es demasiado buena. ¡N
Las amigas de Mariana la miraban con envidia. Suspiré y me dije a mí misma que era el hermano de Alejandro, por lo que tenía que darle el beneficio de la duda. —Tu novia malinterpretó nuestra relación —le dije a Diego con una sonrisa forzada, luchando por contener mi enojo—. Por favor, explícale.—¿Quién malinterpretó qué? —inquirió Mariana, tras resoplar—. La última vez te vi saliendo de casa de los Gómez a altas horas de la noche, y hoy hay un reporte de embarazo en la mesa. ¿No estás usando el embarazo para meterte en problemas con los Gómez? ¿Qué estás tramando? Mi novio es pastor, solo me ama a mí.—Los Gómez tienen más de un hijo —me burlé.Mariana se rio a carcajadas, como si hubiera contado el chiste más gracioso que jamás había escuchado. —¿Acaso vas a decir que el objeto de tu deseo es Alejandro, el mismo joven prodigio que terminó la universidad a los dieciséis años, regresó a su país, fundó su propia empresa y en tan solo dos años se convirtió en un líder de la industri
Le di la dirección, bajo la atenta mirada de desprecio de Mariana.—Deja de hacer teatro.Sin embargo, en pocos minutos, una docena de guardaespaldas nos rodearon. Mariana entró en pánico y se aferró al brazo de Diego.—¿Saben quién soy yo? —preguntó Diego, arqueando una ceja con irritación.—Señor Diego, por favor, espere un momento.Incluso mostrando su identidad, los guardaespaldas no se movieron. Nadie sabía que yo estaba saliendo con Alejandro San Lorenzo, el príncipe heredero. Mucho menos sabían que él, tan decisivo y despiadado, en realidad era un joven enfermo de posesividad. Había querido encerrarme solo porque me había acercado un demasiado a un profesor, un hombre de sesenta y tantos años, mientras le hacía una pregunta. Eso me había enfurecido tanto que había roto con Alejandro, lo había bloqueado de todas mis cuentas y había regresado a mi país. Ahí fue cuando conocí a Mariana, nos hicimos íntimas amigas y comenzamos a salir juntas de compras y a tomar el té.Pensando en e
La primera en reaccionar fue Mariana, quien con una sonrisa aduladora se acercó al Lincoln:— Alejandro, ¿vienes a buscar a Diego?Al notar que Alejandro posaba su mirada en mí, tragó saliva y, nerviosa, explicó:— Esta es mi amiga, una zorra mentirosa que quiere meterse en la cama de Diego.— La echaré de inmediato, no te preocupes.Diego también se acercó sonriendo para recibir a Alejandro. En realidad, le tenía mucho miedo a su hermano mayor.Desde pequeño, Alejandro había sido un niño prodigio, superando a Diego en todo. Luego, en el extranjero, fundó su propia empresa y en pocos años logró que cotizara en bolsa.Bajo la sombra de Alejandro, Diego parecía muy común: sus notas apenas pasaban y su universidad ni siquiera estaba entre las cien mejores del mundo.Por eso, eligió un camino completamente diferente al de Alejandro. Después de graduarse, se fue a un monasterio para convertirse en pastor. Así, al menos, la gente dejaría de compararlo con su hermano.Pero la presión sanguíne
La revelación le cayó como un rayo encima.Alejandro apretó mi mano con más fuerza, su respiración se volvió pesada. Sin embargo, me lanzó una mirada tranquilizadora, dejándome claro que confiaba en mí.Laura, con los ojos como platos, exclamó:— Debe en serio de haber algún malentendido, ¿no?Mariana, con aire de convicción, declaró:— Es verdad. Antes no sabía que a Alejandro le gustaba Catalina. Ya lo habíamos arreglado: yo sería la esposa principal y ella pues la secundaria...Me puse de pie, mirando fríamente a Mariana:— Todo eso lo han decidido ustedes solos. Tú enviaste gente a destrozar mi habitación, y aún no he tomado represalias por eso.Alejandro se colocó inmediatamente detrás de mí, convirtiéndose en mi apoyo más fuerte.Mariana, algo nerviosa, tiró de la manga de Diego, pero él ni siquiera la miró. Ella, sin otra opción, continuó con bastante descaro:— Yo vi con mis propios ojos a Catalina salir de la habitación de Diego. Como su novia oficial, tengo todo el derecho de