Capítulo 2
Las amigas de Mariana la miraban con envidia. Suspiré y me dije a mí misma que era el hermano de Alejandro, por lo que tenía que darle el beneficio de la duda.

—Tu novia malinterpretó nuestra relación —le dije a Diego con una sonrisa forzada, luchando por contener mi enojo—. Por favor, explícale.

—¿Quién malinterpretó qué? —inquirió Mariana, tras resoplar—. La última vez te vi saliendo de casa de los Gómez a altas horas de la noche, y hoy hay un reporte de embarazo en la mesa. ¿No estás usando el embarazo para meterte en problemas con los Gómez? ¿Qué estás tramando? Mi novio es pastor, solo me ama a mí.

—Los Gómez tienen más de un hijo —me burlé.

Mariana se rio a carcajadas, como si hubiera contado el chiste más gracioso que jamás había escuchado.

—¿Acaso vas a decir que el objeto de tu deseo es Alejandro, el mismo joven prodigio que terminó la universidad a los dieciséis años, regresó a su país, fundó su propia empresa y en tan solo dos años se convirtió en un líder de la industria, y ahora es un magnate en San Lorenzo?

Asentí con seriedad, luego negué. Después de todo, Alejandro había sido quien había intentado acostarse conmigo, y yo lo había rechazado.

—Mujer, diciéndome que te gusta Alejandro… definitivamente has llamado mi atención —repuso Diego con una sonrisa maliciosa.

El rostro de Mariana palideció, e inmediatamente se aferró al brazo de Diego, haciéndole cariños.

—Me dijiste que solo conmigo estás en casa, que las mujeres de afuera son solo hoteles, que puedes ir de vez en cuando, pero que siempre regresaras a casa.

Diego la acarició la cabeza con gesto tranquilizador.

—Sí, tú eres mi hogar, pero ahora quiero ir a un hotel.

Mariana se entristeció, pero no se atrevió a decir nada más. Diego apartó la mano de Mariana de su brazo, pasó la lengua por sus labios y me observó de arriba abajo:

—Te pareces a alguien a quien he visto antes… ¿Te habré visto en algún club? —preguntó más para sí mismo que para mí—. No me gustan las mujeres maquilladas. Quítate el maquillaje para que te vea. Si no eres tan fea, Mariana será la mayor y tú la menor. Y el bebé, abórtalo, Mariana aún no ha dado a luz, no te corresponde a ti quedar embarazada primero.

Al escuchar esto, Mariana recobró el ánimo.

—Diego, ella no me gusta.

Diego le dio una palmadita en la espalda para calmarla.

—Está bien, tienes que ser generosa. Te aseguro que siempre serás la esposa principal.

Después de calmar a Mariana, Diego me vio parada sin moverme y frunció el ceño:

—¿Qué haces aquí todavía? Ve a desmaquillarte. —Le dio una nalgada a Mariana—: Y tú, ayúdala.

Mariana asintió dócilmente, y cuando me miró, sus ojos estaban llenos de orgullo.

—Catalina, de ahora en adelante me llamarás Señora. Mientras yo esté aquí, ¡siempre serás la amante!

Entonces, junto con Amanda, una de sus amigas, Mariana se acercó. Superándome en número, Mariana y sus amigas me sujetaron contra el lavabo. El agua me entraba en los ojos y en la nariz, y sentía que me ahogaba. Entreabrí los ojos, y, al ver la mirada maligna de Mariana, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Con esfuerzo, logré soltarme y esquivar un recipiente que Mariana me lanzó. El agua cayó en el lavabo, soltando un vapor blanco, dejándome claro que estaba hirviendo. Si no me hubiera apartado a tiempo…

La opinión de los demás dejó de importarme, por lo que, con manos temblorosas llamé a la policía:

—¿Bueno? ¿911? Vengan rápido hay un robo en mi casa.

La furia de Diego se apagó al ver mi rostro sin maquillaje, y sus ojos se abrieron como platos.

—Sin maquillaje, es una belleza natural —dijo con aire de superioridad—: Ahora sí puedes besarme.

La miré con frialdad, pensando en cómo haría que Alejandro le diera una lección a su hermano, mientras Mariana, furiosa, fingía una sonrisa:

—Ya que seremos familia, no creo que sea demasiado pedir que brindes con la esposa principal.

Como no había alcohol a mano, Amanda me ofreció una botella de agua mineral. Miré a Mariana, tan orgullosa, y recordé nuestra primera reunión, cuando ella, sin miedo al peligro, había alejado a un estudiante que me acosaba. Y, ahora, nuestra amistad se había arruinado por un hombre.

Pensando en esto, tomé el agua, la abrí y, bajo la mirada arrogante de Mariana, la bañé de pies a cabeza.

—¡Ah! —gritó Mariana fuera de sí.

Pero, en ese momento, antes de que Mariana perdiera completamente la cordura, llegó la policía…

Saliendo de la comisaría, Mariana se abrazó cariñosamente al brazo de Diego mientras decía:

—Catalina, eres muy inmadura. Es el dinero de Diego, y lo estás moviendo de un lado a otro.

Diego jugaba con sus cuentas de oración, con los ojos cerrados, fingiendo dormir, hasta que, de pronto, me miró con indiferencia.

—Si quieres dinero, no necesitas recurrir a estos trucos. Siempre soy generoso con las mujeres. Sírvenos bien a Mariana y a mí, y tendrás una buena vida. —Sacó un cheque—: Aborta al bebé, y estos cincuenta mil dólares serán tuyos.

Lo miré con frialdad, saqué mi celular y marqué un número con familiaridad:

—Hola, estoy embarazada, alguien quiere matar a tu hijo.

La voz del otro lado sonó alterada:

—¿Dónde estás?
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