–Mi padre lo contrató…– comienzo, pero al instante, mi propia voz parece un susurro de excusa. Es difícil decirlo en voz alta, como si admitiera que el verdadero motivo tiene más que ver con Liam que con cualquier otro factor. –Además, como guardaespaldas, solo confío en él. No confío en nadie más para protegerme. Sé que siempre me protegerá… y…– Mis palabras se atascan en mi garganta, como si se negaran a salir. La verdad es que mi conexión con Liam es más profunda de lo que podría explicarle a Cristóbal. No es solo un trabajo, no es solo una relación profesional; es algo que lo trasciende todo, algo que siento en lo más íntimo de mí.–¿Qué pasa, Amara?– Cristóbal pregunta con voz más suave ahora, pero la tensión en su mirada es inconfundible. Puede que no diga nada, pero las palabras no dichas flotan entre nosotros, llenas de la misma pregunta que yo no me atrevo a hacerme a mí misma. ¿Por qué no puedo dejarlo ir? ¿Por qué, a pesar de todo, sigo sintiendo su presencia en cada rincó
Él no responde de inmediato. Solo me mira, y sus ojos, esos ojos que una vez conocí tan bien, ahora están vacíos, llenos de un dolor que me atraviesa sin piedad. Me siento expuesta, vulnerable, al igual que él.–No me dijiste nada –murmura, con voz rasposa, entrecortada por el peso de las palabras no dichas. La vulnerabilidad que emana de él es palpable, desgarradora, y la tristeza en su mirada se clava como una daga en mi pecho. –Abrí mi corazón, y luego… te vi marcharte con ese hombre. ¿Debo olvidarte? ¿Debo dejarte ir? –La desesperación tiñe cada una de sus palabras, y mi cuerpo se paraliza ante el tormento que refleja en su rostro. –Por favor, dime si debo hacerlo. Si debo arrancarte de mí, si debo dejar de luchar.Mi mente se acelera, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todo lo que escucho es el sonido de su dolor, el eco de sus emociones que resuenan en el silencio entre nosotros. –¿Estabas bebiendo… en horas de trabajo, Liam? –mi voz sale más dura de lo que pr
–Liam, yo… –empieza a decir ella, con voz temblorosa, como si cada palabra fuera una carga difícil de llevar. Pero antes de que pueda continuar, Liam la interrumpe –Amara, ya no sé qué más hacer para que entiendas que quiero estar contigo… y con nadie más –su voz está quebrada, como si las palabras le costaran más de lo que debería. Sus ojos se llenan de una mezcla de desesperación y pasión, y mientras habla, sus manos tiemblan, frotándolas frenéticamente sobre su cabello, como si de esa manera pudiera despejar la tormenta que se desata en su pecho. –No sabes lo que tu significas para mí… –susurra, más para sí mismo que para ella, como si estuviera buscando consuelo en sus propias palabras. Su mirada está perdida, pero sus ojos siguen clavados en los de Amara, como si esperara encontrar algo. –Te juro que estoy dispuesto a luchar por ti, por nosotros, aunque sé que tal vez no lo merezco. –Liam, no es tan sencillo –dice finalmente con voz más firme de lo que esperaba. –¿Cómo quie
Amara siente un escalofrío recorrerle la espalda, una mezcla de deseo y miedo que la mantiene atrapada en el borde del abismo. Podría dar un paso atrás, podría detener todo esto antes de que sea demasiado tarde. Pero no lo hace. No quiere hacerlo. No cuando el roce de sus labios le enciende la piel. No cuando sus manos, firmes pero temblorosas, recorren su cintura con la reverencia de quien sostiene algo sagrado. Sin decir una sola palabra, los dedos de Amara se deslizan por la tela que los separa, y con un movimiento decidido, la remera cae al suelo, dejando al descubierto la crudeza de su conexión. Amara observa su toro desnudo y eso provoca que temperatura en la habitación se eleve con cada segundo que pasa. Liam la observa, y en su mirada hay algo más que deseo: hay devoción, hay hambre, hay un conflicto interno que él mismo se niega a reconocer. Se muerde el labio, como si tratara de contenerse, pero la tentación es demasiado grande. –Eres hermosa… –murmura con voz ronc
Amara abre los ojos y encuentra los de él, oscuros, tormentosos, llenos de una intensidad que la deja sin palabras. Sus dedos se aferran a su espalda, como si temiera que esto fuera un sueño del que podría despertar en cualquier momento. –Más… –susurra, y esa única palabra lo desarma por completo. El deseo crece entre ellos, expandiéndose como una tormenta que amenaza con arrasarlo todo. Amara se abandona por completo al torbellino de sensaciones, sintiendo cada caricia como un incendio que la consume desde adentro. Sus caderas se mueven en un ritmo que él sigue sin esfuerzo, sus cuerpos buscan el punto exacto donde la realidad se disuelve y solo queda el placer inminente. La penetra con una delicadeza reverente, su mirada está atrapada en la de ella, como si quisiera asegurarse de que cada movimiento, cada roce, fuera perfecto. Se mueve con lentitud al principio, atento a cada reacción de Amara, asegurándose de que el placer supere cualquier resquicio de dolor. Amara se aferra
Liam parpadea, confuso y desconcertado. –¿Qué? –Su sonrisa vacila por un instante, como si la realidad tardara en asentarse en su mente. Pero se recupera rápido, con esa seguridad que siempre lo caracteriza. –Amara, es demasiado temprano. No tienes que hacer esto ahora. Amara respira hondo, pero su pecho se siente apretado, como si el aire se negara a entrar. Aprieta la tela de su blusa entre los dedos, tratando de anclarse a su decisión, a esa pequeña chispa de cordura que aún le queda. No puede mirarlo a los ojos, no cuando su corazón aún late con fuerza por la noche que compartieron. –Tienes que irte Liam –su voz es baja, pero firme, aunque cada palabra le pese como una sentencia. –No hagas las cosas más difíciles. Él se incorpora lentamente, apoyando los antebrazos en la cama, observándola con una intensidad que la hace sentir desnuda, vulnerable. Su mandíbula se tensa, porque no le gusta lo que está escuchando. –¿Por qué me dices esto? –pregunta finalmente, con una calma
–Entiende que esto… esto no puede existir –susurra Amara finalmente como una sentencia de muerte. Pero no es solo para él. Es para ella también. Para ese anhelo que late en su pecho y que se niega a morir. Aunque intente engañarse, aunque quiera creer que todo esto no significa nada, que puede apagar lo que siente, la verdad arde en su interior como una herida abierta. Liam suelta una carcajada vacía, incrédula, como si no pudiera asimilar lo que está escuchando. Sus manos se cierran en puños, y un relámpago de frustración atraviesa su rostro. –¿Qué es lo que no puede existir? –Pregunta con una furia. –¡Amara, estuviste a punto de casarte conmigo! –Tú sabes que muchas de las cosas que pasaron… fueron parte de un pacto. Nada fue… real. –Las palabras salen de su boca como vidrio molido. Se las traga con amargura, con el ardor de quien está mintiendo a pesar de saber la verdad. Liam frunce el ceño, como si sus sentidos tardaran en procesar lo que acaba de escuchar. Pero
Amara aprieta los puños con fuerza, como si ese gesto pudiera mantenerla firme, como si el dolor en sus palmas pudiera ahogar el que la consume por dentro. Quiere creer en su decisión. Quiere convencerse de que es lo correcto. Pero Liam no se lo permite. Él da un paso hacia ella, con la mirada oscura, encendida por una mezcla de furia y desesperación. Su pecho sube y baja con respiraciones agitadas, como si cada palabra que está a punto de pronunciar le costara la vida. –Mírame –exige, con tono más suave, casi una súplica. Ella no lo hace. No puede hacerlo. Si lo mira, se romperá. Y ella no puede permitirse eso. –Mírame, Amara –insiste él, con un dolor tan profundo en la voz que es como un puñal directo a su alma–. Quédate con todo el dinero que hemos pactado si eso es lo que quieres –susurra–pero déjame amarte. –Liam… –su voz es apenas un murmullo tembloroso, roto –No se trata solo de dinero. ¿Qué harás con el futuro de tu hija si ya no tienes dinero? –susurra Amara, o