Amara abre los ojos y encuentra los de él, oscuros, tormentosos, llenos de una intensidad que la deja sin palabras. Sus dedos se aferran a su espalda, como si temiera que esto fuera un sueño del que podría despertar en cualquier momento. –Más… –susurra, y esa única palabra lo desarma por completo. El deseo crece entre ellos, expandiéndose como una tormenta que amenaza con arrasarlo todo. Amara se abandona por completo al torbellino de sensaciones, sintiendo cada caricia como un incendio que la consume desde adentro. Sus caderas se mueven en un ritmo que él sigue sin esfuerzo, sus cuerpos buscan el punto exacto donde la realidad se disuelve y solo queda el placer inminente. La penetra con una delicadeza reverente, su mirada está atrapada en la de ella, como si quisiera asegurarse de que cada movimiento, cada roce, fuera perfecto. Se mueve con lentitud al principio, atento a cada reacción de Amara, asegurándose de que el placer supere cualquier resquicio de dolor. Amara se aferra
Liam parpadea, confuso y desconcertado. –¿Qué? –Su sonrisa vacila por un instante, como si la realidad tardara en asentarse en su mente. Pero se recupera rápido, con esa seguridad que siempre lo caracteriza. –Amara, es demasiado temprano. No tienes que hacer esto ahora. Amara respira hondo, pero su pecho se siente apretado, como si el aire se negara a entrar. Aprieta la tela de su blusa entre los dedos, tratando de anclarse a su decisión, a esa pequeña chispa de cordura que aún le queda. No puede mirarlo a los ojos, no cuando su corazón aún late con fuerza por la noche que compartieron. –Tienes que irte Liam –su voz es baja, pero firme, aunque cada palabra le pese como una sentencia. –No hagas las cosas más difíciles. Él se incorpora lentamente, apoyando los antebrazos en la cama, observándola con una intensidad que la hace sentir desnuda, vulnerable. Su mandíbula se tensa, porque no le gusta lo que está escuchando. –¿Por qué me dices esto? –pregunta finalmente, con una calma
–Entiende que esto… esto no puede existir –susurra Amara finalmente como una sentencia de muerte. Pero no es solo para él. Es para ella también. Para ese anhelo que late en su pecho y que se niega a morir. Aunque intente engañarse, aunque quiera creer que todo esto no significa nada, que puede apagar lo que siente, la verdad arde en su interior como una herida abierta. Liam suelta una carcajada vacía, incrédula, como si no pudiera asimilar lo que está escuchando. Sus manos se cierran en puños, y un relámpago de frustración atraviesa su rostro. –¿Qué es lo que no puede existir? –Pregunta con una furia. –¡Amara, estuviste a punto de casarte conmigo! –Tú sabes que muchas de las cosas que pasaron… fueron parte de un pacto. Nada fue… real. –Las palabras salen de su boca como vidrio molido. Se las traga con amargura, con el ardor de quien está mintiendo a pesar de saber la verdad. Liam frunce el ceño, como si sus sentidos tardaran en procesar lo que acaba de escuchar. Pero
Amara aprieta los puños con fuerza, como si ese gesto pudiera mantenerla firme, como si el dolor en sus palmas pudiera ahogar el que la consume por dentro. Quiere creer en su decisión. Quiere convencerse de que es lo correcto. Pero Liam no se lo permite. Él da un paso hacia ella, con la mirada oscura, encendida por una mezcla de furia y desesperación. Su pecho sube y baja con respiraciones agitadas, como si cada palabra que está a punto de pronunciar le costara la vida. –Mírame –exige, con tono más suave, casi una súplica. Ella no lo hace. No puede hacerlo. Si lo mira, se romperá. Y ella no puede permitirse eso. –Mírame, Amara –insiste él, con un dolor tan profundo en la voz que es como un puñal directo a su alma–. Quédate con todo el dinero que hemos pactado si eso es lo que quieres –susurra–pero déjame amarte. –Liam… –su voz es apenas un murmullo tembloroso, roto –No se trata solo de dinero. ¿Qué harás con el futuro de tu hija si ya no tienes dinero? –susurra Amara, o
Liam la mira, incrédulo, sintiendo cómo su mundo se desmorona con cada palabra que sale de su boca. –¿Qué carajo estás diciendo, Amara? –pregunta con voz ronca, como si las palabras le costaran salir. Amara no titubea. Se cruza de brazos, con una expresión impasible, la máscara perfecta de alguien que no siente nada. –Lo que has oído, Liam– Su voz es firme, aunque un ligero temblor amenaza con delatarla. –Lo nuestro no es más que… un acuerdo conveniente. Una relación física. Solo eso. Liam frunce el ceño, sacudiendo la cabeza como si necesitara expulsar sus palabras de su mente. –No–Su negación es inmediata. –No me vengas con esto ahora, Amara. Sé que no lo dices en serio. Ella se encoge de hombros con indiferencia fingida, clavando en él una mirada calculadora. –El contrato terminó, Liam. No hay razones para seguir fingiendo que nos amamos ante nadie. Él suelta una carcajada sin humor, una risa que es puro dolor disfrazado. –¿Fingiendo? –repite con incredulidad, dando
–Lo que tuvimos… fue un una mentira que vivimos, una ilusión de la que ambos fuimos cómplices. No puedes esperar que lo que pasó entre nosotros signifique algo más. –¿Cómo puedes ser tan cruel?, ¿Cómo puedes mirarme a los ojos y decirme esto después de todo lo que te di, de todo lo que arriesgué?, ¿Así me pagas el amor que siento por ti? –Liam te estoy dando una oportunidad para que sigas adelante, para que seas libre de esta mentira. Si lo que sientes por mí fuera de verdad, no estarías aquí, pidiéndome más de lo que puedo ofrecerte y aceptarías el tipo de relación que te estoy planteando.Liam la observa como si cada palabra que ella pronuncia lo golpeara con la fuerza de un mazo. Sus ojos recorren su rostro, buscando un indicio, una grieta en su fachada de hielo, pero no la encuentra. Ella está ahí, inquebrantable, mirando al vacío con esa frialdad que no le pertenece. Sabe que ella miente, que sus palabras son solo una máscara para ocultar lo que realmente siente, pero a pesa
AL DIA SIGUIENTE Amara desciende las escaleras con la mirada fija en su celular, deslizando su dedo sobre la pantalla para revisar los pendientes del día. Su vestido negro, ceñido hasta las rodillas, ondea ligeramente con cada paso, mientras su cartera balancea rítmicamente a su lado. Al llegar al carro, encuentra a Liam esperándola, imponente en un traje negro que resalta sus poderosos músculos, Liam ni siquiera la mira. Su rostro es un muro de piedra mientras le abre la puerta del auto, esperando a que suba sin decir una palabra. Amara vacila un segundo antes de entrar, sin embargo lo hace, se acomoda en el asiento y él cierra la puerta de un solo movimiento. –Gracias –murmura ella, pero su voz se pierde en el aire. Liam se desliza al asiento del conductor con una calma inquietante. Se abrocha el cinturón con manos temblorosas y enciende el motor. Sus movimientos son mecánicos, precisos, pero hay algo en su postura, en la forma en que sus dedos se crispan sobre el volante, q
Amara siente un vacío extraño en el pecho. Se queda observando el espacio que él dejó vacío, como si aún pudiera sentir su presencia allí, porque su ausencia pesa más que su compañía. Pero no tiene tiempo para pensar en eso. Suspira con pesadez, parpadea un par de veces y se obliga a centrar su atención en Cristóbal, quien la observa con una sonrisa paciente, sosteniendo aún el ramo de rosas. –Cristóbal… –su tono es mesurado, pero firme. – Agradezco el detalle, de verdad. Es un gesto bonito… Pero no quiero que los empleados se enteren de nuestra relación –continúa ella, sin rodeos. –No me gusta la idea de ser el centro de los rumores de oficina. Cristóbal frunce el ceño, como si la idea ni siquiera se le hubiera cruzado por la mente. –Amara, no estamos haciendo nada malo. ¿Por qué habría de importarte lo que piensen los demás? Ella se cruza de brazos, elevando la barbilla. –Porque no quiero mezclar mi vida personal con el trabajo. Porque esto… –señala el ramo con un leve m