Su mirada ardiente se clava en él, mientras sus labios capturan su propio gesto de placer, mordiendo ligeramente su labio inferior. La tentación es demasiado fuerte. Es como si cada pequeño movimiento suyo estuviera diseñado para desatar aún más el deseo que crece en él, una tormenta de sensaciones que lo consume por completo.
Liam no puede pensar, no puede hacer nada más que dejarse llevar. Él se separa levemente de ella, con una sonrisa traviesa curvando sus labios mientras sus ojos brillan con una mezcla de deseo y desafío. Con un movimiento rápido, comienza a despojarse de la ropa que lo separa de ella, su cuerpo ahora a la vista, marcado y definido por la tensión de sus músculos, cada movimiento suyo una declaración de poder y atracción.–¿Te gusta lo que ves, hermosa? –pregunta, en voz baja, cargada de seducción. Sus ojos no dejan de recorrerla, desnudando cada parte de ella con la mirada, desafiándola a responder, a ceder a esa atracción.AmaNarrador Omnisciente Amara no lo piensa dos veces. Apenas el auto se detiene frente a la mansión, abre la puerta con brusquedad, se desabrocha el cinturón y baja de un salto y corre por el pasillo tenuemente iluminado. Al entrar sube las escaleras y una vez arriba y empuja la puerta de la habitación de Lucero. –¡Clarisse! –exclama Amara preocupada. –¿Qué le paso a la niña? La niñera, sentada en un sillón junto a la cama, se sobresalta. –Nada, señora –responde con suavidad. –Lucero ha dormido toda la noche sin problemas. Estaba feliz porque usted salió con su padre. Me dijo que eso la hacía sentir segura. Las palabras de la mujer deberían aliviarla, pero en lugar de eso, un escalofrío recorre su espalda. Amara exhala bruscamente, como si el aire le quemara los pulmones. Detrás de ella, Liam aparece en el umbral con el ceño fruncido. –¿Lucero está bien? –su voz suena ronca, arrastrada por la preocupación, pero sus ojos no se detienen en la niña sino en Amara. Ella gira lent
–Eres un desagradecido de mierda –grita Kate con resentimiento. –No olvides quién estuvo a tu lado cuando no eras nadie, cuando el abismo te acechaba con sus garras afiladas, cuando tu casa estaba a punto de ser devorada por la vorágine de tus deudas. ¿Quién te consiguió este trabajo?, ¿quién te levantó cuando el peso de tu dolor te aplastaba?. Fui yo, Liam. Yo fui la que te rescató de la oscuridad tras la muerte de Agustín, la que soportó tu caos y tus días de desesperación.Sus palabras llueven como dardos afilados, atravesando cada grieta en la resistencia de Liam. Su voz se quiebra, pero no hay compasión en su tono, solo el veneno de años de sacrificios no agradecidos.–Cuando todos te señalaban con el dedo, ¿quién estaba a tu lado? Nadie, solo yo. Ni siquiera Aislyn, que con sus artimañas, no te miraba como algo más que un sustituto barato del padre de Lucero. Pero claro, ahora que estás en los brazos de esta mujer adinerada, has olvidado quién te apoyó realmente, quién estuvo ah
Los ojos de Amara, oscuros y ardientes, se encuentran con los de su padre por un instante fugaz, pero suficiente para que una ráfaga de emociones cruce entre ellos. Dolor, orgullo herido yhrabia. Carlos suspira, pero su expresión se mantiene impenetrable. –Si continúas con este compromiso, estarás dejándote humillar, demostrando que eres un plato de segunda mesa, un poco cosa– Su voz es baja, pausada, pero cada palabra pesa como una losa. –Y yo no te he criado para eso. –¿Ah, sí? –escupe con una risa amarga. –Y para qué me criaste, entonces? –escupe con una furia que no intenta contener. –¿Para ser la empleada de tu prometida? ¿Para servirle el plato mientras ella se sienta a tu lado como si fuera una reina y yo no fuera más que una sombra en esta maldita casa?Carlos la observa con el ceño fruncido, pero no responde de inmediato. –Solo dices estupideces – gruñe finalmente, sacudiendo la cabeza. Su decepción es un cuchillo que se clava hondo, aunque Amara jamás lo admitirá. Si
Las golpizas persistentes de Liam contra la puerta son el sonido de su desesperación, un eco que reverbera a través de la casa, clamando por atención, por una respuesta. Cada golpe es más fuerte que el anterior, como si su cuerpo quisiera romper no solo la puerta, sino también la barrera invisible que Amara ha erigido entre ellos. –Amara, por favor… no me iré hasta que hablemos –murmura con voz quebrada, un susurro de dolor que solo él puede escuchar. El sonido de su propia súplica lo desarma por dentro. Está más roto de lo que se atrevía a admitir. Pero no importa. No puede rendirse. Dentro de la habitación, el silencio es absoluto, pesado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para observar este tenso enfrentamiento. Amara no responde, pero Liam puede sentir su presencia al otro lado de la puerta, inquebrantable. –Te lo suplico… –su voz se apaga, mientras su mano, temblorosa, roza la madera, como si pudiera alcanzar algo a través de ella, como si pudiera tocarla aunque
Kate, sin mover un solo músculo, lo mira fijamente. No hay miedo en su mirada, ni remordimiento. Solo una frialdad que le hace sentir como si la estuviera mirando a través de un cristal. Ella da un sorbo a su té, dejando que el silencio se alargue entre ellos, como si todo el peso de la conversación tuviera que ser soportado por él. Kate no se inmuta. No tiene necesidad de justificar sus acciones, porque, para ella, no hay nada que perdonar. –No hice nada malo –responde finalmente, con un matiz desafiante que hace que cada palabra se clave en el pecho de Liam. –Solo me preocupé por tu hija –añade, como si esa frase fuera la única verdad que necesitara decir, la que justificara todo lo demás. Sus ojos se fijan en los de él con una intensidad fría. –Algo que tú, por estar tan ocupado con esa mujer, no has hecho.Liam respira hondo, pero el aire apenas le llena los pulmones. Su pecho sube y baja con furia, con la rabia que hierve en su sangre como lava a punto de estallar. Entonces
Él aprieta los labios en una fina línea, pero no responde. Sus ojos, oscuros e insondables, parpadean apenas un instante antes de volver a fijarse en ella. Kate lo toma como una confirmación, y la furia le sube por la garganta como una ola incontenible.–Ella es completamente diferente a ti –su voz vibra entre incredulidad y enojo–. No tienen nada en común. ¿De verdad vas a mirarme a los ojos y decirme que es amor? Porque sé que no lo es. Lo único que los une es lo que ella puede ofrecerte. Su dinero. Su estatus. Su maldita seguridad.Sus palabras se clavan como dagas en la tensión que los rodea. Él sigue sin hablar, pero la forma en que su mandíbula se tensa la confirma más que cualquier respuesta. Kate da un paso adelante, desafiante.–Tienes miedo –susurra con una media sonrisa amarga. –Miedo de elegir lo que realmente quieres. Miedo de elegirnos a nosotros.Su respiración se agita, y por un segundo, cree ver una grieta en su máscara de indiferencia. Pero dura apenas un suspiro ant
Liam la observa, con el rostro tenso, los ojos ardiendo con una mezcla de rabia y angustia. Y, sin esperar respuesta, Kate se abalanza sobre él. Sus brazos son como cadenas invisibles, qué lo envuelven con la desesperación de quien no sabe cómo más retener algo que se le escapa entre los dedos. La fuerza de su abrazo es todo lo que tiene para intentar hacerle entender, para que sus sentimientos sean tan reales como la tensión que los rodea. –¡Suéltame! –La orden sale de sus labios como un rugido, una mezcla explosiva de irritación y desesperación. Su cuerpo se tensa bajo su abrazo, cada músculo en su torso se contrae como si estuviera a punto de romperse. –¡Suéltame, Kate! Kate siente la rabia en su tono, la brutalidad de su rechazo, y algo dentro de ella se quiebra. Pero no lo suelta. No puede. Cada fibra de su ser le grita que lo haga, que lo deje ir, pero la angustia que la consume la mantiene firmemente aferrada a él. –Liam, por favor… –susurra, pero esta vez no es un ruego.
AL DÍA SIGUIENTE Úrsula avanza con una elegancia que oculta sutilmente sus verdaderas intenciones. Cruza el umbral de la oficina de Cristóbal con una sonrisa que, aunque aparentemente cordial, lleva consigo un matiz coqueto y maquinador. Ha comenzado su plan para minar la estabilidad de la hija de su prometido Carlos–Hola, ¿cómo te encuentras el día de hoy?– pregunta Úrsula con un tono suavemente cálido, fingiendo una amabilidad que se siente como un cuchillo oculto bajo la piel. Su sonrisa es cautivadora, pero sus ojos no esconden la fría estrategia que siempre guía sus movimientos. Ella no busca una conversación casual; no está aquí por simple cortesía, sino porque quiere continuar con sus planes Cristóbal la observa, un poco desconcertado. –Buenos días, señora. El día de hoy me encuentro bien. ¿Qué necesita hoy?– responde él con una actitud profesional, aunque no puede evitar preguntarse por qué ha vuelto a aparecer tan repentinamente. Pensó que ya había terminado con todo lo