Las golpizas persistentes de Liam contra la puerta son el sonido de su desesperación, un eco que reverbera a través de la casa, clamando por atención, por una respuesta. Cada golpe es más fuerte que el anterior, como si su cuerpo quisiera romper no solo la puerta, sino también la barrera invisible que Amara ha erigido entre ellos. –Amara, por favor… no me iré hasta que hablemos –murmura con voz quebrada, un susurro de dolor que solo él puede escuchar. El sonido de su propia súplica lo desarma por dentro. Está más roto de lo que se atrevía a admitir. Pero no importa. No puede rendirse. Dentro de la habitación, el silencio es absoluto, pesado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para observar este tenso enfrentamiento. Amara no responde, pero Liam puede sentir su presencia al otro lado de la puerta, inquebrantable. –Te lo suplico… –su voz se apaga, mientras su mano, temblorosa, roza la madera, como si pudiera alcanzar algo a través de ella, como si pudiera tocarla aunque
Kate, sin mover un solo músculo, lo mira fijamente. No hay miedo en su mirada, ni remordimiento. Solo una frialdad que le hace sentir como si la estuviera mirando a través de un cristal. Ella da un sorbo a su té, dejando que el silencio se alargue entre ellos, como si todo el peso de la conversación tuviera que ser soportado por él. Kate no se inmuta. No tiene necesidad de justificar sus acciones, porque, para ella, no hay nada que perdonar. –No hice nada malo –responde finalmente, con un matiz desafiante que hace que cada palabra se clave en el pecho de Liam. –Solo me preocupé por tu hija –añade, como si esa frase fuera la única verdad que necesitara decir, la que justificara todo lo demás. Sus ojos se fijan en los de él con una intensidad fría. –Algo que tú, por estar tan ocupado con esa mujer, no has hecho.Liam respira hondo, pero el aire apenas le llena los pulmones. Su pecho sube y baja con furia, con la rabia que hierve en su sangre como lava a punto de estallar. Entonces
Él aprieta los labios en una fina línea, pero no responde. Sus ojos, oscuros e insondables, parpadean apenas un instante antes de volver a fijarse en ella. Kate lo toma como una confirmación, y la furia le sube por la garganta como una ola incontenible.–Ella es completamente diferente a ti –su voz vibra entre incredulidad y enojo–. No tienen nada en común. ¿De verdad vas a mirarme a los ojos y decirme que es amor? Porque sé que no lo es. Lo único que los une es lo que ella puede ofrecerte. Su dinero. Su estatus. Su maldita seguridad.Sus palabras se clavan como dagas en la tensión que los rodea. Él sigue sin hablar, pero la forma en que su mandíbula se tensa la confirma más que cualquier respuesta. Kate da un paso adelante, desafiante.–Tienes miedo –susurra con una media sonrisa amarga. –Miedo de elegir lo que realmente quieres. Miedo de elegirnos a nosotros.Su respiración se agita, y por un segundo, cree ver una grieta en su máscara de indiferencia. Pero dura apenas un suspiro ant
Liam la observa, con el rostro tenso, los ojos ardiendo con una mezcla de rabia y angustia. Y, sin esperar respuesta, Kate se abalanza sobre él. Sus brazos son como cadenas invisibles, qué lo envuelven con la desesperación de quien no sabe cómo más retener algo que se le escapa entre los dedos. La fuerza de su abrazo es todo lo que tiene para intentar hacerle entender, para que sus sentimientos sean tan reales como la tensión que los rodea. –¡Suéltame! –La orden sale de sus labios como un rugido, una mezcla explosiva de irritación y desesperación. Su cuerpo se tensa bajo su abrazo, cada músculo en su torso se contrae como si estuviera a punto de romperse. –¡Suéltame, Kate! Kate siente la rabia en su tono, la brutalidad de su rechazo, y algo dentro de ella se quiebra. Pero no lo suelta. No puede. Cada fibra de su ser le grita que lo haga, que lo deje ir, pero la angustia que la consume la mantiene firmemente aferrada a él. –Liam, por favor… –susurra, pero esta vez no es un ruego.
AL DÍA SIGUIENTE Úrsula avanza con una elegancia que oculta sutilmente sus verdaderas intenciones. Cruza el umbral de la oficina de Cristóbal con una sonrisa que, aunque aparentemente cordial, lleva consigo un matiz coqueto y maquinador. Ha comenzado su plan para minar la estabilidad de la hija de su prometido Carlos–Hola, ¿cómo te encuentras el día de hoy?– pregunta Úrsula con un tono suavemente cálido, fingiendo una amabilidad que se siente como un cuchillo oculto bajo la piel. Su sonrisa es cautivadora, pero sus ojos no esconden la fría estrategia que siempre guía sus movimientos. Ella no busca una conversación casual; no está aquí por simple cortesía, sino porque quiere continuar con sus planes Cristóbal la observa, un poco desconcertado. –Buenos días, señora. El día de hoy me encuentro bien. ¿Qué necesita hoy?– responde él con una actitud profesional, aunque no puede evitar preguntarse por qué ha vuelto a aparecer tan repentinamente. Pensó que ya había terminado con todo lo
Úrsula lo observa con atención, con expresión es enigmática, como si disfrutara del momento. –Creo que no debería decírtelo… – susurra al fin, con un tono cargado de misterio. –Tiene razón… lo siento, me he desubicado –murmura Cristóbal, en voz baja, como si las palabras pudieran arrastrarlo a un abismo. Su rostro se torna en un lienzo de tristeza y vergüenza, y la incomodidad lo embarga por completo. Siente como si hubiera cruzado una línea invisible, una barrera frágil que separa lo personal de lo profesional, y ahora se encuentra atrapado, a merced de sus propios errores.Úrsula no responde de inmediato. Lo observa, con mirada fría y calculadora, evaluando sus reacciones, midiendo el impacto de sus propias palabras. –Bueno… te lo diré, pero esto queda entre nosotros dos –dice Úrsula, con voz suavizada por una mezcla de complicidad y amenaza. Sus ojos se clavan en los de Cristóbal, imponentes, desafiantes. No hay lugar para dudas, ni para desobediencia. –Le juro que jamás se
Esas palabras hicieron que Úrsula se de cuenta de que los sueños de tener a Cristóbal como un aliado en su oscuro plan de venganza se desvanecen como el humo de una vela apagada. Sin embargo, la aparente amabilidad de Úrsula oculta la maquinación siniestra que se gesta en su mente.–Este consejo te lo doy como tu futura suegra– pronuncia con una sonrisa que esconde más malicia de la que Cristóbal puede percibir. El silencio que sigue es el preludio de una revelación que deja a Cristóbal sumido en la incertidumbre.–Tienes que aprovechar que ahora están separados para conquistarla, hacer que ella se enamore de ti y hacerla feliz como ella lo merece– sugiere Úrsula, pero sus pensamientos ocultos revelan un asco visceral ante la idea de que Amara pueda ser feliz. En ese momento, la dualidad de Úrsula se despliega como una maraña de intrigas que envuelve a Cristóbal en una tela de araña mortal.–La verdad, estoy muy agradecido, señorita, usted es muy amable– responde Cristóbal, cayendo
Cristóbal se tensa a mi lado, pero no dice nada. Sabe que este no es su momento, que la tormenta que acaba de irrumpir en mi oficina no está dirigida a él. Es para mí. Exclusivamente para mí. –¿Quién te crees para venir a faltarme el respeto? –mi voz sale apenas como un murmullo, pero cargada de indignación. Un nudo se forma en mi garganta mientras, impulsada por un furor imparable, le doy un empujón. Pero él, inquebrantable, ni siquiera se mueve. Su firmeza es tan absoluta que mi gesto parece no haberlo tocado en lo más mínimo. –¿Acaso no te das cuenta de quién soy yo?– Las palabras salen de mis labios con una mezcla de rabia y desesperación. Estoy decidida a no dejarme pisotear, a defenderme con uñas y dientes si es necesario. No importa cuánto me duela el corazón.–Soy quien debe protegerte, Amara –responde con voz fría como el acero. Cada palabra que pronuncia se clava en mí como una daga afilada, robándome el aire. Como si estuviera hablándome desde un lugar lejano, un lugar