Liam la observa, con el rostro tenso, los ojos ardiendo con una mezcla de rabia y angustia. Y, sin esperar respuesta, Kate se abalanza sobre él. Sus brazos son como cadenas invisibles, qué lo envuelven con la desesperación de quien no sabe cómo más retener algo que se le escapa entre los dedos. La fuerza de su abrazo es todo lo que tiene para intentar hacerle entender, para que sus sentimientos sean tan reales como la tensión que los rodea. –¡Suéltame! –La orden sale de sus labios como un rugido, una mezcla explosiva de irritación y desesperación. Su cuerpo se tensa bajo su abrazo, cada músculo en su torso se contrae como si estuviera a punto de romperse. –¡Suéltame, Kate! Kate siente la rabia en su tono, la brutalidad de su rechazo, y algo dentro de ella se quiebra. Pero no lo suelta. No puede. Cada fibra de su ser le grita que lo haga, que lo deje ir, pero la angustia que la consume la mantiene firmemente aferrada a él. –Liam, por favor… –susurra, pero esta vez no es un ruego.
AL DÍA SIGUIENTE Úrsula avanza con una elegancia que oculta sutilmente sus verdaderas intenciones. Cruza el umbral de la oficina de Cristóbal con una sonrisa que, aunque aparentemente cordial, lleva consigo un matiz coqueto y maquinador. Ha comenzado su plan para minar la estabilidad de la hija de su prometido Carlos–Hola, ¿cómo te encuentras el día de hoy?– pregunta Úrsula con un tono suavemente cálido, fingiendo una amabilidad que se siente como un cuchillo oculto bajo la piel. Su sonrisa es cautivadora, pero sus ojos no esconden la fría estrategia que siempre guía sus movimientos. Ella no busca una conversación casual; no está aquí por simple cortesía, sino porque quiere continuar con sus planes Cristóbal la observa, un poco desconcertado. –Buenos días, señora. El día de hoy me encuentro bien. ¿Qué necesita hoy?– responde él con una actitud profesional, aunque no puede evitar preguntarse por qué ha vuelto a aparecer tan repentinamente. Pensó que ya había terminado con todo lo
Úrsula lo observa con atención, con expresión es enigmática, como si disfrutara del momento. –Creo que no debería decírtelo… – susurra al fin, con un tono cargado de misterio. –Tiene razón… lo siento, me he desubicado –murmura Cristóbal, en voz baja, como si las palabras pudieran arrastrarlo a un abismo. Su rostro se torna en un lienzo de tristeza y vergüenza, y la incomodidad lo embarga por completo. Siente como si hubiera cruzado una línea invisible, una barrera frágil que separa lo personal de lo profesional, y ahora se encuentra atrapado, a merced de sus propios errores.Úrsula no responde de inmediato. Lo observa, con mirada fría y calculadora, evaluando sus reacciones, midiendo el impacto de sus propias palabras. –Bueno… te lo diré, pero esto queda entre nosotros dos –dice Úrsula, con voz suavizada por una mezcla de complicidad y amenaza. Sus ojos se clavan en los de Cristóbal, imponentes, desafiantes. No hay lugar para dudas, ni para desobediencia. –Le juro que jamás se
Esas palabras hicieron que Úrsula se de cuenta de que los sueños de tener a Cristóbal como un aliado en su oscuro plan de venganza se desvanecen como el humo de una vela apagada. Sin embargo, la aparente amabilidad de Úrsula oculta la maquinación siniestra que se gesta en su mente.–Este consejo te lo doy como tu futura suegra– pronuncia con una sonrisa que esconde más malicia de la que Cristóbal puede percibir. El silencio que sigue es el preludio de una revelación que deja a Cristóbal sumido en la incertidumbre.–Tienes que aprovechar que ahora están separados para conquistarla, hacer que ella se enamore de ti y hacerla feliz como ella lo merece– sugiere Úrsula, pero sus pensamientos ocultos revelan un asco visceral ante la idea de que Amara pueda ser feliz. En ese momento, la dualidad de Úrsula se despliega como una maraña de intrigas que envuelve a Cristóbal en una tela de araña mortal.–La verdad, estoy muy agradecido, señorita, usted es muy amable– responde Cristóbal, cayendo
Cristóbal se tensa a mi lado, pero no dice nada. Sabe que este no es su momento, que la tormenta que acaba de irrumpir en mi oficina no está dirigida a él. Es para mí. Exclusivamente para mí. –¿Quién te crees para venir a faltarme el respeto? –mi voz sale apenas como un murmullo, pero cargada de indignación. Un nudo se forma en mi garganta mientras, impulsada por un furor imparable, le doy un empujón. Pero él, inquebrantable, ni siquiera se mueve. Su firmeza es tan absoluta que mi gesto parece no haberlo tocado en lo más mínimo. –¿Acaso no te das cuenta de quién soy yo?– Las palabras salen de mis labios con una mezcla de rabia y desesperación. Estoy decidida a no dejarme pisotear, a defenderme con uñas y dientes si es necesario. No importa cuánto me duela el corazón.–Soy quien debe protegerte, Amara –responde con voz fría como el acero. Cada palabra que pronuncia se clava en mí como una daga afilada, robándome el aire. Como si estuviera hablándome desde un lugar lejano, un lugar
No puedo creer lo estúpido que fui con Amara. Tuve la oportunidad de ser honesto, de decirle lo que realmente siento, pero en lugar de eso, solté la peor mentira posible: ”Esto es solo un trabajo para mí.” Lo vi en su rostro. La forma en que sus ojos, antes brillantes y llenos de curiosidad, se apagaron de golpe. La manera en que su cuerpo se tensó, como si de pronto yo fuera un extraño más en su vida. Fue un solo instante, pero suficiente para darme cuenta de que la lastimé. ¿Por qué lo dije? ¿Por qué me aferro a esta fachada fría y distante, cuando la realidad es que cada día que pasa ella se convierte en algo más para mí? No puedo seguir engañándome. Desde el momento en que acepté este trabajo, supe que Amara sería un problema. No por su carácter, no por su situación… sino porque en cuanto la vi, sentí ese maldito vértigo, ese peligroso estremecimiento que anunciaba que estaba perdido. Y aquí estoy, atrapado en esta contradicción. Mi mente insiste en que esto no es más que
NARRADOR OMNISCIENTES –¿Me dirás en algún momento lo que realmente quieres? –La voz de Amara es helada y sus ojos no dejan de clavar sus pupilas en las de Cristóbal, exigiendo algo que él parece no querer revelar. Desde que Liam salió de la oficina, el silencio se ha instalado entre ellos como una sombra, incómoda, tensa, difícil de respirar.Cristóbal, de pie frente a ella, parece ser la calma aparente, pero el peso de sus palabras revela otra cosa. Su mirada es suave, casi una invitación, como si esperara que la respuesta de Amara lo liberara de alguna manera. Está demasiado consciente del abismo que hay entre los dos, pero no se atreve a acercarse demasiado.–Sé que no es de mi incumbencia –su voz es un susurro, casi una confesión, como si lo que dijera ya no tuviera remedio. –pero toma esto, te hará bien.Le ofrece un vaso de agua. El gesto es simple, casi trivial, pero el brillo en sus ojos revela una preocupación que se disfraza de indiferencia. Como si ese pequeño gesto fu
Cristóbal se acerca lentamente a Amara, con la respiración entrecortada y al detenerse frente a ella, sus ojos se clavan en los de ella, buscando, en medio de su desesperación, algún atisbo de comprensión, algún reflejo de la chispa de afecto que alguna vez compartieron. Con un impulso decidido, se arrodilla ante ella. –Déjalo… –su voz suena baja, temblorosa por la emoción. –cásate conmigo– Las palabras salen como una súplica, no como una propuesta, no como un desafío, sino como el último intento de aferrarse a lo que queda de su esperanza. –Firmaré un prenupcial si eso es lo que necesitas para sentirte segura. No quiero nada de lo que tienes, solo quiero tenerte a mi lado y hacerte feliz. En el fondo, sabe que sus sentimientos son tan profundos que no le importa lo que cueste, no le importa lo que deba sacrificar. Solo quiere que ella vea lo que él ve: un futuro juntos, uno sin mentiras, sin dudas, uno donde su amor, aunque imperfecto, sea suficiente para ambos.Sin embargo, antes