Feliz inicio de semana.
OSCURA OBSESIÓN. En la penumbra de la cabaña, Arthur ahogaba sus penas en el amargo licor, su mente perdida en la figura de Irene vestida para la ceremonia y aceptando a Leandro como su compañero, era demasiado difícil de asimilar y por eso, opto por mitigar el dolor que estaba sintiendo con una botella de hidromiel. El viejo alfa, tío de Irene, se aproximó a él con la sabiduría que solo los años pudieron conferir. ―Arthur, muchacho, esto no te conducirá a nada bueno. Debes dejar ir ese enamoramiento por mi sobrina. El Beta, con la mirada turbia por la bebida, alzó la cabeza con desafío. ―No entiendes. Leandro no la merece. ―gruño ― Él solo le ha causado dolor. El viejo alfa suspiro, apoyando una mano firme en el hombro de Arthur, intentando transmitirle sensatez. ―Entiendo que te sientas en desventajas, pero… ―el anciano hizo una pausa sabiendo que lo que diría a continuación iba a lastimarlo. Sin embargo, entre más rápido lo entendía mucho mejor ―Ellos son pareja, Arthur. Irene
PORQUE TE AMO. Irene forcejeó un poco antes de corresponder a su beso y por un momento se perdió en el mar de recuerdo de esa noche que habían compartido. Leandro inició como un beso posesivo, que pronto se volvió suave, dulce, cargado de amor. Sus lobos finalmente estaba lo suficientemente cerca, un suave gemido escapo de los labios de Irene y Leandro soltó el agarre de sus muñecas. ―Sé que estás enojada conmigo y no te culpo, pero tenemos que hablar. ―dijo cuando rompió el beso y la miro con el pecho agitado. ―Hablaremos como adultos, Irene. Lo haremos de la manera fácil o de la manera difícil, tú decides. Ella lo miró un segundo sin responder, sintiendo los latidos erráticos de su corazón. ―Está bien, pero apártate de mí. ―gruño tratando de sonar fría. Decir que, al Alfa, no le lastimo su rechazo, era una mentira. Pero tampoco pensaba obligarla o utilizar sus vibraciones dominantes y reprimirla, él nunca le haría eso a su pareja. ―Bien. ―se levantó de inmediato, pero sin quita
RECUERDA TU LUGAR.El sol brillaba sobre el territorio de la manada Alerón. Irene, en su nuevo rol de Luna, se dirigía hacia la zona donde los cachorros jugaban, y las Omegas se ocupaban de sus quehaceres diarios. Aunque tenía sus diferencias con Leandro, no tenía intenciones de dejar de lado sus responsabilidades. El tiempo que estuviera allí, se encargaría de ser una Luna en toda la extensión de la palabra.Pero la tranquilidad se vio interrumpida cuando Arthur, dominado por celos, interceptó a Irene de manera brusca.―Arthur… ¿No deberías estar con mi tío? ¿Qué haces aquí?El Beta no se molestó en responderle, en cambio, fue directo al grano.―Irene, necesito saber qué pasó entre tú y Leandro. ―pregunto en tono áspero.―Arthur, ¿has estado bebiendo? ―El olor a alcohol era demasiado evidente y la culpa se apoderó levemente de Irene. ―Creo que debes descansar, ¿Por qué no vas a…?―No. No quiero descansar ―replico en un gruñido ―Quiero que me respondas, dime, ¿Qué pasó?―Arthur, suélta
PUEDE QUE SEA TARDE. ―¿Debería perdonarlo? ― murmuró Irene para sí misma ― Sé qué clamas por él, pero el dolor es demasiado profundo. El aullido de su loba resuena, expresando la necesidad de su pareja. ―Perdóname… ―Irene, susurró entre lágrimas ―… Perdóname por no ceder. Todo pasará, ya verás. Solo estaré aquí temporalmente. Pero incluso la perspectiva de tener que alejarse de Leandro, apretaba su pecho, y el sufrimiento se reflejaba en sus ojos. Con un suspiro, Irene se preparó para bajar a cenar. En la mesa, el Alfa, no podía apartar los ojos de ella. Y ella hizo todo lo posible por ignorarlo. Leandro, queriendo cumplir con su deber y además tener un gesto con ella, extendió su mano, ofreciéndole un pedazo de carne con cautela. Sin embargo, ella lo miró con frialdad y rechazó su gesto. ―No te molestes. El Alfa detuvo su mano y asintió comprensivamente. Aunque no pronunció ni una palabra, el dolor del rechazo era evidente en sus ojos. Sin embargo, esto no pasó desapercibido
LLEGAR AL LÍMITE. Irene abrió la puerta con cuidado y se encontró con un Arthur desorientado, rodeado de botellas vacías. La visión apretó el corazón de la loba. ―Arthur, ¿qué has hecho? El Beta, con la mirada perdida, apenas lograba articular palabras coherentes. ―Irene… te necesito… Irene se acercó con precaución, sintiendo una mezcla de compasión y frustración. ―Arthur, tienes que descansar ―dijo con voz suave ―Ya es suficiente. El Beta, con la mirada vidriosa, repitió sus declaraciones desordenadas de amor. ―Irene, te amo… no quiero perderte. Ella le dio una mirada complicada, su compasión, luchando contra la frustración. ―Debes descansar, Arthur. Pero él insistió, aferrándose a la idea de no querer que se vaya. ―No quiero que te vayas. Quiero que te quedes esta noche… Compadeciéndose de él, Irene suspiro resignada y decidió quedarse. Pero solo hasta que se quedara dormido. ―Está bien, me quedaré contigo. Arthur sonrió, agradecido, y pronto cayó rendido en un sueño
TE MENTÍ, TE AMO. Leandro la forzó a inclinar su barbilla y encontrarse con la exasperación y la lujuria que crepitaba en su rostro. Su cuerpo dio un escalofrío de anhelo y podía sentir la sensibilidad palpitando entre sus piernas. Él estaba de repente sobre ella. Su boca atacó con violencia contra la de ella mientras la levantaba y la dejaba caer sin contemplaciones en la cama. Las sábanas fueron arrancadas, dejándola desnuda y vulnerable ante el lobo. Irene apenas pudo respirar cuando él le separó los muslos y los llenó con sus caderas. —¡Dime que me detenga! —le gruñó. Dolida por la fuerza de su necesidad, de él, Irene le enrolló las piernas alrededor de las costillas y le trabó los tobillos en la espalda. —No. —Se lamió los labios—No, no quiero que te detengas. ―¿Estás segura? ―le pregunto mirándola a los ojos ―Porque no estoy dispuesto a dejarte ir nunca más, Irene. Ella acarició su rostro y se inclinó un poco para besarlo. ―Entonces no lo hagas… ―susurro ―… también m
VIVIR MILES DE AÑOS. El silencio parecía de alguna manera imposiblemente demasiado alto a medida que pasaban los segundos. En el espacio a su lado, Juliette yacía con su rostro aplastado en la almohada. Su espalda se levantaba y caía con cada respiración, pero no con la misma intensidad que unos momentos antes. La suave curva de su columna brillaba con el sudor y retenía los restos de su acto amoroso. Estar dentro de ella, enterrado en todo ese calor húmedo, había sido irresistible y adictivo. Había sido una emoción inimaginable, una de la que sabía que debía alejarse antes de olvidar el porqué. Sin embargo, no hizo ningún movimiento para que esto ocurriera. Leandro estaba allí, apoyado en su codo, cautivado por la forma de la silueta de Irene medio oculta bajo las sábanas. Su cabello era un enmarañado alboroto que caía sobre la almohada, sabía de memoria que las ricas hebras olían a flores silvestres y se sentían como seda. Pero no era nada comparado con su piel. Los centímetros
UNA VIEJA AMIGA. Leandro e Irene yacían en la cama, abrazados con la complicidad de dos almas que se entendían a la perfección. Después de resolver sus diferencias y entregarse nuevamente al amor, se dejaron llevar por los brazos de Morfeo. La habitación estaba impregnada de la calidez de su conexión, y el silencio solo se veía interrumpido por sus suaves respiraciones sincronizadas. Fue entonces cuando un suave llamado a la puerta se filtró en su sueño compartido. Leandro, somnoliento, abrió los ojos con molestia. ―¿Quién es? La respuesta llegó en la voz de Watt, su leal Beta, quien con disculpas rápidas informó. ―Mil disculpas, Alfa, pero debe bajar de inmediato alguien, requiere su presencia. ―Ahora no, Watt. No pienso bajar en un buen rato ―informo Leandro, abrazando nuevamente el cálido cuerpo de Irene y cerrando los ojos. Pero el molesto Beta no pensaba darse por vencido. ―Mi señor, sé que quiere más tiempo con su compañera, pero esto es de suma importancia. Tiene que v